EL Congreso acogía ayer un debate sobre política internacional del Gobierno español condicionado, como toda la actividad parlamentaria, por el antagonismo entre Sánchez y Núñez Feijóo que capitaliza y resta profundidad a los análisis de materias muy sensibles. El presidente no está cómodo con su giro de 180 grados hacia la situación del Sahara, territorio invadido por Marruecos, que impide un proceso natural de descolonización que debió propiciar la libre determinación del pueblo saharaui. No fue posible en su momento ni lo fue ayer en el Congreso dilucidar las razones por las que el Ejecutivo socialista abandonó repentinamente la posición histórica de defensa de los derechos de la ciudadanía del Sahara Occidental para adherirse a la pretensión marroquí de obtener la visa legal de la absorción del territorio mediante la imposición unilateral de una autonomía administrativa indeterminada y sin garantías. No ayuda en ese objetivo la utilización del asunto por parte del líder de la oposición para buscar el desgaste político de Sánchez, estrategia en la que sustituye por descalificaciones lo que debería ser un diagnóstico de situación y una pedagogía hacia la sociedad española de su responsabilidad como antigua potencia colonial. Pero tampoco el modo en que Sánchez obvia el asunto, huyendo de la necesaria claridad y situando al Estado en la región como mero socio acrítico de Marruecos y distanciándolo de Argelia. La política exterior de Sánchez se muestra líquida también en la crisis en Oriente Próximo y su anuncio estrella de reconocer a Palestina como estado. No ha desarrollado la hipótesis más allá de un enunciado superficial que fue puesto ayer en solfa tanto desde la oposición como en las filas de sus socios. La utilidad práctica de ese pronunciamiento a tan nimia escala sigue siendo más que cuestionable en tanto lo es la viabilidad de Palestina en las condiciones actuales. A la pretensión de que el gesto impulse una reacción en cadena que permita establecer un escenario sostenible le falla la escasa influencia de Sánchez. Con ello, siembra un mar de dudas sobre la solvencia de la iniciativa; deja insatisfechos a quienes le piden más compromiso con el pueblo palestino y causa preocupación que consuma y frivolice una baza que exige más gestión diplomática y consenso internacional para ser jugada.