Tottenham0

Liverpool2

TOTTENHAM: Lloris; Trippier, Alderweireld, Vertonghen, Rose; Sissoko (Min. 74, Dier), Winks (Min. 66, Moura), Eriksen, Alli (Min. 81, Llorente), Son; y Kane.

LIVERPOOL: Alisson; Alexander-Arnold, Matip, Van Dijk, Robertson; Fabinho, Henderson, Wijnaldun (Min. 62, Milner); Salah, Mané (Min. 90, Joe Gomez) y Firmino (Min. 58, Origi).

Goles: 0-1: Min. 2; Salah de penalti. 0-2: Min. 88; Origi.

Árbitro: Damir Skomina (Eslovenia). No mostró ni una sola cartulina amarilla.

Incidencias: Lleno en el Wanda Metropolitano para presenciar la final de la Champions League del curso 2018-19 entre el Tottenham y el Liverpool. Antes del inicio del encuentro se guardó un minuto de silencio en memoria de José Antonio Reyes.

Ni tan siquiera Jurgen Klopp, el estratega, una especie de hombre milagro que hace de oro todo o casi todo lo que toca, imaginó en su pizarra un escenario mejor que el que le deparó el primer minuto de juego de la final de la Champions que enfrentó a su Liverpool con el Tottenham de Mauricio Pochettino, otro entrenador de los que crean escuela. Tampoco entre los muchos escenarios que dibujó el argentino en su mente asomaba la posibilidad de que Sissoko, todo un campeón del mundo, decidiera entrar, vaya usted a saber por qué motivo, con el brazo extendido dentro del área y rechazar el pase de Mané. Todo un sin sentido. Como lo fue también que Damir Skomina, uno de los mejores colegiados, al menos para la UEFA, ni se acercara a observar la repetición de la acción en la pantalla del VAR, pues el balón pareció tocar primero en el pecho del futbolista francés antes de golpear en su brazo derecho. Sin noticias de sus colegas del vídeo arbitraje, se mantuvo firme en su decisión inicial y Salah adelantó al Liverpool desde los once metros tras fusilar a Lloris, que acertó la intención del egipcio pero no fue capaz de sacar el brazo para desviar el balón.

Así se fraguó la conquista de la primera Champions de Klopp, que se quitó el Sambenito de técnico perdedor tras caer en 2013 ante el Bayern Múnich con el Borussia Dortmund y el año pasado ante el Real Madrid con el conjunto red. La misma suerte que corrió anoche Pochettino, que tal vez deba cambiar de aires para aspirar a cotas mayores como la Liga de Campeones, que son palabras mayores.

El tempranero gol le dio más argumentos para el Liverpool para buscar su juego vertiginoso, el que le condujo hasta la gran final, como el año pasado ante el todopoderoso Madrid, pero con la enorme diferencia de que ayer no se vistió de corto ni se puso los guantes Karius, el portero desastre que arruinó la temporada de los reds hace un año y que prefirió declinar la invitación del club que le paga -juega cedido en el Besiktas- y no acompañar a la expedición en la capital española para no desconcertar al resto de sus compañeros. Una jugada maestra, sin duda.

No tuvo que esforzarse demasiado en defensa el Liverpool en la primera mitad para frenar las acometidas de su rival, incapaz de poner una marcha más en su juego de ataque. Solo Son, y a cuentagotas, trató de encarar a su par, objetivo que logró en contadas ocasiones, y cuando lo hizo, nunca encontró ningún socio. Kane, en su primer partido en dos meses -cayó lesionado el 9 de abril-, fue una sombra de sí mismo. Pagó su falta de ritmo y, aunque el Tottenham fue capaz de eliminar a Manchester City y Ajax camino de la finalísima, su no comparecencia estando ya totalmente recuperado de los problemas en su tobillo era una opción que nadie contemplaba.

Así, sin apuros en atrás, bien resguardada la portería de Alisson, el conjunto red pudo poner sobre el verde sus mejores virtudes, la presión elevada y la intensidad, cuestión esta última en la que superó con creces a su rival. Es cierto que no dispuso de excesivas aproximaciones de peligro, pero le bastó con buscar en largo a Mané y Salah desde las botas de Van Dijk para mantener a raya a su rival. Cuando buscar la espalda de la zaga no fue viable, las subidas de los laterales Alexander-Arnold y Robertson se convirtieron en amenaza para el Tottenham, que perdió un sinfín de balones cerca de su área ante la presión del Liverpool. A las puertas del descanso, Lloris tuvo que intervenir para desviar un potente zurdazo de Robertson a córner. En el área contraria, las únicas apariciones de Alisson fueron para despejar de puños algún córner y para iniciar el juego de los suyos desde atrás. Poco más.

la reacción infructuosa A diferencia de lo sucedido en la recordadísima final de Estambul, en la que el Liverpool llegó 3-0 abajo en el marcador y le dio la vuelta al marcador en la segunda mitad, ayer sus aficionados no tuvieron que apelar al siempre emotivo You’ll never walk alone para espolear a los suyos, que mantuvieron la misma intensidad a la vuelta de vestuarios. El encuentro creció entonces en emoción, con el Tottenham más decidido a atacar, pero con los mismos problemas de la primera mitad. Con Son solo en la batalla, Kane apenas contactó un puñado de balones y Alli y Eriksen pasaron desapercibidos totalmente.

Las intenciones de los londinenses parecían mejores, pero las dos primeras ocasiones llevaron la firma red. Primero, Fabinho con un disparo rechazado y después un peligroso centro de Robertson, un puñal por banda izquierda todo el partido, que obligó a Lloris a lucir sus mejores reflejos para anticiparse a Mané. Son, quién sino, puso la réplica, pero su disparo se marchó a córner. Por alguna extraña razón, Pochettino aguardó hasta el minuto 66 para dar entrada a Lucas Moura, que aportó más dinamismo en ataque, aunque insuficiente como para batir a Alisson. Algo que sí estuvo a punto de lograr en la portería contraria Milner, que finalizó una buena contra de su equipo con un disparo desde la frontal del área que se marchó lamiendo el palo.

Al portero brasileño del Liverpool le tocó ponerse el mono de trabajo, que tampoco acabó muy manchado, en la recta final del encuentro, el momento en el que más apuros pasaron los reds. Los dos avisos más serios del Tottenham llegaron a diez minutos del final, mientras Llorente se ajustaba las medias para entrar al terreno de juego. Algo tarde quizá.

Lo fue, pues desde la entrada del de Rincón de Soto los londinenses únicamente dispusieron de un disparo de falta que Alisson mandó a córner con una buena estirada. Eso fue antes de que Origi, el autor del gol que ridiculizó al Barcelona en las semifinales, marcara el segundo y sentenciara un partido que el Liverpool ganó con todo merecimiento, demostrando que es más equipo que el Tottenham. Llorente, que aseguró en la previa que el fútbol le debía una Champions, tendrá que esperar. Como todo el Tottenham. Vuelve la leyenda.