bilbao - A Eddy Merckx solo se le reconoce por el ceño fruncido de la competición, la mirada rayo, las piernas atronadoras y el apetito descomunal. Por eso, hasta el mito, El Caníbal, parece un señor entrañable cuando aguarda el corte de cinta del primer día del Tour de Francia, que le honra con tres etapas. Hace medio siglo, el rey de Bélgica se elevó al cielo de París el mismo día en el que Neil Armstrong pisó la Luna. “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”, dijo el astronauta. A Merckx, el ogro, no se le conocen frases poéticas. Se comunicaba con sonidos guturales para ser el mejor de siempre, el lenguaje primigenio del campeón. Al hombre al que incluso el monarca belga espera, tenía un halo de nostalgia y emoción festoneándole la mirada. En la salida, Merckx no era aquello de carretera o trueno.

El belga era un hombre feliz en la Grande Place, satisfecho y emocionado viendo al pelotón rendirse a su leyenda. Como los generales que pasan revista a sus guerreros, a su pelotón. Merckx impone. Su historia es gigantesca. Su figura, colosal. El Caníbal saludó a la muchachada, que se desperdigó, frenética, en el arranque del Tour, un caballo desbocado, siempre dispuesto para la sorpresa y para lanzar por los aires cualquier pronóstico. Así asomó la felicidad del incrédulo Mike Teunissen (Jumbo), un velocista que no aparecía en ninguna bola de cristal y que derrotó a Peter Sagan (Bora) con un golpe de riñón que mandó a la lona la algarabía del eslovaco, 22 veces segundo en una etapa. Igualó a Zabel en el casi. “No podía creerlo, todo nuestro plan se había venido abajo. No veía a Dylan hasta que escuché que se había caído. Fue un momento extraño, porque todo el trabajo que veníamos haciendo desde hace tiempo se iba por la borda. Me conformaba con ser quinto”, apuntó el holandés, el primer líder del Tour.

No había un orange de amarillo desde Erik Breukink. De eso hace 30 años. La dicha de Teunissen no mezclaba con Jakob Fuglsang (Astana). El Tour arrastró por el suelo al danés. Siendo uno de los favoritos, le partió la ceja la curiosidad. Cuatro puntos. Herida de guerra. En la caída Fuglsang se golpeó en el hombro, el codo y el rostro, ensangrentado por una brecha. También en la rodilla, el punto más crítico. Sin rotura, pero golpeada con saña. El resto, retales de abrasiones. Jirones de piel. Tras la caída, el danés estuvo grogui. “Después de la caída se quedó aturdido y le costó arrancar. Luego se fue recuperando y pudimos enlazar con el pelotón”, relató Pello Bilbao, uno de sus escuderos. Las caídas, que enredaron también a Geraint Thomas (Ineos) y Groenewegen (Jumbo), redactaron el bautismo del Tour, un amasijo de nervios, la odisea azarosa y cruel que no hace distinciones.

Greg Van Avermaet (CCC), campeón olímpico, entendió que en el debut debía homenajear al rey de reyes, a Merckx. Por eso agarró la cordada junto a Natnael Berhane (Cofidis), Mads Würtz Schmidt (Katusha) y Xandro Meurisse (Wanty). A Van Avermaet le esperaba el Mur de Grammont. Su promesa. Como los amores de verano que se graban en el tronco de un árbol, el belga fue el primero en dejar la huella sobre el tramo adoquinado, también conocido como Kapelmuur. En realidad la escapada no le interesaba. Lo suyo era el reconocimiento a Merckx. Por eso fue el primero en pasar por la capilla. Feligrés. Allí se pintó de puntos rojos. Los lució en el podio de regreso a Bruselas. El día también sirvió para asuntos familiares. Aimé De Gendt (Wanty) y Laurens De Plus (Jumbo) visitaron a la familia, enclavados sus respectivos hogares de paso por el Tour. Los De Plus venden productos de jardinería. Los De Gendt se dedican a los neumáticos. Los tubulares los desgastaron los escapados, de los que se descolgó Van Avermaet. La renta del trío se fue a los tres minutos y los equipos interesados en el esprint se apresuraron. Sin embargo, fue el segundo tramo de pavés, el de Thiméon, el que alteró el biorritmo al Tour. Sagan y su grupo salvaje decidió dinamitar la carrera. El estrés se disparó. Con el peso de un equipo de espíritu de las clásicas en estampida, los más livianos perdieron parte del fuselaje. Se fraccionó el pelotón. La Grande Boucle troceada a falta de 70 kilómetros. Se calmó la mar atravesado el Cabo de Hornos del esprint que otorgaba puntos. Peter Sagan fue el primero en pasar. Creía haberse asegurado el podio. Eso atemperó el grupo, pero encendió a Rossetto (Cofidis). Se ganó varios planos hasta que entró la carrera en combustión. Incendio.

caída de fuglsang El danés, con el estandarte de favorito enroscado en la piel, se fue al suelo. Fuglsang se dio de bruces con la dura realidad del Tour, que en su primera semana se regocija revolcándose por el suelo de la miseria. Es el efecto llamada de las caídas. Fuglsang se golpeó el costado derecho de arriba a abajo. Raspado por el suelo. Encendido el pelotón, el Astana acudió de inmediato al rescate de su líder. El ejército de salvación actuó con enorme criterio y recuperó a Fuglsang, sonado tras el impacto. Lo integró con el resto de favoritos tras adentrarse entre los coches de equipo. No titubeó el Astana y Fuglsang, sangrándole el rostro, tras ser atendido por el coche médico, no perdió tiempo en meta. El Tour bien podría habérsele resbalado, pero se reincorporó con el tiempo justo para asistir a la tensión y la locura que impregnó el primer día: pegajoso, inquietante, fascinante.

Se olía el esprint, con ese hedor a napalm profundo y gelatinoso de las guerras. El escenario de vallas, velocidad y adrenalina. Otro anuncio para la caída. Ocurrió. Siempre puntual la tradición y las costumbres en la Grande Boucle. Geraint Thomas tuvo que echar pie a tierra, pero concluyó el día en el autobús del equipo contando que todo estaba en su sitio salvo la bicicleta, que se llevó el golpe. A Fuglsang se lo llevaron en ambulancia, pero regresó sereno. Cuatro puntos en la ceja y la rodilla derecha un tanto dolorida. Reducido el esprint, Sagan era el señalado para saludar a Merckx, el encargado de ofrecer la primera piel amarilla. Sonny Colbrelli (Bahrain) tensó a Sagan hasta que el italiano perdió voltaje. Sagan tenía cara de ganador. Entonces, en el ángulo muerto, se personó Teunissen con el cizalla para cortar las ilusiones de Sagan, que giró el cuello y el rostro, agónico, le mudó. Pálido, incapaz de reaccionar ante el directo de Teunissen, que poderoso, zanjó el debate en Bruselas, donde el Tour hirió a Fuglsang.