El Giro, de tan auténtico, es un trampantojo constante. Es ingobernable, más si cabe en medio de la tempestad, de la cortina de agua que laceró al pelotón, temeroso sobre un asfalto que supuraba ríos y nervios, una pista de patinaje nada artística. En días oscuros, decorado el cielo de gris marengo, la lluvia ametrallando el recorrido, los frenos de disco gritaban su histeria a modo del grito de Munch.

Era un aviso, el eco que susurraba las caídas. Cuando la lluvia apresó el día, impregnando de agua cada palmo del recorrido, se sabía que algo iba a ocurrir, pero se desconocía cuándo, cómo, dónde y a quién señalaría el suceso. El azar y sus tics, indescifrables, repartieron números en la carnicería. Ruleta rusa en un día de perros.

La lluvia de caídas arrastró a muchos por el suelo. Remco Evenepoel, que parecía intocable, cogió dos números, a Primoz Roglic también le tocó la mala suerte. Igual que a Cavendish. No hace distinciones el mal fario, que redactó una jornada repleta de incidentes, una oda al caos. Una locura.

La supervivencia como único salvavidas en una huida hacia delante. Evenepoel y Roglic siguen en carrera tras el susto. Ese fue el mejor de los laureles en un día en el que venció Kaden Groves en un esprint con caída y en el que Andreas Leknessund siguió de rosa.

Un perro provoca la caída

En el Giro, –el cielo desplomado, lloraba lagrimones gordos, en cascada, como una tragedia griega– el efecto mariposa es el poder del perro, pequeño, mestizo y juguetón. Sin correa ni collar. Anárquico. Perro callejero. Siempre hay un perro que cruza la carretera, que no tiene dueño en ese momento. No es el perro de Pavlov. Es libre y se pasea.

Probablemente el dueño del perro no aparecerá en una semana o tal vez más. El can, con su instinto, atravesó la carretera y a la Corsa rosa se le puso el color de luto del chubasquero que cubría a Evenepoel. En medio del aguacero, el perro rondó por el asfalto y se desencadenó el caos. Una página de sucesos.

El perro que provocó la caída de Evenepoel

El perro que provocó la caída de Evenepoel Eurosport

Ballerini golpeó al perro, que salió ileso, feliz, ajeno a todo. Por culpa del impacto, un bidón de la bici del italiano se cayó al suelo. Evenepoel, forrado de ropa, una buen blindaje para una caída, pisó la ponchera y se fue al suelo. Efecto dominó. La maldición del arcoíris. El campeón del mundo, dolorido, se quedó en el arcén mientras sonaron las alarmas del Giro.

Fue atendido de inmediato el belga, con rasguños en la carrocería. Sus mosqueteros le ayudaron a incorporarse a la carrera con el cuerpo dolorido mientras el pelotón, advertido del accidente, aguardó el regreso de Evenepoel, que no es líder, ese honor corresponde a Leknessund, pero es un general.

El pelotón espera a Evenepoel

La tropa esperó a que el belga pasara revista. Aunque el golpe no tuvo mayor trascendencia, el susto permaneció adherido en la piel de Remco, que elevó el pulgar en señal de buena nueva. Acto reflejo. Cómo gestione mentalmente la caída y si esta le deja huella, se resolverá en los próximos días. De momento, Evenepoel comprendió que no es intocable. La vulnerabilidad siempre produce desazón.

Después del instante en el que se asustó el Giro, se instaló la calma y se redujeron las pulsaciones. Fue un espejismo. Evenepoel se cayó al comienzo del día y al final. No era su día, pero pudo contarlo. Se distrajo en la aproximación al esprint, se giró y rodó por el suelo. De nuevo sentado sobre el asfalto. Maldiciendo. Gesticulando.

Él provocó su propia caída. El belga tiene arrebatos incomprensibles. Le rescató que la caída se produjo dentro de los últimos 3 kilómetros, protegidos a efectos contables. Su retraso no tuvo consecuencias. Llegó charlando, señalándose el codo y la cadera derechas.

Caída de Roglic

Roglic tuvo que darse prisa. Otra vez en medio de caída. El esloveno dejó dos Tours y una Vuelta antes de tiempo pinzado por feas caídas. En el Giro no pudo esquivar el sino que le persigue. También se vio envuelto en una caída a 6.5 kilómetros de la llegada en Salerno.

Afortunadamente, lejos de episodios anteriores, el esloveno reaccionó rápido en medio de la montonera. Cambió de bici y tomó la de Sam Oomen. Enlazó con el grupo cabecero, el que esquivó el incidente y en el que rodaba aliviado Evenepoel antes de caer otra vez.

Cavendish, en el suelo tras caer en el esprint. Afp

Cavendish, al suelo

Se atemperó mínimamente la histeria colectiva hasta que el esprint se convirtió en una estampida con los guepardos de la velocidad peleándose por la presa de la victoria. En esa danza infernal, Dainese, que pujaba por el triunfo, hizo el afilador con Cavendish, que atravesó la meta arrastrándose por el suelo. Descontrolado, se llevó por delante a Vendrame, que acabó en camilla. En la llegada solo Kaden Groves, vencedor por delante de Milan y Pedersen parecía feliz.

Los sanitarios llevan en camilla a Vendrame Afp

El incidente del perro, que tenía aspecto de anécdota, solo fue el aleteo de la mariposa. El inicio. Entre la primera caída de Evenepoel y la segunda, respiró la carrera, que quiere al belga, a modo de reclamo. De hecho, el recorrido, con 71 kilómetros de crono, la especialidad que ama Evenepoel, fueron fundamentales para seducir al Pequeño Merckx.

A Zoccarato, Champion y Gandin, fugados antes del incidente del perro, el parón les alegró el día. Ocuparon más minutos en la parrilla televisiva y recibieron numerosos aplausos, aunque no se libraron del aguacero, persistente, sin descanso. Mantenerse en equilibrio era una victoria.

Hasta una moto de la organización padeció un accidente. Rodó con tiento el pelotón para alejarse en lo posible del riesgo provocado por la tormenta, pero el caos, instigado por la lluvia, tenía sus propios planes. Cumplió su misión. Agarró al Giro y lo arrastró por los suelos.