España estará el martes en Wembley para disputar una de las semifinales de la Eurocopa. Accedió al penúltimo escalón del torneo por la puerta pequeña, gracias a su mayor acierto en la tanda de penaltis, con Unai Simón acaparando foco, y tras incurrir en los mismos errores que han convertido varias de sus actuaciones en una moneda al aire. Frente a una Suiza que afrontó los últimos 50 minutos en inferioridad numérica y volvió a exhibir la firmeza de sus argumentos en tareas de contención, los hombres de Luis Enrique se las vieron y desearon para imponer la superioridad técnica que se les adjudica, de la que hacen gala a ratos y, sin embargo, a menudo no saben gestionar. El tan debatido y censurado déficit de puntería que se creía enmendado afloró en una cita idónea para prolongar la tendencia de los dos compromisos previos. Sin duda condicionó su propuesta e invalidó el control que ejerció de forma abrumadora, con unos elevados porcentajes de posesión. Solo en la prórroga generó situaciones propicias en cantidad y calidad, pero siempre se estrelló en Sommer, quien en el trámite decisivo del encuentro vio cómo su colega le tomaba el relevo de la excelencia con dos lanzamientos detenidos para que el equilibrio saltase por los aires.

Llegados a los penaltis, haber aguantado la iniciativa de España parecía otorgar una ventaja anímica a Suiza, pero esta vez no halló la inspiración que en idéntica circunstancia le valió para apear en octavos a Francia, la gran candidata al título según los especialistas. Busquets tiró al palo, Sommer frustró el turno de Rodri, que había saltado al campo expresamente para participar en la tanda, pero solo Gavranovic puso la pelota en la red por el bando helvético. Simón intuyó las intenciones de Schär y Akanji y Vargas chutó alto. Oyarzabal se encargó de liquidar el asunto completando en el quinto la brecha abierta por Olmo y Gerard para que España decantase una batalla presidida por la igualdad de fuerzas. Una pelea que exigió un descomunal desgaste a los jugadores, pues se ha de considerar que todos habían jugado una prórroga en la ronda precedente, aunque especialmente a los suizos, que la verdad no tuvieron la suerte de su parte.

Prueba de ello que el primer remate de la tarde, a cargo de Jordi Alba de volea, subió al marcador. España se adelantó muy pronto beneficiada por el intento de despeje de Zakaria, que lo único que logró fue descolocar a Sommer. El efecto de la ventaja no fue el previsible, porque su mando a través del balón fue baldío. La ausencia de oportunidades resultó significativa y vino provocada por el exquisito orden posicional y la firmeza en las disputas con que se desenvolvió la tropa de Vladimir Petkovic. No fue una sorpresa semejante efectividad coral, pero a España se le atragantó, en muy contadas acciones supo cómo penetrar en la tela de araña. Podría afirmarse que la creatividad brilló por su ausencia. Salvo Ferrán de salida, nadie aportó soluciones entre líneas o por los costados, lo cual hizo que Suiza se fuese creciendo, pese a ir por detrás, transmitiendo la sensación de que estaba muy metida en el partido y con opciones de discutir el resultado.

Se confirmó tras el descanso. Suiza avanzó en bloque quince metros y envió dos avisos antes de que Shaqiri batiese a placer a Simón a dejada de Freuler, previa falta de entendimiento los centrales que dejaron muerto el balón en el área. Trató entonces España de meter una marcha más a su fútbol, lento y sin profundidad. Suiza se replegó de nuevo, tenía el duelo donde quería, pero en el minuto 77 el árbitro estimó que Freuler era merecedor de la tarjeta roja por una entrada a ras de césped a Gerard. El riguroso criterio del inglés, impropio de una cita de esta dimensión, entregaba en bandeja la vitola de favorito a España, incapaz de forzar la máquina para evitar la prórroga.

La mejor fase del combinado estatal vino en el cuarto de hora siguiente. Por fin se mostró incisivo, pisó área con asiduidad, pero no pudo vencer a Sommer, autor de tres paradas complicadas. Suiza, derrengada, hundida en los últimos veinte metros del terreno ya no podía impedir el asedio. El empate se tambaleaba. No se sabrá si fue por la arenga a sus compañeros de Xhaka, el gran ausente por sanción, o porque enfrente no tenían el día, pero en los quince minutos finales regresó la espesura. El semblante de Luis Enrique antes de la tanda reflejaba resignación, España había dejado escapar una ocasión que ni pintada. La victoria le pilló con el estómago encogido.