La respuesta del presidente de la República de Francia, Emmanuel Macron, a la carta de Iñigo Urkullu en la que le recordó el compromiso galo con el desarrollo de una red ferroviaria de alta velocidad en el corredor atlántico, en cumplimiento del diseño de prioridades definido por la Comisión Europea y consensuado en el Consejo, destila una preocupante indolencia que va más allá de esta infraestructura concreta. Han quedado atrás los tiempos en los que el liderazgo del proyecto europeo se asentaba en el diseño de un modelo de cohesión social y económica entre los miembros de la Comunidad, primero, Unión Europea, después definido por sus instituciones e impulsado por los líderes políticos de los países miembro, con el eje franco-alemán como auténtico catalizador del mismo. Hoy, las dificultades que afronta Europa para redefinir su papel en el concierto socioeconómico, político y estratégico mundial tienen que ver con la falta de compromiso por un reforzamiento del enfoque colectivo ante esos retos. Que Macron se distancie de un diseño compartido en el marco de la cooperación europea con el objetivo de integrar a los territorios del arco atlántico en igualdad de condiciones para su desarrollo refleja la pérdida del sentido de colectividad que ha impulsado el modelo de bienestar europeo. El presidente francés antepone sus prioridades a corto plazo a la construcción de una interconexión que beneficiará también a sus regiones del corredor atlántico. El Estado francés fija en Burdeos el final de su política de desarrollo. La eurorregión Euskadi-Nafarroa-Nueva Aquitania –que se reunirá el lunes– es ya una comunidad de intereses compartidos que trasciende fronteras dibujadas y debe tener una voz clara y escuchada. Las instituciones europeas, con la Comisión y el Parlamento a la cabeza, deberán tomar conciencia del riesgo de renunciar a liderar el proceso de construcción europea y dejarlo en manos de la mera relación intergubernamental, que a la vista de actitudes como esta puede verse sometida al interés individual de un mandatario. Es más que una línea ferroviaria lo que está en juego precisamente cuando Europa precisa más que nunca de una unidad de acción y compromiso con toda su ciudadanía, sus regiones y la capacidad de estas de ser tractoras del propio proyecto de desarrollo compartido.