Al campeonato de Europa, un invento muy reciente y con aspecto de plástico fino, artificial hasta cierto punto, con menos costura que la propia Unión Europea, que es un patchwork de intereses y banderas muchas veces enfrentadas, le otorgó altura Tadej Pogacar, el muchacho de oro del ciclismo. El esloveno y su púrpura, obtenida por segunda vez consecutiva en el grandilocuente Tour, concedieron a la carrera cierto estatus de vellocino de oro, o al menos de trofeo reconfortante. La prueba puede considerarse como un ejercicio de rodillo previo al Mundial; el título deseado, una obsesión arcoíris que sitúa en la historia a quien lo gana. En Trento, alrededor del prodigio esloveno, se elevó el Europeo que agarró Sonny Colbrelli, el cuarto para Italia. El velocista, campeón de su país, derrotó a Remco Evenepoel, probablemente el más fuerte, pero no el más rápido. Colbrelli, que soportó la descarga eléctrica del belga en Povo, la colina que determinó el destino del Europeo, remató sin piedad a Evenepoel en el cara a cara. El belga encajó pésimamente la derrota. Mal perdedor. Sentado el suelo sobre la hiel amarga, hizo un corte de mangas. Un gesto vergonzoso y que rebaja su ascendente varios peldaños. Antes de esa escena, se quedó Cosnefroy, bronce. Colbrelli, que tiene el nombre del protagonista de Miami Vice, aquel detective pintón llamado Sony Crockett que conducía un Ferrari, desató la potencia y el caballaje para domesticar a Evenepoel. Cavallino rampante. El triunfo de Colbrelli hiló la cuarta victoria consecutiva de Italia en el Europeo, convertido en una tradición para el país. Trentin, Viviani, Nizzolo y Colbrelli son sus embajadores. Europa parla italiano.

La carrera se encorajinó una vez se cruzó el meridiano. Pogacar fue el paso fronterizo entre los fuegos de artificios, donde aún resonaba el cascabel de la selección española, y el duelo con balas de plata. Nada se supo del equipo español cuando la prueba adquirió decibelios, sin brújula en el frenesí de la carrera. Con la subida a Povo a modo de Rubicón, se quedó en los huesos la armadura de Mikel Landa. Trentin, impulsivo, abrió las compuertas a la locura de una competición con el espíritu libre, con ese punto de caos que bambolea las emociones. Pogacar, Evenepoel, Hirschi, Hermans, Hoelgaard, Cosnefroy, Colbrelli, Trentin y Sivakov se hermanaron delante. Les perseguía un grupo con Bardet, Almeida, Campenaerts, Mollema y otros. Nunca les alcanzaron. Demasiados vatios. Evenepoel se esposó a Pogacar. Unidos los hombres llegados del futuro. Hermans era el peón de Evenepoel.

Entre los italianos la jerarquía no estaba clara. En Italia, tan proclive al drama, la ironía, el sarcasmo y la hipérbole, todo es discutible. Dos velocistas competían. Trentin y Colbrelli. En Bélgica no existía debate. Hermans era el caballo de tiro para Evenepoel. Sivakov, Hirschi, Cosnefroy, Hoelgaard y Pogacar solo tenían ojos para sí mismos.

En Povo, entre viñedos al sol, se agitó Sivakov. Fue el anuncio de la batalla. El desgarro del Europeo. Evenepoel, un muelle, percutió de inmediato. Cosnefroy y Colbrelli se engancharon a la rebelión del belga. A Pogacar le rasgó la violencia del movimiento. Hirschi también padeció. Pogacar capituló. Igual que el resto. Colbrelli silbaba su felicidad. El italiano corría en casa y era el más rápido. Evenepoel imaginaba el regreso al Povo por última vez. Cosnefroy, clasicómano, poderoso, jadeaba. Boquiabierto, se derritió antes de asomarse a la colina. Fundido por la central de vatios de Evenepoel. Colbrelli rezó en Povo, un calvario alentado por el fogoso belga. “Me ha hecho sufrir”, expuso el nuevo campeón. El italiano supo agarrarse a la agonía para estallar en meta. Hombre bala.

SIN PIEDAD

Giró el cuello Evenepoel por primera vez. Colbrelli, ajeno a las peticiones del belga, continuó ahorrando. Racaneó pedaladas. No quería que el viento le diera en la cara. El belga habló por los codos. Le pidió relevo. Colbrelli respondió con un trago de agua. Harto del tacticismo del italiano, Evenepoel agitó el brazo exigiendo colaboración. En un túnel, Colbrelli le concedió un respiro antes de parapetarse otra vez en su grupa, cómodo en el nido belga. Vis a vis. Miradas de desconfianza. Bizqueo en el corazón de Trento. Colbrelli no se alteró en un final de alta tensión. Recorrió el último kilómetro sobre los hombros de Remco, que se sabía ejecutado al esprint. Colbrelli se ajustó las zapatillas mientras el belga no dejaba de girar la vista para situar el velocista italiano, repantingado en el mullido sofá de la superioridad. Colbrelli adelantó a Evenepoel en la curva definitiva antes de embocar la recta de la gloria. Arrancó y al belga le quedó la rabia. Derrotado, en el suelo, se quitó la bici de encima porque no pudo tachar al italiano, al que le dedicó un corte de mangas de frustración. Colbrelli doma al iracundo Evenepoel en el Europeo.