bilbao. En un diálogo previo al Mundial de Sudáfrica, Xavi Hernández, un hombre pegado a una pelota, y Xabi Alonso, la visagra que cualquier centro del campo desea, se tutean, se adulan y recuerdan la primera vez que se vieron jugar. Rescata el catalán la imagen de su interlocutor manejando el tempo del juego de la Real Sociedad de Raynald Denoueix en la temporada 2002-2003, la del subcampeonato liguero, la cumbre de la era moderna del equipo txuri-urdin. Luego, los traspasos -el de Xabi, sobre todo, por 10,5 millones de libras al Liverpool-, el desmembramiento, la pérdida de identidad, el desplome: tres temporadas desquiciantes (15º, 14º y 16º) y la debacle final, el sexto descenso a Segunda de su historia al finalizar la campaña 2006-2007. Después de tres temporadas en el infierno de Segunda, los donostiarras rozan el ascenso a Primera. Tras liderar la tabla la mayor parte de la temporada, les vale el empate hoy en Anoeta (18.00 horas) ante un Celta que no se juega nada.
Pero antes de que Anoeta hierva esta tarde -el estadio estará a rebosar, pues se han agotado todas las entradas-, de que explote el sentimiento txuri-urdin, el orgullo de una afición inasequible al desánimo, un momento para la catarsis. Hace año y medio, en diciembre de 2008, el equipo desnortado, la afición afligida y el club en ruinas y obligado a entrar en Ley Concursal bajo el esperpéntico mandato de Iñaki Badiola. Una crisis deportiva, económica y social sin precedentes que asoma al legendario equipo donostiarra al precipicio de la desaparición. El camino del cambio es un giro de 180º. Un relevo en la presidencia. Llega entonces Jokin Aperribay, in extremis, tras la destitución de Badiola y se pone manos a la obra para reordenar el club en todos sus aspectos. Y el club ha reflotado bajo una premisa ineludible: recuperar a la Real de toda la vida, el espíritu del viejo Atocha.
Nada tiene que ver la Real que esta tarde puede volver a ser equipo de Primera con la de hace dos temporadas, cuando deambulaba. Ha logrado salir de la Ley Concursal recuperando su autonomía; la masa social ha vuelto a abrazarse al equipo merced, al menos en parte, a que el centenario del equipo ha hecho de pegamento al traer a la memoria la bella y longeva historia de una institución con un poso insondable; y deportivamente ha recuperado su esencia, ha dejado de mirar obsesivamente afuera y ha redescubierto Zubieta, su torno de talentos -Elustondo, Bergara, Agirretxe o Mikel González son los últimos frutos-, bajo la batuta de Martín Lasarte, entrenador uruguayo, hijo de andoaindarra que lleva en el tuétano el sentir del club. "Nuestra fortaleza ahora vendrá de aprender del pasado", advierte Aperribay, a un paso, a un punto, de Primera, de la luz después de tanta oscuridad.