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se presenta: "Yo soy Martín Lasarte Arrospide, Eizagirre, Otegi, Arrostegi... ¡No me acuerdo del otro!". Es el entrenador de la Real Sociedad, el equipo que se ha sacudido los complejos, que ha dejado de deambular por la categoría de plata, como yacía en pasadas temporadas, para pasar a dominarla. Nacido en Montevideo, Uruguay, el 20 de marzo de 1961, Lasarte es un hombre de discurso embaucador, de convicciones férreas y de entrañable pasión por Euskadi. Su padre -fallecido en 2000- era de Andoain; su madre también tiene raíces vascas. Pero es la figura paterna -"tengo un recuerdo espectacular de mi padre", dice Martín en un susurro empapado de nostalgia- la que le agarró, cual fuerza indomable, a la tierra vasca. "Mi padre fue una persona que nos transmitió mucho de su vida: la cultura, la comida, el deporte, sus vivencias... Él era practicante, iba a Pasajes, que si la moto, que si la nieve... Y nosotros -somos dos hermanos- lo vivimos con mucha intensidad. Mi padre era un tío de 1,86, un gigante, cuando se ponía el abrigo y la txapela era una cosa... Te daba miedo y era más bueno que el pan. Él siempre nos quiso dar más de lo que nosotros aceptamos recibir y hoy me arrepiento. Por ejemplo, enseñarnos a hablar vasco. A nosotros nos daba un poco de pudor o no sé, mi padre nos enseñaba canciones y aún hoy las escucho y las tarareo. No las canto porque no me sé la letra exactamente", cuenta un sonriente y apasionado Lasarte.

"De DEIA, ¿eh?", suelta reflexivo y la mente de Martín retrocede para capturar instantáneas de su niñez y su juventud entre el cuero, la lana, los animales y los prados que dibujaban la "barraca" de su padre. "En mi casa de Uruguay mi padre recibía DEIA. Me acuerdo que llegaba los domingos", explica. Fue en el año 1958 cuando su aita emigró al país suramericano y allí permaneció hasta su muerte: "Tenía un hermano que se había escapado por la guerra y primero fue a Cuba, luego a Argentina y después a Uruguay y estando allí le dijo a mi padre que se estaba muy bien, que había trabajo". En busca de una vida mejor, al igual que otros "vascos, gallegos, algún asturiano y también italianos", enumera, "pero sobre todo gallegos, como en Argentina". Y radiografía el ahora técnico realista "un domingo de primavera-verano antes de comer" en uno de los bares de Uruguay. "Yo tenía 10 años y mi hermano, 8. Eran catorce vascos y nosotros dos ahí. Mi padre nos llevaba para taparse porque entre que nos tomábamos una Coca Cola y un bocadillo, ¡vete a saber lo que él tomaba! Volvía más o menos... pero mi madre le echaba la bronca. Pero como nos llevaba a nosotros, fantástico. Y los recuerdo a todos: Juanjo, José Mari Larrañaga, Fernando Barandiarain... A todos, esa forma de hablar, de cantar. A los uruguayos nos cuesta más, nos da más pudor, somos más tímidos, pero ellos con qué alegría cantaban, algo que luego he visto aquí", recapitula entre risas. "Recuerdo una anécdota: estábamos en mi casa esperando a comer a mi padre, era un domingo también. Y mi padre no llegaba y mi madre nos dio de comer. Encendimos la televisión y en un programa en directo desde un lugar muy típico, donde hay barbacoas, churrasco... De repente el conductor dijo que estaban con un grupo animado de vascos que estaban cantando y el primero era mi padre. Eran como las tres de la tarde y mi madre estaba que le salía humo por todas partes. Pero eran así, auténticos. Eso de cantar, de expresarse", plasma Lasarte con detalles cristalinos, como si lo vivido fuera ayer mismo.

Sigue exprimiendo sin recurrir a la fuerza su memoria el preparador txuri urdin y ve en contrapicado a los lehendakaris que visitaban Uruguay. "Me tocó conocer a algunos cuando acompañaba a mi padre, que oficiaba mucho de embajador y siempre que viajaba algún lehendakari estaba allí para echar una mano", apunta. "Simplemente, les transmitíamos el apoyo de la comunidad vasca en el exterior. Ellos iban a hacer sus aportes, a apoyar alguna idea, a becar a la gente para estudiar...", señala. Y entonces sus palabras se cubren de un halo oscuro, de soplos de tristeza: "Es un país que vivió una época fantástica en los años 50, 60 y 70, era la Suiza de América, hasta que las dictaduras militares destrozaron el país y le ha costado muchísimo salir. La cosa ha ido mejorando, a mí me tocó vivir la época más complicada, mi juventud en un país en el que todo era muy difícil y todo costaba mucho, las ayudas eran bienvenidas y en este caso, fue muy importante la colaboración del País Vasco".

Desde la distancia, desde el otro lado del charco, desde donde laten los corazones separados, se siente Euskadi como "una cosa añorada". "No era como ahora, que mi mujer -vive en Uruguay con los dos hijos de ambos- enciende la tele y tiene el canal vasco e incluso de vez en cuando aparezco yo en alguna entrevista. Está todo cercanísimo, con internet, además. Pero nosotros siempre vimos el País Vasco como parte de nosotros. Tuve un compañero que jugó diez años en el Elche, Aníbal Montero se llamaba, y me acuerdo que cuando me conoció, me miró y me dijo: ¡Pero qué cara de vasco que tenés! Yo le contesté que mi padre era de aquí. Hasta en eso. Pero mi hermano tiene la nariz más grande, es más auténtico", bromea.

Desde la cercanía, desde A Coruña, desde el Deportivo donde jugó como central de 1989 a 1992, Martín reforzó su apego a Euskadi entre los cánticos de "saca el machete, Lasarte, saca el machete" -"eso no se puede publicar en el diario porque no sale la música. Era la de Guantamera, era horrible, pero era lo que me cantaban. A veces les digo a los chicos: Pensad que para que a vosotros os aplaudan tenéis que hacer una gran jugada... Yo pegaba dos patadas y la gente me coreaba, era increíble", afirma-. "Coincidí con muchos vascos -cuenta con los dedos-: Josu Anuzita, Alberto Albistegi, Luis López Rekarte, Sabin Bilbao, Santi Francés, Peio Uralde, Busti Mujika, José Luis Rivera... y me voy a olvidar de alguno. Éramos muchos y de la Real en particular, más", subraya.

Y vuelve el míster realista, ése que ha visto "jugar a pelota mil veces" y ha escuchado "mil regatas", a nutrir su sangre vasca: "Mi hija se llama Itziar y mi hijo, Iker". "Aunque es mérito de mi mujer, que es uruguaya y no tiene descendencia vasca", matiza. "Otra anécdota: la primera vez que fuimos a una sidrería, de las viejas que ahora está todo muy sofisticado con el grifo... Estaba el mojón y mi mujer estaba un poco tímida, pero a la tercera o cuarta vez era ya ella la que gritaba al mojón. Siempre le decimos: ¡Qué rápido te adaptaste! A ella le gusta mucho esto y por eso cuando nacieron mis hijos ella quería ponerles nombres vascos. Pero es que ¡hasta los perros han tenido nombres vascos!".