Atraídos por la mística de Madonna del Ghisallo, patrona de los ciclistas desde que el Papa Pío XII bendijera en 1948 a la virgen por la peregrinación de los aficionados, que le rezaban por la salud de los corredores, Il Lombardia se agitó como un enjambre de fieles y creyentes en búsqueda del Nirvana desde el célebre lago Como. La fe mueve montañas y las subidas que tachonan la clásica de las hojas muertas fueron una señuelo para la huida inicial. A medida que las hojas del otoño bailaban su danza caduca, la fuga se fue acogotando, achicadas las fuerzas entre chepas, barridas las voluntades. La de Landa se la tragó un año revirado. La de Tadej Pogacar no hay quién la tumbe. En un curso exuberante, el hombre delgado que no flaqueará jamás, sumó otra estrella a su pechera de general. La 13ª del curso.

Colosal, el esloveno escribió otro párrafo de oro para la historia del ciclismo. Conquistó Il Lombardia, donde debutaba, después de abrumar a Masnada, el hombre que le sostuvo la mirada. El resto de favoritos, enredados en los cálculos, se tacharon cuando dejaron volar al prodigio esloveno. “Pensé que alguien me seguiría, pero no fue así y seguí en solitario”, estableció Pogacar, siempre hambriento, competidor voraz. El esloveno firmó otra exhibición grandiosa para inscribir su nombre en el segundo Monumento del curso tras el que talló en Lieja el mismo año en el que mandó en los Campos Elíseos de París. Solo Merckx, un campeón para la memoria, logró la hazaña antes que el esloveno. El belga, Hinault y Coppi unieron París y Lombardía. Lo mismo que Pogacar, un ciclista que corre hacia la leyenda.

Resoplaba en lontananza el Passo di Ganda. Roglic y Alaphilippe pasaron por la sastrería para atusarse. Il Lombardia elevó la temperatura. Incandescente después de tantos fogonazos. En la ascensión emergió Nibali, ajado por el tiempo pero con el orgullo intacto de los mejores tiempos. El viejo campeón anunció al Mesías: Pogacar. A Evenepoel, al que aún le reverbera en la memoria la tremenda caída en la que se rompió la pelvis en la pasada edición de la carrera, el disparo de Nibali le desangró. Penitente. Pogacar estalló a 36 kilómetros de meta. Se desempolvó. Brillante, puro fulgor montaña arriba. El resto de favoritos se miró. La condescendía les traicionó. Pogacar tomó una renta de medio minuto. Sonó la alarma, conscientes los otros favoritos que Pogacar nunca duda. No negocia. Adam Yates, Alaphilippe, Bardet, Roglic, Valverde, Woods, Gaudu, Masnada y Vingegaard se apresuraron. En la cima, el campeón del Tour manejaba el mismo crédito. En el descenso, Masnada, alfil de Alaphilippe, se encorajinó. Pogacar, que está hecho de valentía, del material del que se forjan los sueños, acumuló más arena en su reloj. Entre el resto de la nobleza se masticaba el tiempo, tamborileando los dedos sobre la mesa de la guerra de nervios. Eso les perdió.

POGACAR NO PERDONA

Vingegaard, escudero de Roglic, comandó el descenso. Las herraduras le daban suerte a Pogacar en una bajada con el asfalto decrépito y parcheado que asustó a Masnada y Vingegaard. El italiano tocó el hombro del esloveno. La distancia se mantenía intacta con el club de los nobles. Pogacar y Masnada se juntaron. Hombres libres. Alaphilippe, con Masnada en el bolsillo de Pogacar, se repantingó en el chaise longue. Pogacar mostró el codo al italiano para que colaborase. Masnada optó por la huelga. No protestó el esloveno, que siguió a lo suyo. El resto de candidatos, enredados en un laberinto de intereses, se hicieron un nudo.

Masnada, alumno de la escuela italiana, se asemejó a esos pajarillos que se suben en la chepa de un rinoceronte.

Se posó sobre el gigante Pogacar, un ciclista de otra dimensión, y disfrutó de las vistas camino de Bérgamo. Un minuto por detrás, se amotinó Bardet. Tarde. Alaphilippe, Woods y Valverde le siguieron. Padecieron Yates y Roglic, a los que les dolió el repecho. Después se vengaron. En la alfombra de hojas muertas, Masnada trató de dislocar a Pogacar. El esloveno, efervescente, febril y rabioso le aplastó. Imperial, gritó su conquista tras unir la primavera de Lieja, el verano del Tour y el otoño de Il Lombardia. Un ciclista de otra época. Pogacar es el campeón de todas estaciones.