Ane comenzó con el alcohol nada más tener a su segunda hija. “De repente se cruza una línea con la que cada copa que bebía me llevaba a no poder parar”, recuerda. En su caso, estuvo viviendo varios años que fueron “horrorosos”, sobre todo, el último de ellos. “No salía de casa, me pasaba todo el día en la habitación y lo único que quería era morirme porque cada intento de dejar de beber que hacía, no podía”, añade.

Su cambio llegó cuando le “amenazaron con quitarme a mis hijas”. Fue entonces cuando dio el paso y contactó con Alcohólicos Anónimos, algo que “me ha salvado la vida porque sola no hubiera podido”.

De hecho, según cuenta a DEIA, cuando entró a la asociación y descubrió que era una “enfermedad” fue una “liberación” porque gracias a Alcohólicos Anónimos aprendió que hay más vida más allá del alcohol. “Me daban igual hijas, marido, padres; no me importaba nada, solo quería beber. El alcohol era mi vida”, indica.

"Solo me quería morir"

Le salvó el hecho de descubrir que era una “enferma” porque pensaba que “era muy mala madre, muy mala persona, perdí dignidad, perdí todo, económicamente no pero es peor perder la dignidad”. Después de unos años en los que solo pensaba en beber, se dio cuenta de que el primer paso es reconocerlo, es rendirte. “Con 28 años solo me quería morir”, expone Ane. Después de su primer contacto con uno de los cinco grupos ubicados en Bilbao, aprendió “a vivir sin el alcohol: hay más vida”. En este sentido matiza que “el alcohol era mi vida, ahora lo es mi familia”.

Llegar a este pensamiento no ha sido un trabajo fácil porque nadie puede llevar a cabo un cambio tan drástico de la noche a la mañana, pero, echando la vista atrás, ve todo lo que ha hecho y se muestra orgullosa de lo conseguido pese a que la sociedad no entienda que es un problema real. “Nadie entiende que bebas una copa y no seas capaz de decir basta, esa es la enfermedad pero no la entiende si no le pasa lo mismo”, manifiesta.

Alcohol por refrescos

De hecho, la llegada de gente nueva a la asociación en busca de ayuda recuerda a los que ya están dentro, como es el caso de Ane, el motivo por el que dieron el paso. “Él está haciendo esas cosas que yo solía hacer”, señala. En este sentido, reconoce que las sugerencias que plantean en las reuniones “igual no me valen, pero sí me pueden servir las de otro. Es un programa que se puede adaptar a cualquier tipo de persona, es inclusivo, no exclusivo. Todo el mundo tiene la puerta abierta siempre y cuando reconozca que tiene un problema con el alcohol”.

Su estancia en la asociación anónima les ha ayudado a realizar un cambio de mentalidad y dejar de ver el alcohol como algo positivo a observarlo como el enemigo. Ahora, cuando participa en alguna actividad en la que se suele entrometer el alcohol, Ane tiene una alternativa bien clara. “Cambié el alcohol por refrescos y en las fiestas le daba mil vueltas a cualquiera con su cubata. No me hacía falta, yo pensaba que sin el alcohol no había vida, que no era nadie, y resulta que soy más”, apostilla Ane.