Bilbao -El Giro de Italia es un pelotón de fusilamiento que acumula víctimas. La más insigne, Tom Dumoulin. El campeón de 2017, caído el día anterior, abandonó. Herido. Cojo. Se le acabó el horizonte al holandés. “Vine aquí para vivir una aventura de tres semanas y quería terminarla, no estoy preparado para irme a casa”, dijo el holandés. Dumoulin se fue en silencio, repleto de dignidad, piel de campeón la suya, con la rodilla izquierda agujereada por la caída camino de Frascati y la lluvia azotándole, inmisericorde, la despedida. Triste final para Dumoulin. “Para mí es terrible. Meses y semanas de preparación y dedicación para este Giro y en un momento se terminó. No es como quería que fuera, por supuesto, pero es como es”, dijo el holandés. Bogart en Casablanca. La lluvia certificó la claudicación de Dumoulin. Comprobó el holandés que su articulación no podría soportar el Giro que viene después de estrellarse en el Giro que es, una locura absoluta. Me subí al rodillo esta mañana en mi habitación y estaba bastante bien, pero cuando me puse de pie sobre los pedales, me dolía mucho la rodilla. También lo probé sentado, pero eso tampoco funcionó, podía girar las piernas pero no apretar los pedales”, resumió apesadumbrado el holandés. Frenó su agonía el holandés. Se subió al coche de equipo y dijo adiós. “No sé cómo es de grave la lesión, solo sabemos que no se ha roto nada y probablemente se hinchará por unos días, pero hay que verlo. Por ahora solo descansaré y veré cómo va”, apuntó Dumoulin. A refugio al fin en un día de cielo negro, frío y con la carretera supurando agua, reflejando en el espejo el miedo de los ciclistas, achicando agua con la ropa para la lluvia, envuelto el Giro en un impermeable. No paraba de llover, desplomado el cielo, lloroso ante el adiós de Dumoulin.

En un Giro loco por el recorrido, traicionero y ratonero, campo fértil para las caídas y los abandonos; loco por los ciclistas que corren despavoridos, asustados de puro pánico para no estar en el siguiente parte médico, la organización amainó la corriente que corroía la carrera en sus entrañas. El Giro ideó un dique de contención en medio de la etapa, una solución con sacos terreros para que no se ahogara la Corsa rosa. Optó la organización por validar los tiempos para la general en el paso por meta previo a la llegada. A 9 kilómetros, en Terracina, quedaría retratada la general para salvaguardar la salud de los competidores. La etapa duró eso. Apenas un rato. Menos tiempo necesitó Pascal Ackermman para sumar su segundo triunfo. El alemán chapoteó de felicidad bajo el aguacero. Cantando bajo la lluvia. El recorte de la jornada era un cordón sanitario para evitar más caídas en un comienzo de frenopático, donde no hay camisas de fuerza suficientemente fuertes para sujetar un pelotón desbocado, que huye más que corre. “Hay muchísima tensión y ansiedad”, destacó Pello Bilbao, ángel de la guarda de Miguel Ángel López.

demasiados riesgos Los ciclistas pedalean en el caótico Giro con un lema punk: No future (No hay futuro). Jinetes del Apocalipsis. Como nadie piensa en el mañana, como todo es adrenalina, el aquí y el ahora, la carrera es un asunto de supervivencia, donde el premio es salvar el pellejo, contar otro día. En el campo de batalla vivir es la única bandera. En la guerra por la supervivencia, la providencia dicta la historia del Giro. Los corredores son los guiñapos del destino en carreteras descarnadas, viejas y arrugadas que juegan a la ruleta rusa con más de una bala en el tambor del revólver. Aterido de frío el pelotón, aterrado en la borrasca que atizó sin desmayo mientras buscaban la costa por el acueducto del Lacio y sometidos al recuerdo del pasado reciente, la organización y los comisarios de la UCI abrieron el paraguas del sentido común. El miedo a desmembrar el corpus de favoritos en apenas cinco días alertó a los promotores del Giro. Sin figuras no hay venta. Probablemente, sin las múltiples caídas de las jornadas precedentes, enfatizadas por el abandono de Dumoulin, la organización no se hubiese preocupado por la lluvia. El ciclismo es un deporte descapotado, que nunca se prodigó por cuidar la salud de los ciclistas. La épica, las condiciones extremas, la búsqueda del límite y el sufrimiento son, entre otros, los puntales que sostienen el ciclismo, la lucha del ser humano contra los elementos por una onza de gloria en medio de las miserias.

Pactada la heladora llegada, que no el ganador, absorbida la fuga compuesta por Flórez, Barbin, Orsini, Santaromita, Ciccone y Vervaeke con el resultado de siempre, la etapa, de por sí corta -apenas 140 kilómetros tras las palizas precedentes casi a ciegas por la cortina de agua-, se redujo tanto que quedó en 9 kilómetros. Más que pedalear se trataba de remar. Los favoritos para la general, el líder Roglic, Yates, Miguel Ángel López, Nibali y Landa esquivaron cualquier riesgo. Al fin un día sin accidentes. Alzaron los remos de alegría. Ackermann, un fueraborda alemán, remontó río arriba y superó a Fernando Gaviria, que no pudo resistir el abordaje del germano. Sonrió Ackermann y suspiraron, aliviados, los favoritos. Salvo Dumoulin. Lágrimas en la lluvia.