Los seres humanos tienden a escoger los buenos momentos y los gratos recuerdos cuando observan su pasado y se cuelgan del retrovisor de la memoria. En el arcano vital siempre asoma aquello que nos hizo vivir y vibrar. Probablemente eso nos conecta con el afán de supervivencia. Es un modo de cauterizar el dolor, de someter lo traumático y encarar el futuro. La memoria del ciclismo, un deporte con tendencia al sufrimiento, a la épica y a los relatos hiperbólicos también padece numerosos episodios de amnesia colectiva y de olvido para enterrar sus propios traumas, los fantasmas que le persiguen y expiar los pecados.

En la década de los 90 del pasado siglo y los primeros años del 2000 sobresalieron la EPO, el dopaje y la trampa a gran escala. En los años salvajes reinó Lance Armstrong, epítome de los males del ciclismo cuando se supo que todo lo logrado era una mentira. En aquel tiempo de extraterrestres sobre bicicletas, sobresalía el magisterio de Manolo Saiz, director de la Once y el Liberty, a modo de contrapeso de la dictadura de Armstrong en el Tour, hasta que el cántabro cayó en desgracia. El técnico fue imputado en 2006 después de ser arrestado con 60.000 euros en metálico, cantidad que supuestamente correspondía al pago por los servicios prestados por la red de dopaje encabezada por Eufemiano Fuentes.

Cerrada en falso la operación Puerto, se convirtió en un proscrito, un personaje maldito y denostado en la élite del ciclismo. Nadie entre la aristocracia a la que perteneció quiso saber nada del cántabro, que desde su bajada a los infiernos siempre tuvo el deseo de volver. Se aferró Saiz al ciclismo aficionado, pero sus proyectos no encontraron la puerta al profesionalismo, objetivo que sigue anhelando. “Tengo esperanzas en que aparezca una empresa que le guste el ciclismo, que sepa apreciar que no todo lo que se dice es negro”, concedió el cántabro en un entrevista al diario Alerta.

En la biografía de Saiz es ineludible su protagonismo en la operación Puerto, acto central de su drama. Catorce años después preguntado si sus ciclistas recibieron ayudas biológicas para mejorar el rendimiento, Saiz lanza sin rubor la pelota sobre los corredores. “Son ellos los que deberían contestar”. En la entrevista también cuestionan al director sobre si tuvo conocimiento de que alguno de sus pupilos se sometiese a transfusiones de sangre mientras él mandaba. “Lo he dicho siempre y lo seguiré manteniendo toda mi vida. Mis equipos han sido los más limpios del ciclismo. Con eso me quedo”, enfatiza el exdirector de Once, Liberty, equipos que combatieron cara a cara a Armstrong. La frase de Saiz contiene en sí misma la defensa cínica de la defensa de sus actuaciones y el dedo acusador contra el resto de equipos en una era excesiva incluso para el ciclismo.

Aunque Saiz defiende la limpieza de sus equipos, el director fue imputado como cliente de la red de dopaje y no pudo eludir el juicio de la operación Puerto, la trama de dopaje en la que se incautaron casi un centenar de bolsas de sangre dispuestas para las transfusiones y numerosos productos dopantes además de la documentación necesaria para llevar a cabo los programas individualizados de dopaje, así como los métodos y sustancias necesarias para evitar dar positivo. Después de un largo proceso, los acusados fueron absueltos de un delito contra la salud pública puesto que el dopaje no se consideraba delito. De las identidades de las decenas de deportistas que fueron clientes de la red apenas se supo, aunque en la documentación que incautó la Guardia Civil se apilaban los nombres de al menos 58 ciclistas y muchos otros deportistas de élite, cuyas identidades nunca aparecieron.