La unión de conveniencia de Casado y Arrimadas en el 12-J vasco es una pantomima. Les pilla con el pie cambiado tras la enésima ciaboga de Ciudadanos. El PP asiste resignado al convite sabedor de su mala suerte con un candidato voluntarista, pero de la época de la resistencia, y unos compañeros de viaje que a pecho descubierto tendrían menos aplausos que el guerrillero Abascal. Por eso, la foto electoral de Gernika es un sarcasmo, propia de memes, si previamente la lideresa catalana no se cae del caballo de la conversión como Santiago, que es posible. El líder del PP guardará simplemente la compostura en un escenario tan emblemático que le debe resultar difícil de asumir en contraposición a muchos de sus afiliados y votantes.

No son los días más cómodos para Casado. Deambula demasiado en solitario. Su pertinaz rechazo a los planes de reconstrucción económica, sin una alternativa diáfana y propositiva le retrata. El divorcio entre la patronal y el PP alcanza unas cotas jamás conocidas. Nunca hasta ahora se había asistido a una connivencia tan próxima entre la CEOE y un Gobierno socialista. Muchos menos era imaginable en el inicio de la legislatura el entendimiento empresarial con una ministra de Unidas Podemos, que es un hecho. Existe descaradamente este feeling para desesperación de una derecha aturdida por la ineficacia de su dirección insolvente, obsesionada por el placaje de Vox y aislada en el Congreso desde el brioso encantamiento de Ciudadanos con el prestidigitador Pedro Sánchez.

El PSOE, en cambio, no ha querido guardar por más tiempo las apariencias de su acuerdo de azucarillo con EH Bildu sobre la derogación de la reforma laboral. Le ha constado la vergüenza de su ridícula rectificación parlamentaria, pero se ha quitado una losa de encima antes del domingo electoral. Por si hubiera alguna duda, aquel histriónico compromiso en los días de la prórroga ha quedado reducido al nimio compromiso de "modernizar la reforma laboral". Auténtica apariencia.