Cerramos el año 2021 con inquietud en términos bursátiles e incertidumbre sobre cuál será el dibujo final que quedará en el mundo post covid. Estamos en una fase de profunda transformación, cuya velocidad exige una acrobática evolución del modelo anterior, que presenta problemas graves -todavía no resueltos- en suministros, materias primas y energía. Debemos afrontar, también, retos de envergadura como la inflación, el cambio climático y las desigualdades socio-económicas crecientes, pero no debemos olvidar el desafío al que se enfrenta el nuevo orden mundial: la guerra fría entre EEUU y China.

Los inversores, durante este año, han optado por considerar que la inflación no va a impedir continuar con los tipos de interés bajos. Las evidencias más recientes las encontramos a finales de año, cuando las bolsas reaccionaron al alza tras la publicación de la inflación de EEUU en noviembre - un apabullante 6,8%-. En términos de demanda tampoco ha sido tan sensible a los precios, en parte por la reapertura de los mercados, el aumento de ahorro y el ansia consumista que se ha despertado tras el confinamiento y las limitaciones sociales, pero puede que llegue un momento en que a las empresas les cueste repercutir el sobrecoste al cliente final y se tense aún más la cuerda.

De momento el escenario de tipos bajos con inflación, que ha pasado de ser coyuntural a estructural, deja a la renta variable como el activo ganador, por no decir el único activo de inversión al que dirigir la liquidez. Cambiar radicalmente las políticas monetarias por parte del BCE y de la Fed no es una opción que parezca sólida, a pesar de que la Reserva Federal haya manifestado su intención de subir los tipos durante 2022, y el inversor lo sabe. El riesgo que siempre debemos evitar está en dejarse llevar por las circunstancias y tomar decisiones de inversión alentadas por la especulación y las ganancias en el corto plazo. Es momento de reflexionar sobre el panorama real que se nos presenta y tomar decisiones de inversión basadas en los fundamentales económicos. Como hemos podido observar, ante la aparición de la nueva variante Omicron, el mercado ha arremetido contra las bolsas ante el temor a las repercusiones de una desaceleración económica. La volatilidad, por tanto, está garantizada durante el 2022 y sólo las inversiones con criterio serán las que nos permitan tomar mejor las curvas.

No debemos olvidar que, como telón de fondo, nos encontramos en una evidente guerra fría entre China y EEUU en la que veremos nuevos ataques y treguas de descanso que alterarán a los mercados financieros. Lo que empezando el 2018 se manifestaba como una guerra comercial -arancel arriba, arancel abajo- al final del año y comienzos del 2019 se presentaba como una guerra tecnológica a causa del dominio de las redes 5G por parte de la empresa china Huawei. La historia de la humanidad ha representado una constante lucha por conseguir la hegemonía mundial y, actualmente, la pregunta que nos planteamos es, ¿nos estamos encaminando hacia un empoderamiento asiático?

De momento EEUU ha sacado pecho durante el Covid-19. Tal y como nos cuenta Niall Ferguson en su último libro Doom, EEUU ha salido de su complacencia para no verse superado en campos como la inteligencia artificial y ha ganado la partida tanto en términos de tecnología -gracias a la presión de no usar hardware de Huawei en redes 5G-, como de capacidad para el desarrollo de una vacuna-la mayor parte de la actividad se desarrolló en Norteamérica-, como en la fortaleza de su divisa frente al yuan -que se ha incrementado tras la complicada situación que ha dejado a China su programa “una franja una ruta”, que desde 2013 trataba de ganar influencia con préstamos que ascendían a 460.000 millones de dólares y que han convertido al país asiático en el mayor acreedor de países emergentes-.

La lectura que debemos hacer es que el dinero de los inversores y el creado por la Fed y por otros bancos centrales ha fluido en grandes cantidades hacia EEUU, al disponer de mayor seguridad jurídica y empresas tecnológicas no intervenidas que se enraízan en la transformación social y económica. En China, a su favor, encontramos oportunidades en términos de valoración, pero su papel en la tecnología es completamente distinto al de Occidente y su intención de exportar su visión antiliberal al resto del mundo ha intimidado a los inversores. En España, con el plan de recuperación y la emisión del Tesoro de 5000 millones en el bono verde, teniendo un tejido empresarial y un sector de energía renovable fuerte, presentamos un ecosistema atractivo en términos de inversión internacional que no podemos desperdiciar.

En definitiva, la única alternativa que tenemos es evolucionar y prosperar. El progreso está ligado al progreso de las empresas y una sociedad avanza cuando tiene inversión. Nos adentramos en una disrupción tecnológica y digital a la que habrá que adaptarse para ser competitivos. Los mercados financieros continuarán tratando de facilitar liquidez, seguridad, transparencia y el tan necesario crecimiento para la sociedad, actualmente sumida en una situación cuyas ramificaciones económicas, sociales y políticas podrían derivar en un verdadero desastre si no las gestionamos correctamente.