AS calles vascas no se merecen la foto de ninguna candidata ensangrentada ni siquiera por pequeña que sea su herida. Su foto traslada inmediatamente ese tedioso regreso al túnel del tiempo que ensucia un mayoritario propósito de convivencia en paz. Todo por culpa de la malévola ocasión que violentos y provocadores con ADN tan opuestos aprovechan para retroalimentar como necios el encefalograma plano que arrastran. Pero, también, la fácil disculpa para que el discurso unionista de la Corte recupere el devastador sesgo alarmista que mezcla intencionadamente en la misma batidora nacionalismo excluyente, kale borroka, ETA revivida, violencia y fascismo.

Abascal está en su salsa cada vez que nos visita. Sabe que más de un energúmeno -se reproducen con facilidad- picará el anzuelo para garantizarse así durante varios días un eco mediático imposible de conseguir con votos. El hambre y las ganas de comer del despropósito que mancilla, sin equidistancias, la esencia del debate de ideas exigible a una campaña electoral que se precie, y mucho más en los tiempos de urgencia que asuelan. Harían bien los cachorros independentistas en recordar que el asedio intimidatorio a aquel Abascal, neófito concejal en Laudio, fue el germen del posterior nacimiento de la ultraderecha española. La denuncia de aquellas amenazas propició la creación de Vox entre café y café con Ortega Smith y Espinosa de los Monteros mientras articulaban la defensa de una querella que ningún abogado del PP quería asumir.

La desafortunada pedrada de Sestao ya ha llegado al Congreso mediante una pregunta al Gobierno sobre seguridad para seguir dando aire a la cometa sin que nadie se acuerde ya que hubo un mitin de Vox. Apenas quedará el rastro de ese deshumanizado comentario de Pablo Echenique sobre la salsa ketchup, que le retrata y aporta a Abascal una munición que ansiaba. De momento, aquí queda la denuncia contra su enemigo visceral Pablo Iglesias por seis supuestos delitos en una confusa polémica que atormenta a Unidas Podemos mucho más de lo que se suponía cuando estalló como un capítulo más de las tropelías del inefable Villarejo. El inesperado revolcón de las nuevas diligencias en el denominado caso Dina compromete sobremanera al vicepresidente y, desde luego, vuelve a embarrar el campo de la política, los medios de comunicación, las alcantarillas policiales y los tribunales por el bando que menos se podría esperar. Una incómoda piedra en el zapato para las aspiraciones del 12-J de la coalición de izquierdas y sus mareas sin que todavía hayan metabolizado los efectos nunca favorables de sus respectivas guerras internas.

Son sapos propios del fango político. Le ocurre a los socialistas con la sombra de Felipe González. Ayer, los senadores de cinco grupos querían seguir hurgando en la herida abierta por la CIA para buscar, de una vez, la X de los GAL. El PSOE cortó de raíz para impedir otro escarnio público. Le valió el apoyo del PP para abortar el debate. Hoy por ti, mañana por mí.