Hace más de cinco meses que el tenis esperaba lo que ocurrió ayer en Nueva York: los mejores del mundo, hombres y mujeres, con sus cuadros de individuales y dobles, compitiendo en uno de los torneos importantes. Cincinnati se ha trasladado a la burbuja, otra más, que se ha creado en Flushing Meadows durante tres semanas para aislarse del covid-19 y enlazar allí con el US Open. Pero no están todos, ni todas, solo quienes han querido correr el riesgo de desplazarse desde sus países de origen y superar todos los protocolos antes de competir sabiendo que su estancia en Estados Unidos puede no alargarse demasiado. Después llegará el encadenamiento de Roma y Roland Garros y algunas estrellas han preferido extremar las precauciones. Otras, simplemente, quieren hacer su trabajo y que les paguen por ello.En Nueva York no están Rafa Nadal por estas razones, ni Roger Federer, que en todo caso no iba a jugar por su lesión en la rodilla. Tampoco Gael Monfils, Fabio Fognini, Stan Wawrinka o Nick Kyrgios, que se ha metido en todas las polémicas verbales durante el confinamiento. Así que todos miran a Novak Djokovic, que se metió en el ojo del huracán del virus con su criticado Adria Tour y no va a dejar pasar la oportunidad de seguir sumando títulos a su palmarés, aunque quizás haya que ponerles el asterisco de estas circunstancias tan especiales.

POLÉMICAS EXCLUSIONES

Sin público y con estrictas medidas de seguridad, similares a las decretadas en otros deportes, ha regresado el tenis de máximo nivel. Los jugadores van a tener que ir del hotel a las pistas sin poder salir de ese circuito sanitario y hermético. Cualquier positivo supone la eliminación y la cuarentena inmediata, incluso pecando por exceso ya que la USTA decidió expulsar al argentino Guido Pella y el boliviano Hugo Dellien por el positivo de su entrenador, con el que no compartían espacio físico en Nueva York. Djokovic, que sigue hablando en nombre de los jugadores, asegura que muchos están molestos por este hecho, “aunque sabemos que las circunstancias son muy cambiantes”, y porque la organización no les haya aclarado varias cuestiones, entre otras una importante: “Ni siquiera sabemos cuántos jugadores tienen que estar infectados para que se cancele el torneo”.

Las dudas sobrevuelan sobre las imponentes instalaciones de la Gran Manzana y es lo que ha hecho que el cuadro femenino se haya resentido aún más. No van a estar en esta gira la número 1 y 2 del mundo, Ashleigh Barty y Simona Halep; tampoco competirá Bianca Andreescu, la campeona del US Open del año pasado. En el torneo de Cincinnati, faltará también Garbiñe Muguruza, con problemas en un tobillo que espera resolver antes del Grand Slam neoyorkino. Angelique Kerber se lo ha pensado mucho y al final viajará solo para disputar el US Open.

Aunque resulte difícil, el tenis busca una apariencia de normalidad, aunque por el camino ha sacrificado muchas de sus citas más señaladas. A estas alturas, resulta complicado aventurar si no caerá alguna otra. Incluso el Abierto de Australia, previsto para enero, se está situando en la posibilidad de tener que jugar sin público. Pero todos parecen haber asumido que no pueden estar mucho más tiempo parados. “El riesgo cero no existe, pero estoy aquí para hacer mi trabajo”, ha afirmado Pablo Carreño. “Creo que en este lugar nos encontramos mucho más seguros que en cualquier otro del planeta”, asegura Dominik Thiem. Son distintas formas de afrontar el regreso a la competición, que para muchos se hacía ya necesario, y de esquivar las incertidumbres que genera el dichoso virus, una amenaza también para el deporte en todo el mundo.