SIN sorpresas y sin la menor aportación en el ámbito de las ideas o las propuestas, el pleno del Congreso aprobó ayer la admisión a trámite del proyecto de Ley de Amnistía. El debate en el hemiciclo resultó inocuo porque se atascó en la sucesión de frases tremendistas ya explotados hasta la saciedad por la derecha española en su campaña de movilización contra la formación del Gobierno de Pedro Sánchez. En ese sentido, el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, no elevó la calidad de sus razones en la sede del poder legislativo más allá de las soflamas para agitar la calle. Un tremendismo sin argumentación jurídica alguna –hubo que esperar a la intervención del representante del Grupo Vasco Mikel Legarda para ver sustanciada en pronunciamientos jurídicos y legales su respaldo a la norma–; la negativa a rescatar la práctica de la política para desactivar el modelo de mera represión de la divergencia. La mayoría prevista y anticipada se materializó en la votación, que ayer acabó siendo lo menos importante. La gravedad de lo vivido ayer en el Congreso no estuvo en el hecho de que el poder legislativo ejerciera sus funciones de modo natural y aprobara la tramitación de una ley cuya constitucionalidad no va a valorarse en ese foro, mucho menos en términos de discurso apocalíptico. Lo preocupante del día fue constatar el abandono de la mesura por parte de los partidos de la derecha española. De quienes nunca la han tenido y de quienes han pretendido disfrazarse de ella. Núñez Feijóo volvió a instrumentalizar las instituciones en beneficio propio con la intención de construir un estado de opinión dispuesto a vulnerar la legitimidad del sufragio democrático. Llegó al extremo de deslegitimar el funcionamiento de la iniciativa legislativa en democracia pese a estar regulada, reglamentada y garantizada por el marco jurídico. Fue irresponsable al sostener que su ejercicio justificaría el incumplimiento unilateral y generalizado de la ley por parte de la ciudadanía –que no deja de ser apología de la desobediencia, cuando no de la rebelión–. Esta retórica enquistada busca dividir a la sociedad en busca de una mayoría de choque que someta, no que reconozca, respete y conviva con la plurinacionalidad del Estado. Ese sí es un apocalipsis practicado en el pasado con trágicas consecuencias.