Llegada la fecha marcada en el calendario como ultimátum de Donald Trump para poner en vigor sus represalias arancelarias a quien no alcanzara un acuerdo comercial previo, se revela una variable política utilitarista en su estrategia. Trump ha logrado que su amenaza se traduzca en aceptación de un esquema aún no clarificado de aranceles en su relación con Europa, Reino Unido, China o Japón, rivales comerciales cuya exhibición como socios doblegados redunda más en beneficio de su relato ideológico que en ventajas reales para la economía de Estados Unidos. Sin ir más lejos, la perspectiva razonable de que su fórmula conlleve un aumento de la inflación en su país es motivo para que la Reserva Federal congele el precio del dinero, lo que puede enfriar su economía. Un diagnóstico preliminar –no puede ser más profundo en tanto las sombras de los acuerdos firmados son tan amplias que impiden ver su dimensión– apunta a un impacto político igualmente significativo más allá del que económicamente pueda derivarse del nuevo estado de trabas al libre comercio. En Europa, el pulso ideológico con el populismo creciente de extrema derecha se ha reforzado al dejar a la Comisión Europea en el foco de las críticas. La actitud meliflua, sumisa incluso, del Ejecutivo comunitario le granjea reproches tanto de quienes demandan un crecimiento del proyecto común como de quienes lo torpedean con vocación de retroceder a la atomización de los estados nación y limitar el alcance de la Unión a un marco mercantil. La posición colectiva se ve lesionada así doblemente: la débil percepción exterior de la capacidad europea de defender sus intereses y la quinta columna interna de quienes coinciden en el continente con el modelo ideológico de Trump. Adicionalmente, aflora un uso político espurio de la presión arancelaria, como refleja el caso de Brasil. La aplicación de una tasa sancionadora al país suramericano es difícilmente separable del interés de Trump por liberar a su aliado Bolsonaro de su responsabilidad penal por la corrupción y el intento de asalto contra la democracia de los que se le acusa. A fecha de hoy, está sin aclarar el alcance cierto de los acuerdos comerciales con China y la UE ni su solvencia y estabilidad, lo que no despeja la incertidumbre económica, pero se ve clara la orientación política del relato que alimentan y que busca doblegar principios de la democracia.