Los productos alimenticios que consumimos deberían tener un etiquetado y una presentación claro y sencillo. Sobre todo en lo referido a su composición e ingredientes y en todo lo que afecta a nuestra salud. Con los alimentos no se juega, pero hay muchos casos en los que los fabricantes recurren atrampas y trucos para enmascarar la realidad del producto alimenticio e intentar vendernos gato por liebre.

Letra pequeña y envoltorios sugerentes

El tamaño de la letra suele ser habitualmente utilizado para captarla atención del comprador y los tipos grandes destacan las bondades del producto pero también se recurre a las letras obscenamente pequeñas para enmascarar alguna cualidad o componente. De la misma manera los envases atractivamente presentados, con sugerentes imágenes y formas pueden inducir a comprar un producto de inferior calidad o categoría cuando buscamos otro de determinadas características, por lo que algunos fabricantes tienden a intentar confundirnos visualmente para que piquemos y adquiramos su producto.

Productos parecidos

También hay casos en los que determinados productos utilizan envases idénticos o muy similares. Sucede en casos como en los preparados cárnicos o productos cárnicos que en realidad no son carne, sino procesados. También en el caso de yogures y bebidas que aspiran a semejarse a los zumos, pero que no lo son. En ambos casos el sabor es muy similar (por los añadidos) a los que pretenden suplantar.

La publicidad sospechosa

En ocasiones los fabricantes intentan atraer nuestra atención con frases contundentes que enmascaran otros aspectos negativos. Cuidado con frases como por ejemplo "0% en grasa" que pueden intentar que no nos fijemos en que el producto tiene antas tasas de azúcar, y viceversa.

Cuidado con algunos adjetivos

Natural, tradicional, casero, artesano, casero, Bio, etc son adjetivos que usa la publicidad y las etiquetas a menudo para ar más confianza sobre sus productos. Muchas veces una mirada detallada a su composición nos hará ver que tienen una cantidad indecorosa de aditivos, conservantes y colorantes industriales que alejan el producto de la imagen que quiere dar.

También es común utilizar términos aparentemente de más calidad como gancho de compra como por ejemplo el néctar de frutas en vez de zumo cuando en realidad tiene menos calidad ya que está elaborado con más agua y azúcar.

Engaño con materias primas

En caso de productos de capricho o alta gama, hay ocasiones en las que como mucho sólo aparece simbólicamente en su composición pese a que en su denominación aparezca profusamente e incluso con espectaculares imágenes. Jamones de york que no tienen ni la mitad de este producto (el resto son gluten, harinas, espesantes, etc.), caldos de marisco con una composición ínfima, patés con escasa cantidad de hígado, etc. son algunos ejemplos evidentes.

El origen como gancho

Algunos productos procesados publicitan como gancho cuestiones como de origen natural o también la procedencia 100% vegetal de sus grasas, cuando en este último casi pueden encubrir grasas como el aceite de palma, uno e los más dañinos para el organismo.

Cuidado con los procesados

Los productos procesados son los más dañinos para nuestra salud pese a ser de los más consumidos por su facilidad de compra y de consumo. Los nutricionistas los desaconsejan con severidad y recomiendan los productos frescos y de temporada, que son más sanos y, frecuentemente, más baratos.

Términos científicos

Los términos científicos o técnicos de las etiquetas en ocasiones son empleados para no dar al consumidor información precisa y entendible. La presencia de azúcares puede enmascararse como glucosa, fructosa, sacarosa o jarabe de maíz. El aceite de palma aparece, en ocasiones, como palmiste. Las grasas trans se suelen denominar como aceites vegetales parcialmente hidrogenados, ácidos grasos trans o grasas hidrogenadas.

Ojo a lo que no te cuentan

En ocasiones la clave está en la palabra o definición que no aparece en la etiqueta o el envase. Un envase a veces parece lo que aparenta pero no lo dice en ningún sitio: rallado o lonchas donde no aparece la palabra queso; picada que no dice carne; lácteo pero no se indica yogurt. Esas palabras que faltan en la etiqueta no se omiten sin querer, o por azar, o porque quieran acortar la denominación, sino porque, con la normativa en la mano, lo que nos están tratando de vender no será queso, sino un preparado lácteo, ni será carne picada sino un preparado de carne.