LO inconcebible se abrió paso ayer en los actos del Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo, que este año remarcaba el vigésimo aniversario de los atentados de Madrid que Al Qaeda reivindicó y el Gobierno de José María Aznar quiso atribuir a ETA. La dimensión del mayor atentado cometido en suelo europeo y las circunstancias que lo rodearon deberían haber hecho de la fecha de ayer un momento de consenso en el reconocimiento y el arrope de las víctimas de la lacra terrorista de cualquier signo. Pero, en su lugar, la lamentable utilización partidista, la patrimonialización del dolor y la pugna por el relato de los hechos ocuparon la primera línea de los mensajes. Las informaciones que en toda la prensa del Estado han recordado en los últimos días los errores, las intenciones espurias y la falta de diligencia –en el mejor de los casos– del Gobierno de Aznar fueron contestadas por la fundación que él mismo preside –FAES– y el partido que le ampara con la pretensión, aún hoy, de desviar la atención de su empecinada manipulación de los hechos o, directamente, de exculparle de ella. Solo la intención de sustraer de nuevo a la ciudadanía la verdad acreditada por la investigación y el juicio posteriores explican el intento de orientar el debate del relato una vez más al interés partidista. Al reproche social ganado a pulso, respondía ayer la derecha española reclamando borrar del relato el nombre de su expresidente, que nunca ha pedido perdón por desinformar e incitar a otros a hacerlo sobre la autoría del atentado. En la espiral de degradación del discurso político que se vive en el Estado, se quiso ayer de nuevo patrimonializar el dolor de las víctimas en otro acto paralelo al oficial, organizado por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) y amparado por las autoridades del PP en Madrid. En él, las presidentas de la AVT se prestaron a la estrategia de desgaste contra el actual ejecutivo socialista. Ángeles Pedraza y María Teresa Landaluce se inhabilitaron de nuevo como referentes éticos con discursos que equipararon el terrorismo con la cesión de competencias a Euskadi, entre otros exabruptos. Esa estrategia niega el derecho de las víctimas a la verdad, las pondera según su militancia ideológica y las vuelve a utilizar como sujetos activos de confrontación. Merecen mayor protección frente a la cosificación a la que aún hoy las someten.