bilbao - En Nîmes se encendió el horno del Tour, que toma temperatura y se parece a lo que siempre le distinguió, la carrera que se corre entre las fauces del calor, cuando la canícula posee todo el sentido y las llamaradas derriten el asfalto. Por eso, el pelotón se sacudió el fuego que le crepitaba por dentro, recorriéndole el espinazo, como pudo. Los botellines de agua sirvieron de fuente en la que beber y también de boca de riego para mojarse la cabeza y aliviar el bochorno. Otros emplearon métodos más contundentes. Hielo contra el fuego. Recurrieron a las bolsas repletas de cubitos de hielo para quitarse el calor de la piel. Se posaban las bolsas congeladas sobre la nuca. También recorrían la espalda. “Todo el día he llevado hielo en la nuca”, expuso Julian Alaphilippe, el líder que metió otro maillot amarillo en la mesilla de noche. Hubo quien introdujo el hielo entre las aberturas del casco para encontrar algo de frescor en la cabeza. Mikel Landa se bebió 15 botellines de agua para pasar un día bochornoso. “Ha hecho mucho calor y eso hace daño. Son los días previos a los Alpes y estos días pesan, el cuerpo no recupera igual, no son fáciles y hay mucha tensión”, analizó el de Murgia.

El calor se pega con saña en el Tour. Es un chicle en la suela del zapato. A casi 40 grados, los corredores huelen a ceniza en la carretera. No querían quemarse, no era un día para correr con prisas, sino para eludir el sol poderoso que quita las ganas y que aplana sobras y, a veces, las borra. Jakob Fuglsang se quedó sin la suya en el Tour. En el asfalto dejó su silueta después de una caída que le dañó el hombro y le estropeó el ánimo. No sufrió roturas pero se resintió en las manos, las rodillas y los codos. Así que camino de Nîmes el danés tuvo que abandonar. Lo hizo en familia, con las palmadas de consuelo y el ánimo de sus camaradas del Astana, siempre al lado de su líder. Reunidos sus leales y fieles guardaespaldas para sostener a Fuglsang en la desgracia. La carrera francesa negó al danés que soñó con conquistar París. El lamento de Fuglsang fue reivindicación en Caleb Ewan, al que atizó el calor, pero que encontró en la presencia de su familia el motivo para encender la mecha. “Me sentía fatal. El calor me afectó muchísimo y no sentía buenas piernas durante la etapa. Estuve a punto de decirle al equipo que dejara de tirar. Sin embargo, mi mujer y mi hija estaban aquí y sentía una motivación extra para dar lo mejor de mí mismo”, confesó Ewan. El pequeño cohete australiano estalló por segunda vez en el cielo de la Grande Boucle. Fue un rayo en la meta que partió a Viviani, Groenewegen y Sagan. Remontó a todos en el esprint, que se armó a dos kilómetros de meta, cuando fueron capturados Ourselin (Total), Wisniowski (CCC), Bak (Dimension Data), Rossetto (Cofidis) y Gougeard (Ag2r). Construido el puente hacia el duelo de la velocidad, The pocket rocket metió su segundo triunfo en el zurrón. Ewan es cada vez más grande.

el vídeo de la unión En el Movistar también quisieron hacer un quiebro al calor de la polémica alrededor del episodio de Nairo Quintana en el Tourmalet, cuando cedió por el ritmo que impusieron sus propios compañeros. “No avisé de que iba mal porque Landa iba fuerte, y a mí no me gustaría que me jodieran en ese momento”, apuntó el colombiano sobre aquello. A esa trama se superpuso el capítulo no menos llamativo del encuentro entre Landa, en plena ofensiva, y Quintana, en pleno encogimiento, en las rampas de Foix Prat d’Albis. El colombiano, que pedaleaba hacia atrás, no amagó ni un relevo en favor de Landa cuando el de Murgia le alcanzó. Un muro de incomunicación les separó. No saltó ni el contestador automático en Quintana, ajeno a todo. “Espero que de verdad Nairo no pudiera ayudarnos a Mikel y a mí. Nos hubiera venido bien un respiro”, analizó Alejandro Valverde sobre el comportamiento del colombiano aquel día.

Con la imagen del equipo tocada, en el Movistar idearon un vídeo que colgaron en las redes sociales. La idea, se supone, trataba de resaltar lo bien que se llevan y de paso subrayar, más o menos, que los críticos sacaron las cosas de contexto y que en la formación española todo es buen rollo después de dos jornadas tensas. “Hay buena convivencia, se ha hecho de cara al exterior, para calmar las criticas, espero que haya servido de algo”, expresó Landa. La pieza no tiene desperdicio por forzada y teatral. Valverde hace de maestro de ceremonias y Landa bromea masajeando entre risas la pierna de Quintana mientras el mánager general, Eusebio Unzué, a la izquierda de la imagen, ríe la ocurrencia del escalador de Murgia. El vídeo destila aire propagandístico. Quintana, que sonreía en el autobús, era una mueca en la llegada. “En una de las caídas del tramo final tuve que frenar y poner pie a tierra -no llegué a caer-, y aunque intenté reenganchar se me fue el pelotón. Lo importante es que Mikel estaba adelante”. El colombiano acumuló un minuto de retraso con los favoritos.

El Tour nunca duerme. Siempre está dispuesto a imponer su jerarquía, su dureza, su dictadura. La Grande Boucle aplastó a Jakob Fuglsang. El danés que partió hacia Bruselas con la idea de conquistar la carrera francesa, abandonó andando, con la cabeza gacha y el ánimo apaleado. Una caída le tachó. El Astana al completo acompañó la despedida de Fuglsang, con la mirada triste de la decepción. Luis León Sánchez, con dolores de espalda y sin un líder al que ayudar, también se bajó. Thomas, resistió. El galés enganchó el pedal con un bordillo en una curva y se estampó contra el asfalto, pero se levantó, se palpó y cambió de bicicleta. Continuó. Unas abrasiones en la piel le recordarán el paso por el Tour del que se cayó Fuglsang.