bilbao - Alberto Berasategui irrumpió con fuerza en el tenis mundial en 1994. Su peculiar estilo le llevó a ganar siete títulos y a ser finalista de Roland Garros. Ahora está dedicado a sus labores empresariales, pero también figura en el organigrama organizativo del Mutua Madrid Open y colabora como analista con Movistar+. El tenista de Arrigorriaga repasa para DEIA parte de su carrera y analiza el presente del deporte que le llevó a la fama.

Se cumplen 25 años de su final en Roland Garros. ¿Le suele venir a la memoria?

-No demasiado. De hecho, ni me acordaba que había sido en 1994. De vez en cuando te vienen flashazos a la memoria porque realmente fue un logro muy importante y el mejor torneo que he jugado. Me habría gustado ganar, pero Sergi era el campeón y fue mejor aquel día.

¿Sentía que estaba marcando un hito para el tenis vasco?

-Pues en un principio, no demasiado. Venía de ganar varios torneos ese año, pero ni siquiera fui cabeza de serie en Roland Garros. Tenía 20 años y mi objetivo era ir cogiendo experiencia. No fue hasta que fui superando rondas cuando noté que estaba generando expectación. Fue algo bonito que, por desgracia, no se ha vuelto a repetir.

En aquel torneo, llegó a la final sin ceder un set y tras ganar a Magnus Larsson o Goran Ivanisevic, que le habían ganado en años anteriores.

-Sí, llegué con mucha confianza a Roland Garros y lo pude demostrar en la pista. Además, en tercera ronda gané a Yevgueny Kafelnikov, del que era un poco su bestia negra, y eso me elevó aún más la moral. Además, pude hacer partidos cortos y evitar los problemas de calambres que me perjudicaron durante mi carrera. En la final perdí los dos primeros sets, gané el tercero y pensé que podía dar más guerra, pero volvieron los calambres y no pude hacer nada en el cuarto.

¿Llegar a una final de Grand Slam cambia la forma de afrontar la profesión, la competición?

-Sí, claro. Yo ese año iba de tapado, sin demasiada presión, pero a partir de ese año parecía que si no llegabas a las semifinales en los torneos de tierra era un fracaso o significaba que habías dado un bajón de juego. Mentalmente, todo se hace más exigente porque tienes que manejar las expectativas y tu estado de forma.

¿Fue ese el mejor tenis de su carrera o cuando ganó en 1998 a Andre Agassi en octavos de final del Abierto de Australia?

-Pues yo creo que fue contra Agassi. Jugué espectacular y le remonté dos sets en contra. Había hecho muy buena preparación y pude jugar muy bien. Después en la gira de tierra gané a Thomas Muster en la final de Estoril, pero en Roland Garros se torcieron las cosas. En tercera ronda tuve un partido muy duro ante Dominik Hrbaty y lo acusé en octavos ante Hicham Arazi, que normalmente no debería haberme ganado.

En 1994 usted jugó también el Masters con los ocho mejores. Quizás se preguntó ¿qué hago yo aquí? al lado de leyendas como Sampras, Becker, Agassi o Edberg.

-Yo llegué de la gira suramericana de tierra y apenas tuve día y medio para adaptarme a la pista cubierta. Ellos venían de la gira europea de moqueta. Entre que el primer día me tocó con Agassi, que jugaba rapidísimo, y que nada más empezar me torcí el dedo gordo del pie, el torneo fue un poco fiasco, perdí claramente los tres partidos, pero fue la culminación a un año muy bueno.

Esos problemas físicos a los que ha aludido le llevaron a la retirada con 28 años, una edad en la que ahora muchos tenistas empiezan a sacar su mejor nivel. ¿Piensa que podía haber seguido más tiempo?

-En aquel momento lo tuve muy claro. Venía de una mala racha, acusaba mucho los partidos largos, había perdido ranking y mentalmente se me hizo muy duro. Además, no había los medios que tienen ahora los jugadores para la preparación y la recuperación. Con el tiempo sí me he arrepentido alguna vez porque quizás podía haber seguido más tiempo y haber remontado. Quizás no para llegar al Top 10 de nuevo, pero sí para ser competitivo y estar entre los 50 mejores. Pero tomé la decisión en el Godó de 2001 de que no iba a jugar más y no volví a hacerlo.

¿Algún tenista actual se le parece?

-Por estilo de juego, tan marcado como el que tenía yo con aquella empuñadura tan rara y cubriéndome tanto la derecha, hay pocos. Aunque por la complexión y la manera de afrontar los partidos, me puedo parecer a Diego Schwartzman, aunque nuestros estilos sean diferentes. Pero él es pequeño como yo y tiene que emplear armas que la mayoría de los jugadores de hoy en día no necesitan.

En su época no había jugadores que monopolizaran los grandes torneos. Había más aspirantes y más especialistas de cada superficie. En su década, la de los 90, ganaron Roland Garros siete jugadores distintos.

-Sí, entonces también el sistema de ranking era distinto y favorecía que hubiera estilos muy marcados y especialistas de tierra, de hierba, de cemento e, incluso, de moqueta, que aún se usaba. En tierra dominábamos los españoles y los argentinos, pero solo contaban tus catorce mejores torneos, daba igual dónde, y por eso muchos renunciábamos a jugar Grand Slams, como solía hacer yo en Wimbledon. Ahora eso ha cambiado para bien y tienes más oportunidades de ser mejor jugador. En Barcelona, donde yo entrenaba no había pistas cubiertas, pero eso ha evolucionado también. Los jugadores son mejores, juegan bien en cualquier superficie, aunque es verdad que muchos están cortados por el mismo patrón.