MÁS que un equipo, en el Arkéa he encontrado una familia". Así, sintiéndose querido, resumió su felicidad Nairo Quintana (Boyacá, 4 de febrero de 1990), campeón del Tour de la Provenza -Owain Doull venció la cuarta y última etapa- después de anidar en el equipo francés tras una extensa biografía en el Movistar, su casa desde 2012 hasta 2019. Ahora, Quintana es el cabeza de familia en la mesa del Arkéa-Samsic, su hogar, que le ha otorgado el trono y plenos poderes. Es su reino. Nada que ver con aquel gobierno de cohabitación en el que debía compartir latifundio con Mikel Landa y Alejandro Valverde. Una fórmula que se demostró inestable y escasa. Del Movistar salieron Landa, vía al Bahrain, y Quintana. Ambos querían un equipo inquebrantable que gobernar a modo de religión monoteísta. En ese nuevo ecosistema, Quintana se siente importante, querido y líder único. Ha recuperado su mejor versión el colombiano, esa que deslumbró tiempo atrás.

Su exuberante ascensión del sábado al Mont Ventoux, -la meta estaba situada a 5 kilómetros de la cima-donde fijó una marca mejor que la que Marco Pantani grabó en el Tour de Francia de 1994, (28:12 por 28:20), emparentan a Quintana con el Nairo de la juventud, apagado en las últimas campañas, las del abrumador dominio de Chris Froome y sus herederos: Geraint Thomas y Egan Bernal. Al colombiano no le sonreía una victoria en una carrera por etapas desde que alzara el tridente de la Tirreno-Adriático en 2017. De aquello hace casi tres años. Su último triunfo databa del 24 de agosto de 2019, cuando se hizo con la segunda etapa de la Vuelta a España. Escalador puro, Quintana se reivindicó en la ascensión a la montaña del viento, la que Eolo convierte en un calvario de aspecto lunar. Un viaje al espacio en la Provenza.

En el gigante, Nairo fue Gülliver con un ataque al que solo contestó Sepp Kuss, hasta que el norteamericano, incapaz de continuar el respingo del líder del Arkéa, se resquebrajó frente al vuelo del colombiano. Desabrochado de los tiempos recientes, sin grilletes, dueño de su destino, redactor de su suerte, se rompió la camisa Quintana a 7,2 kilómetros en una aparición con su marca de agua. Con un vuelo lejano. Dejó su sello, el que deslumbró en el pasado, cuando Quintana significaba el ataque y el arrojo en las montañas. En su nueva piel, la misma que mostró cuando irrumpió en el escaparate, se proyectó el mejor Nairo en el Ventoux, donde dejó a enfriar el champán para el festejo de ayer envuelto en un maillot con reminiscencias de aquel de La Vie Claire, tejido con la inspiración provocada por la pintura de Mondrian. Con esa zamarra abrazándole en el Ventoux, Quintana apuntó que "esto da mucha felicidad y confianza. No solo para mí, sino para todo el equipo". "Sabíamos que podíamos hacer un buen trabajo y eso es lo que logramos hacer. Cuando tienes confianza y acompañan las piernas? hay muchas posibilidades de que el resultado sea bueno. Hicimos las cosas bien", radiografió Quintana sobre su victoria en una de las montañas sagradas del ciclismo.

Con 30 años en las alforjas, el colombiano, segundo en los nacionales de Colombia de contrarreloj, parece haber encontrado la válvula de escape necesaria para desplegarse de la mejor manera. Dichoso en su nuevo equipo, recuperado el estatus que demandó en sus últimas campañas en el Movistar, Quintana pretende seguir siendo un referente en las grandes vueltas, su hábitat natural. Campeón del Giro de Italia de 2014 y de la Vuelta a España de 2016, tres veces podio en el Tour de Francia, segundo en 2013 y 2015 y tercero en 2017, el colombiano quiere conquistar la Grande Boucle, su mayor obsesión. Emmanuel Hubert, mánager del Arkéa, tiene fe ciega en el colombiano y avisó tras la exhibición de su pupilo en el Ventoux: "Todavía está a un 15% de su mejor forma. Queda más por venir". "Que esta victoria sea el principio de una gran temporada", celebró Quintana tras su liberación.