bilbao - Primoz Roglic se sentó en la atalaya del Giro de Italia para observar sus dominios vestido de rosa. En las alturas el esloveno no siente vértigo. Siempre le gustó volar. Campeón de saltos de esquí, Roglic se crió entre montañas, gateando en la nieve y garabateando el aire, la postal de su infancia, hasta que se estrelló siendo un adolescente en una competición. Ícaro. Quemadas las alas, astillados los esquís en el baúl del olvido, Roglic prefirió el vuelo rasante de la bicicleta. En el ciclismo encontró un tobogán de felicidad, otro trampolín para levitar y rascarle la tripa al cielo. En Bolonia, arranque del Giro, el Santuario de San Luca mira de frente al cielo y observa por el microscopio a los candidatos de la carrera, que se arremolinan, enmadejados, en un puñado de minutos salvo Simon Yates, que eligió otro horario tras atender al parte meteorológico. Nada cambió, salvó que había menos luz. El foco apuntaba desde hacía horas a Roglic, que permaneció tres horas esperando en el trono. Al templo ascendió en cohete tras rubricar una crono estratosférica. Roglic sacudió el Giro.

El esloveno aventajó en 19 segundos a Simon Yates, en 23 a Vincenzo Nibali y en 28 a Tom Dumoulin y Miguel Ángel López. Fue un viaje a la Luna el de Roglic. Reloj de oro rosa el suyo. El de Mikel Landa se paró. En seco. Al alavés el reloj le dejó en suspenso. Con retraso. Demasiado. Más de un minuto. 1:07. Se le clavaron las manecillas, crucificado en la crono, un infierno para el de Murgia. “No he empezado como quería. No me encontré bien en la parte final; se me ha hecho muy larga. Debería haberlo hecho mejor. Esto no ha hecho más que empezar. Tenemos 20 días para corregirlo. Habrá que ser más agresivos y tratar de recuperar cualquier día”, expuso Landa, cabizbajo, sepultado por la arena del reloj. Al alavés que sueña con la conquista del Giro deberá correr al asalto. Al abordaje. Bandera pirata. En Bolonia a Landa le dolieron las rampas, indigestas. Broncas las piernas, apolilladas, en el paredón de San Luca, con unas pendientes que cimbreaban entre el 9.7% y cumbres del 16 %.

La imagen de Landa, desencajada, retorcida, evocaba a la del dolor y el padecimiento de Fiorenzo Magni en el Giro de 1956 en la ascensión a San Luca. El italiano, con una clavícula rota, mordía la cámara de una rueda para soportar unas rampas que eran un descenso al infierno que describió Dante Alighieri, insigne alumno de la Universidad de Bolonia. En ese templo de la sabiduría también estudió Copérnico, el fundador de la astronomía, el hombre que situó al Sol en el centro y la Tierra girando alrededor. En Bolonia, el sol era Roglic. El resto, planetas que orbitaron en su extrarradio. En días en los que el horizonte es un frontispicio celeste, iluminado con el sol de la primavera, ese que acaricia el rostro como en los anuncios vaporosos de los perfumes, desde Bolonia se observa el corazón y las arterías del Giro de Italia, la costura que lo tejerá durante tres semanas. Desde lo alto de la torre Asinelli, en un día claro, sin inconvenientes, la visión alcanza hasta Verona, donde el 2 de junio concluirá la carrera, y se perfilan los Dolomitas y los Apeninos.

A sus pies, Dumoulin y su carrocería roja, imponente, activaron la crono en un día luminoso, fantástico para otear el futuro. El holandés abrió la cremallera humana, primero entre soportales que sostienen a una ciudad que soporta el medievo y después en las rampas feroces que invitan a la tortura hacia el santuario. En San Luca todos querían encontrar la paz y ser bautizados con un buen tiempo. Dumoulin inauguró la pila bautismal. Colgó el primer cartel. 13:22 dijo su reloj, que en realidad, en el imaginario colectivo, es el reloj del Giro. La mariposa de Maastricht se soldó a la cabra sin pestañeos y dejó su sello.

Igualdad y roglic El registro del tremendo holandés lo replicó Miguel Ángel López en la mejor actuación que se le recuerda. Sobre todo en los seis kilómetros de llano que enlazaban con las cuestas. El mundo al revés. El colombiano fue dos segundos mejor que Dumoulin en ese tramo. En la cumbre, tras la empalizada de dos kilómetros, calcaron registros. Como los favoritos se pegaron unos a otros, a modo de los ingredientes de un sandwich mixto, el bocado lo lanzó el Tiburón Nibali, siempre dispuesto a mostrar su aleta dorsal cuando asoman las aguas procelosas del Giro. Campeón en dos ocasiones de la carrera, el siciliano que aún confía en las tiritas que abren las fosas nasales para refrigerar los pulmones, destempló a Dumoulin y Miguel Ángel López, que aún jadeaba su éxito. Nibali tomó cinco segundos de renta. El mensaje del italiano es nítido. También el del aletargado Yates, el último en salir entre los favoritos, pero el que más se aproximó al registro sideral de Roglic. Pizpireto, danzarín, el inglés completó una gran crono. Fue el mejor entre los que respiraban.

Roglic, hierático, era una estatua con prisa. Contundente, tronó el seísmo que desencajó al resto. Concluida la exhibición, Roglic, que no es un charlatán e incluso le cuesta sonreír, era pura dicha aunque saludó la maglia rosa con un simple puño. Sabía que Yates no le podía alcanzar. El esloveno, que no ensilló una bicicleta hasta los 21 años, descabalgó al resto en un ejercicio de apnea. No necesitó respirar. Pétreo en su salvajismo. Toro mecánico, dobló a los dos corredores que le precedían. Enroscado sobre sí mismo, en posición de rezo, el esloveno se elevó varios cuerpos y arrodilló al resto. Súbditos. Alzado a hombros por dos gemelos con aspecto de fornidas columnas, subió sobre raíles para liderar el Giro de Italia. Nada de vacilaciones. Roglic abrió en canal el callejero de Bolonia. Una zanja y un socavón fueron sus huellas. “¿Roglic? Que le meta a un Nibali 23 segundos o a Dumoulin 28 demuestra que está muy en forma”, determinó el alavés. La primera grieta del Giro. La cicatriz de Landa.