bilbao - En los días que no se espera nada salvo la rutina, ocurre todo. “Ha sido un día histórico, una crono de 200 kilómetros. Después de 17 años de profesional nunca había hecho una etapa así. Han sido 220 kilómetros de ataque continuo”, describió Philippe Gilbert, rey en el caos, en una etapa con una media de 50 km/h. Un terremoto sacudió la Vuelta y la zarandeó con saña. Sin previo aviso. El movimiento sísmico tuvo su epicentro entre Aranda de Duero y Guadalajara, el día después del descanso. Heinrich Haussler olisquea entre las nubes y pronosticó el caos. Rugía feroz el viento. Eolo desmelenó los árboles, que pierden hojas porque el otoño las reclama. Aún es verano y todos ven una recta larguísima, de 219 kilómetros que pasear, pero el viento les advierte. Las ráfagas acechan sin descanso. Los días en los que nunca pasa nada se convierten en una página de sucesos. Como esos vecinos modélicos, agradables y educados en los que nadie repara hasta que acaban en la cárcel. “Nadie podía imaginarlo, era normal”. Todo lo es hasta que deja de serlo. El aleteo de la mariposa en Aranda de Duero fue un huracán en Guadalajara. El viento, tenaz, revoltoso y juguetón, caprichoso, puso el ventilador de la Vuelta en marcha, que se enmaraña en una locura.

Fue un estallido. Una explosión. Día de furia. El viento se alió con la anarquía. Reventó el dique de contención y la Vuelta entró en otra dimensión, donde no se suponía. Entre la ira y el viento, Nairo Quintana recuperó 5:18 respecto a Primoz Roglic, el líder que celebró el empuje del Astana. El colombiano es segundo en la general, a 2:18 del esloveno tras superar a Valverde y desplazar a Pogacar. A Quintana le llevó en volandas el destino y los caballos de tiro del Deceuninck, el Sunweb y el Movistar, unidos en cabeza en una etapa loca y acalorada por los abanicos. En ese hábitat hostil, Roglic se encomendó al ejército de salvación. El Jumbo tuvo que plegarse apolillado por una persecución frenética. También el Emirates de Tadej Pogacar. “Fue una locura”, apuntó. Solo el Astana de Miguel Ángel López -Supermán fue sancionado con diez segundos por un relevo ilegal con Fuglsang, también multado- pudo paliar el hundimiento. El entresijo de intereses que hicieron volar a Quintana sirvieron como refugio a Roglic.

El cohete se disparó y todo fue un frenesí hostigado por la manada del Deceuninck, felices chapoteando en los abanicos. Los belgas metieron a todo el equipo en un corte alucinante, con 47 integrantes. Entre ellos, sobresalían Quintana, Kelderman y Knox en el frontispicio de la general. Gilbert, Bennett y Jakobsen pensaban en la gloria del jornalero. En ese entramado, el Movistar, el Sunweb y el Deceuninck se fusionaron. Corrieron como una unidad. Intereses compartidos y pulgares arriba. A plena potencia. Un tren a toda velocidad. El viento empujaba la ambición desatada por la muchachada de Patrick Lefevere. Las alarmas se encendieron de inmediato en los aposentos de Roglic, que controlaba a Valverde, pero no a Quintana. Fue su error. Apurado el líder, silbaba Valverde, que contaba con el escudo de Soler y Pedrero. A la expectativa. Pogacar y López, observaban el sacrificio del Jumbo. A la tropa de Roglic no le alcanzaba para soportar el empuje de tres formaciones hermanadas, sedientas y el colmillo afilado. “Me equivoqué: no estuve donde tenía que estar. Debería haber estado en la primera línea del pelotón. El equipo me salvó con un gran esfuerzo y gracias a ellos mantengo una buena posición”, reconoció el esloveno.

El Jumbo se desgajaba en una persecución desmoralizante. No solo no recortaban las diferencias, que no tardaron en irse por encima de los tres minutos, es que ni tan siquiera pudieron mantenerlas. La triple alianza de los fugados, un cuarto de pelotón, no daba tregua. Los lanceros del Deceuninck, un equipo al que le gusta manosear el viento, estaban desatados, con la caballería relinchando al galope. Movistar disponía de varios estajanovistas para dar cobertura a los belgas, al igual que el Sunweb, que contaba con distintos braceros en el tablero. Movistar pretendía el jaque de Roglic, que fue perdiendo peones en el ajedrez, convertido por la inusitada velocidad -la carrera circuló con una hora de adelanto-, en una partida de damas. En ese pulso demencial, el pelotón de los jerarcas se quedó en los huesos. Apenas una treintena de corredores soportaba entre jadeos en una jornada que dejó boquiabiertos a muchos.

el poder del astana Ante semejante panorama, el Emirates se sumó al esfuerzo del Jumbo para preservar a Pogacar, que era tercero en la general. La sociedad creada aún daba pérdidas. El grupo delantero disponía de más caballaje. Movía más vatios. Llegó un momento en el que la distancia entre unos y otros rozó los seis minutos. En esa idea de aislar a Roglic, al que el viento se le llevó el equipo, el Movistar quemó los cartuchos de Soler y Pedrero para recluir a Roglic a una isla desierta. Movistar aceleraba por delante y por detrás. El líder lacónico se quedó solo. Sin una mirada cómplice. El Jumbo era él y sus circunstancias. Pogacar tampoco disponía de más despensa. Valverde sonreía. La Vuelta se tambaleaba.

El desastre merodeó a Roglic, con cara de Froome en Sabiñánigo, pero asomó el poderoso Astana. “Astana le ha salvado el maillot a Roglic totalmente, pero aquí cada uno ha de luchar por lo suyo”, estableció Valverde. Los kazajos disponen de un equipo formidable, lo mismo en la montaña que en el llano. El viento tampoco les asusta. Aunque no pudieron estar en el corte que desangró la etapa, conservaron el voltaje suficiente para el final. Luis León Sánchez, que sí enganchó en el amanecer, se dejó caer al grupo perseguidor, de sirenas encendidas y prisas en llamas. El Astana era el último bastión. La resistencia. Irreductibles, piel guerrera, Cataldo, Fuglsang, Ion Izagirre y Luis León evitaron el colapso. Fueron la fuerza de choque de López, que sueña con voltear la Vuelta en las montañosas que restan. El ímpetu del Astana provocó que Nairo no rascará aún más tiempo. El colombiano, en carroza, observó el despegue de Bennett y el remate de Gilbert en Guadalajara. Allí, Roglic se felicitó por haber sobrevivido. “Ha sido un día duro. Hemos perdido una batalla, pero no la guerra. Nunca sentí que estuviera perdiendo la Vuelta”, resumió el líder el día que el viento trajo de vuelta a Quintana.