Tras unos días de aparente titubeo –o de escaso aprecio por parte del Gobierno de Pedro Sánchez– ante la advertencia de ruptura del bloque de investidura por parte de Junts, su Grupo soberanista en el Congreso se ha expresado con contundencia sobre el significado de la decisión adoptada: la legislatura queda bloqueada. La templada reacción de PSOE y Sumar puede interpretarse como un ejercicio de autocontrol o de asunción de lo inevitable. Si se tratara de lo primero, debería estar acelerando en una estrategia de recomposición de la mayoría que precisa para gobernar y encarar las dificultades que no ha podido vencer hasta ahora en materia de compromisos con sus diferentes socios. Si, en cambio, estamos ante un escenario de rendición a la evidencia de no disponer de medios para la iniciativa legislativa, la tentación de mantener un estado vegetativo debería descartarse, salvo que el presidente tenga clara la medida del tiempo que precisa para cumplir con obligaciones suscritas, como le han recordado recientemente desde el PNV a ERC. En cualquier caso, el cumplimiento de esos compromisos queda en el debe de Sánchez y será preciso un ejercicio de lealtad por su parte para empeñarse en materializarlos. De lo contrario, la fase que se abre será de una agonía estéril, de una dilatación imprudente de lo inevitable.
Ahora mismo, aparenta ser preciso un giro vertiginoso que permita a Sánchez recomponer su legislatura. Sin expectativa presupuestaria, sin margen para la iniciativa legislativa y con la garantía prácticamente ineludible de verse incapacitado a recurrir a un modelo de gobernanza vía decreto para cuya ratificación también carece de respaldo, la situación se volverá insostenible en muy poco tiempo. En cuanto a la responsabilidad de Junts en un final abrupto de la legislatura que se viene reclamando desde la derecha, no se alcanza a ver la ventaja política que obtendría en un escenario electoral. Llegará a él sin ver cumplidas sus propias apuestas políticas y con la presión constante desde su derecha, amenaza creciente de desnaturalización del soberanismo por la vía populista. De hecho, el efecto contradictorio podría acabar siendo una consolidación del propio president catalán, Salvador Illa en medio de una convulsión de citas autonómicas y generales con las urnas.