bilbao - La tormenta que azotó Cortals d’Encamp fue mayúscula, una oda a la tormenta perfecta, colérica, desatada la naturaleza con esa magnitud que hace ridículo al ser humano, convertido en un guiñapo ante la virulencia del temporal. El cielo, despiadado, apedreó la Vuelta con rabia. Granizó con saña. Un bombardeo. Día de furia. Lluvia de proyectiles. Un rayo partió las vistas de la carrera. Dejó la carrera sin señal. Cegó la emisión de la televisión. La Vuelta daba palos de ciego. Un apagón extraordinario. La oscuridad total. En ese tiempo, Miguel Ángel López, una luminaria, el farero del día, se fue al suelo después de que elevara el orgullo con un ataque en La Comella en dos actos formidables cuando restaban más de 19 kilómetros para la meta. Se alió Supermán con Gorka Izagirre primero y con Fuglsang, después. Dos sherpas estupendos al servicio de López. El colombiano sumó una renta interesante. Por detrás, Quintana, Valverde, Roglic y Pogacar perseguían el descaro de López, feliz en su travesía hasta que le visitó el mal fario en le tramo de tierra que unía las dos últimas cumbres.

El colombiano se fue al suelo en Engolasters. Eso no se vio. Se supo. Lo mismo le ocurrió a Roglic. Los dos revolcados en el sterrato. Con la tele alumbrando, olvidado el barro en Cortals d’Encamp, Tadej Pogacar se puso en pie en la Vuelta con un triunfo magnífico que situó a Quintana, segundo, como nuevo líder. El colombiano logró una cosecha de 25 segundos sobre Roglic, al que aventaja en seis en la general. Miguel Ángel López, que perdió 38 segundos en la cima, es tercero, a 17 de Quintana. Valverde, que entró tiritando, es cuarto, a 20 segundos de su compañero. “Hemos intentado correr al ataque para aventajar a Roglic. Estoy muy agradecido con Marc Soler, por los metros que me ha hecho en ese tramo final, así como con el resto de los compañeros”, enfatizó el colombiano, líder largo tiempo después.

Recuperada la luz, dispuestos los taquígrafos, el temporal -extraordinaria la tormenta por su virulencia- fue apenas una brisa de verano comparada con la tempestad que atizó el espinazo del Movistar, atormentado el equipo de Eusebio Unzué, que mostró una imagen tremebunda cuando la etapa, puro frenesí, era una oda al ciclismo épico. Caminaba Marc Soler, el mejor de la numerosa fuga que encendió el día, a por el triunfo en la jornada eléctrica de Andorra, un poemario de esfuerzo, supervivencia y sacrifico entre montañas apiladas para retorcer al pelotón. Soler pensaba en el festejo. De esos de guardar. Restaban tres kilómetros para la última cima cuando al catalán le llegó una orden irrevocable desde el coche del Movistar. “La orden era que parara, tirara lo que pudiera y ha tirado lo que ha podido o lo que ha querido”, expuso Quintana alrededor de la polémica decisión. A Soler le frenaron para que llevara a hombros a Quintana, que se había despegado del grupo de Roglic, Valverde y López. El colombiano solo estaba esposado al chisposo Pogacar, el que mejor supo qué hacer bajo la tormenta.

Soler escuchó el mandato por el pinganillo y, de inmediato, negó con la cabeza. Lo hizo de manera ostensible. No se lo podía creer. El catalán, que se había deslomado, no entendía el motivo de tener que esperar a Quintana, que buscaba el liderato y retrasar al ogro Roglic y al efervescente López. Soler contaba con una renta de 20 segundos cuando tuvo que dejar de pedalear para él. Otra vez a ser porteador. Soler no pudo contener su malestar ante una situación que consideraba injusta. Giró la cabeza y mientras esperaba a Quintana agitó su hartazgo en una imagen lamentable. Muy fea. Desafiante, realizó toda clase de gestos en contra de la orden recibida por la torre de control del Movistar. Soler maldecía y braceaba. Atormentado, cabreado, era una tormenta en sí mismo el catalán, incapaz de contenerse.

Llegó Quintana, con Pogacar, a su altura y se puso a tirar con la rabia encadenada en los pedales. El colombiano se subió a su chepa. Pogacar, cargadísimo el ambiente, observaba con interés la escena, propia de un duelo de enemigos irreconciliables. Por detrás, Valverde, en esos movimientos tan suyos difíciles de procesar, se deshizo de Roglic durante unos instantes. El esloveno, resistente, duro y ambicioso, no se desplomó a pesar del acoso al que le sometió el Movistar, que trató de astillarle siempre que pudo. Ni la caída en el tramo de sterrato hundió al esloveno. Soler continuó con su tajo con el gesto hosco, con esa sensación de sentirse ninguneado en pos de la jerarquía. Pero donde manda patrón, no manda marinero. Llegó un instante, en el que agotado, el catalán dejó que Quintana se enfrentara en soledad con la montaña. Soler despidió al colombiano sin el menor cariño. Lanzó el brazo al aire soliviantado, aún herido en su orgullo. Una despedida sin abrazo ni un gesto de compañerismo. Harto de estar harto.

el despegue de pogacar Quintana, enmascarado en un rostro impenetrable, pedaleó como si nada hubiera pasado en el caos. Aislado en su burbuja, en el futuro. El colombiano no seguirá en el Movistar y subió con el semblante del que sabe que todo ha acabado, que su historia fue la que fue y no será más. Al colombiano le acompañaba la exuberancia de Pogacar, el jovencísimo esloveno. Con aspecto de querubín, apenas 20 años, Pogacar esconde un magnífico ciclista dispuesto a agitar el porvenir con su nombre. Roglic quiere hacerlo en el presente. El esloveno se reconstruyó para enlazar con Valverde, en medio de una isla. Quintana aceleraba pensando en vacunar a Roglic, el hombre al que todos temen en Pau, donde espera la contrarreloj individual tras la jornada de descanso de hoy. La Vuelta necesita un respiro. El escalador colombiano y Pogacar se hermanaron hasta que el jovencísimo esloveno despegó con energía. Quintana, agrietado, se descascarilló ante la pujanza de Pogacar, que enfiló la gloria por el camino de la contundencia. Sin diatribas. Apiló una veintena de segundos de renta, encantando “con la lluvia, el granizo y el barro de la carretera”. Feliz en medio de la tormenta. El muchacho de Komenda no giró la cabeza. “Cuando llegamos Quintana y yo a la posición de Soler arrancó el colombiano y le seguí la rueda. Me vi con fuerzas y decidí atacar a falta de tres kilómetros. Luego vi que tenía y supe que podía llegar”, analizó Pogacar, que dejó tras de sí la tormenta que azotó al Movistar.