AL cumplirse esta semana cinco años desde el enuncio de disolución de ETA se han sucedido las reflexiones públicas sobre el final de la organización terrorista y el grado de sanación de las heridas abiertas que dejó su actividad. La normalización de la vida política en el país ha sido el gran paso adelante que complementa el final de la amenaza, la extorsión y la violencia de intencionalidad igualmente política. Lo que no obsta para que siga siendo evidente la necesidad de encarar un consenso ético que está por fraguar aún y al que sigue siendo refractario un sector de la sociedad que sigue hallando amparo en la ambigüedad, cuando no la abierta negación, de la izquierda independentista. Sortu, como núcleo y líder que arrastra al conjunto de EH Bildu, sigue perdiendo ocasiones de cerrar la duda sobre la naturaleza de los pasos dados tras el final de la violencia. Ayer mismo, perdió otra ocasión de participar en un consenso pleno al desmarcarse en solitario en el Parlamento de Gasteiz de una enmienda que insta a “garantizar las políticas de reconocimiento, verdad, justicia y reparación debidas a las víctimas del terrorismo y de vulneraciones de derechos humanos, eliminando los agravios sufridos y los que pudieran provocárseles, así como adoptando las medidas que eviten su ofensa, humillación y revictimización”. La imposibilidad de suscribir un enunciado construido desde principios éticos sitúa a EH Bildu en la periferia de los mismos. La admisión de la injusticia del daño causado por ETA sigue siendo una asignatura no aprobada por la formación y no tiene que ver con el igualmente oportuno reconocimiento de las víctimas de otras violencias y vulneraciones. Cada una en el ámbito nítido en el que se ha producido esa vulneración y nunca tratando de hacer figurar al victimario en el mismo marco de sufrimiento que su víctima. EH Bildu sabe que en Euskadi se ha dado marco legal a la visibilidad del sufrimiento causado por la acción de fuerzas policiales pero que es y será inadmisible que la vitola con la que se pretenda proyectar hacia la sociedad a destacados militantes de ETA con asesinatos a sus espaldas sea la de víctimas del alejamiento penitenciario. La reprobación ética del crimen acaba retratando a quien pretende prescindir de ella construyendo una equiparación que pretende blanquear un pasado oneroso.