Nada se le escapa al joven Tadej Pogacar (21 de septiembre de 1998, Komenda, Eslovenia), la supernova del ciclismo, reciente vencedor del UAE Tour, donde también se embolsó una etapa tras dominar la carrera a su antojo. El esloveno asusta desde febrero. Corre pensando en París, pero se entretiene recolectado triunfos. El radar de Pogacar para dar con la victoria resulta magnífico. Desde que asomara en el profesionalismo, en 2019, el viaje de Pogacar se antoja tan veloz como voraz. Alucinante. No falla el esloveno, cuya hoja de servicios es un currículo de absoluta excelencia. Un tiro, un muerto. Francotirador. Cada vez que viste de líder lo es al final. En sus vitrinas descansan los laureles de la Vuelta al Algarve (2019), el Tour de California (2019), la Volta a la Comunitat Valenciana (2020), el Tour de Francia (2020) y la pasada semana el UAE Tour.

Su idilio comenzó en 2019 en Portugal. Vistió de líder el joven esloveno y celebró la victoria final. Pogacar fue el mejor de la Volta al Algarve. Repitió secuencia en el Tour de California ese mismo año. Para entonces, el esloveno era un firme promesa, un ciclista para el futuro. Remató el curso con el podio en la Vuelta a España después de completar varias exhibiciones. Alzó los brazos en Cortals d'Encamp, Los Machucos y en la Plataforma de Gredos. Ese torrencial poderío fue su presentación en sociedad. El esloveno provocó asombro. En las carreras por etapas que disputó, su peor puesto fue el 13º. Aviso para navegantes. Completado un estupendo 2019, Pogacar continuó su estratosférico vuelo. Inalcanzable. Lo que parecía el muchacho del porvenir, apenas un veinteañero, era un muro de realidad de la piedra más sólida. En constante progresión, Pogacar siguió creciendo, expandiéndose.

La pasada campaña alcanzó la gloria en la Volta a la Comunitat Valenciana del mismo modo. Vistió de líder y sumó la carrera a su palmarés. Es su estilo. Después se apagó el ciclismo. Mudo, en silencio. La pandemia del coronavirus deforestó el calendario ciclista, en los huesos, sin apenas músculo ni esperanza de la que colgarse. La campaña se encogió al máximo, pero incluso en un escenario así, se agigantó la figura de Pogacar. Antes del apagón logró la segunda plaza en el UAE Tour y una vez reabierto el curso fue cuarto en el Dauphiné. Con todo, su mejor interpretación la completó en el Tour de Francia. El esloveno enroscó tres triunfos de etapa y descargó todo su talento en la crono decisiva a La Planche des Belles Filles, donde volteó el Tour con una sacudida eléctrica descomunal sobre Primoz Roglic, al que hizo palidecer. Pogacar remontó a su compatriota y se pintó la piel de amarillo el penúltimo día de carrera. El esloveno reinó en los Campos Elíseos de París.

Desde ese preciso instante Pogacar mutó en fenómeno mundial. Desde ese pasaje para la historia, el esloveno se ha instalado en la alta aristocracia del ciclismo. Es el ciclista a batir. A pesar del extra de presión que no soportaba en el Tour, Pogacar continúa ofreciendo su perfil más fotogénico y una capacidad competitiva sin parangón. El joven esloveno tiene el colmillo retorcido. Dispuesto a morder, jamás suelta la presa. En su primera inmersión, en la arena del desierto, el esloveno mostró una vez su letal instinto. Despachó la oposición del Ineos de Adam Yates y una vez coronado en la etapa reina, gestionó los hilos de la carrera a su antojo. Vestido de rojo, el color del mejor en el UAE Tour, completó su tradición venciendo la carrera tras pasar por la sastrería del liderato. Líder y campeón. Tadej Pogacar no hace prisioneros.