Alex Aranburu (19 de septiembre de 1995, Ezkio-Itxaso) es talento puro. Y por lo visto hasta ahora tiene todas las cualidades necesarias para convertirse en un clasicómano de pedigrí. Lo volvió a demostrar ayer martes camino de Sestao, donde remachó un primer ataque de Omar Fraile, su compañero en el Astana. La felicidad de ambos al cruzar la línea de meta era inmensa. No es para menos. Aranburu ha empezado 2021 como un cohete y, por ahora, a los 25 años de edad, da la impresión de que su margen de mejora es considerable.

"Todavía tengo mucho que aprender, pero creo que estoy dando pasos adelante año tras año", argumentaba el ciclista guipuzcoano recientemente a este periódico. Antes de repetir la séptima posición en la Milán-San Remo que protagonizó el pasado curso. Después de casi 300 kilómetros, Aranburu llegó entre los mejores en vía Roma. Solo el ganador Jasper Stuyven, Caleb Ewan, Wout van Aert, Peter Sagan, Mathieu van der Poel y Michael Matthews superaron al de Ezkio. Algo parecido le ocurrió en la Tirreno-Adriático una semana antes, donde el de Astana terminó quinto. Con repasar los ciclistas que acabaron por delante de él -Alaphilippe, Van der Poel, Pogacar y Van Aert- uno se hace una idea de que Aranburu ya se codea con los grandes campeones.

Pero él tampoco se considera un clasicómano. O al menos no responde al arquetipo que entiende como un especialista en clásicas. "Me falta peso y potencia. No sé si soy clasicómano porque no soy un ciclista grande con peso. Normalmente, paso los puertos de no más de 15-20 minutos y soy rápido en grupos de 20-30, tengo opciones. Por eso las clásicas me vienen bien", aseguraba a DEIA hace poco más de un mes, poco después de terminar sexto en la Omloop.

En Sestao, Aranburu firmó la victoria más importante de su carrera. Aunque en dos ocasiones, en las filas del Caja Rural -fichó por el Astana en 2020-, rozó el palo en la Vuelta. Fue en la edición de 2019, con sendos segundos puestos, en las etapas de Bilbao e Igualada. Ayer cantó bingo.