N un sistema democrático, las elecciones constituyen uno de los actos más importantes, el momento en que los ciudadanos eligen a quienes les van a representar y dirigir. No es poco depositar la confianza, y una parte muy importante de nuestras propias vidas, en quienes nos gobiernan. Por eso, recién comienza el día electoral, aún de amanecida, uno no duerme con la profundidad debida y especula con lo que va a ocurrir el día siguiente y sueña incluso que los hados y las divinidades le van a ser favorables.

Eso hacía yo, soñar, cuando comenzaba este domingo electoral. Y, de pronto, la lluvia ha arreciado con fuerza y han agitado los cristales de mi ventana unas esporádicas ráfagas de viento y han comenzado a atronar mis oídos quienes tienen como misión hacerlo: los truenos. La mañana se ha mostrado, pues, insegura. O mejor aún, inhóspita, para impacientarme a mí y a todos los que especulamos con los resultados. La campaña electoral nos deja siempre en la duda y la incertidumbre, en este caso por ser más incierta que en otras ocasiones dado que ha interferido en el proceso un virus (el ya famoso coronavirus) que obligaba a tomar precauciones en las mesas y espacios electorales, que ha provocado el desarrollo de votos emitidos por correo, un modo de votar excepcional en el que las campañas pierden vigor y algo de credibilidad. El voto por correo siempre fue un voto de emergencia para que quienes no pudieran hacerlo en el día señalado lo hicieran con antelación. Pues bien, el día D nos ha sorprendido con lluvia, con viento y truenos de madrugada, como si alguien anunciara que el futuro no iba a ser halagüeño. Pero no. El día ha calmado su furia. Casi siempre triunfan la cordura y la serenidad. En este caso, también. A lo largo del día no han faltado las conjeturas ni las amenazas. Primero, ha sido el rumor de que iban a votar menos ciudadanos de los que suelen votar y "eso siempre suele favorecer a los partidos minoritarios", decían algunos. O que la proliferación de los votos por correo iba a beneficiarles...

Pero el bipartito se consolida como una fórmula de gobierno idónea. PNV y PSE mantienen su mayoría. EH Bildu no solo se consolida sino que queda fortalecido y aumenta su presencia en la Cámara. Podemos se tambalea y pasa a ser una fuerza muy endeble. Igualmente el PP ha quedado debilitado a pesar de haberse presentado en coalición con C's. y Vox se aprovecha de la situación y se hace con un lugar en el Parlamento (en Araba se logra un escaño con demasiada facilidad). En resumen, pese a algunos cambios que es preciso seguir analizando, no ha ocurrido nada inesperado. Únicamente resaltaría la perversa polarización que supondrá que tanto EHBildu como Vox se puedan sentir, en alguna medida, triunfadores.