La Unión Europea pretende aprobar este mismo mes en Bruselas el Pacto sobre Migración y Asilo basado en “la solidaridad y la responsabilidad compartida”, un acuerdo de mínimos que logre consensos básicos en torno a la gestión de los flujos migratorios. Un debate estratégico que en todo caso debe ir acompañado de una profunda reflexión ética y en el que Europa debería situarse al frente en la defensa de los derechos humanos, el progreso entendido en clave de desarrollo, cohesión y pluralidad. La actual crisis migratoria es sin duda uno de los desafíos más importantes a los se enfrenta la comunidad europea pero, a la vez, es uno de los temas que más polarización genera en el ámbito político interno y que ha sido utilizado para desestabilizar, como herramienta para el auge de la ultraderecha. Europa no se juega solo la gestión colectiva y compartida de esta realidad que afecta sobre todo a Estados que por su posición geoestratégica son la primera puerta de entrada de estas miles de personas que huyen de situaciones de miseria económica, persecución política o de las guerras. Lo que se juega realmente Europa es su propia esencia como espacio de acogida, referencia del estado del bienestar en un planeta globalizado y neoliberal; reserva mundial de los valores democráticos y de los derechos humanos. Poniendo todo eso por delante, es cierto que la UE debe dotarse de una política común en este tema. Y no está siendo fácil. Los 27 ya fijaron en Bruselas el llamado mecanismo de “solidaridad flexible”, es decir, ante la falta de acuerdo en política migratoria, decidían que cada Estado hiciera lo que quisiera pero previo pago de los que se negasen a reubicar solicitantes de asilo en su territorio. En la última cumbre informal de Granada, los líderes populistas de Hungría y Polonia vetaron que las decisiones sobre migración y asilo se tomasen por unanimidad. El problema desborda sin duda el marco de cada uno de los estados y exige medidas vinculantes. Promover una política migratoria ambiciosa y valiente requiere respuestas de solidaridad humanitaria, mecanismos colectivos de gestión de flujos y sobre todo actuar sobre las causas que las provocan, como es la desigualdad en el mundo y las guerras. Y siempre teniendo en cuenta que los derechos humanos son universales y que Europa es una de las pocas referencias que quedan en este sentido. La cumbre prevista este mes en Bruselas viene además condicionada por la urgencia de debatir la incorporación de Ucrania en medio de una guerra a la que ha seguido ahora la de Gaza.