TAL día como ayer, en 2010, fallecía a los 47 años (supuestamente) Manute Bol, probablemente el jugador menos dotado para el baloncesto que más hondo caló en la generación que se enganchó a la NBA a finales de los 80 y principios de los 90. Todo en él era peculiar y desmesurado. Desde su físico (2,31 de altura y fino como el alambre) hasta su estilo de juego (es el único jugador de la historia de la liga en lograr más tapones que puntos y con los años desarrolló un peculiar tiro de tres puntos) pasando por unas anécdotas vitales extraordinarias. Manute, que aseguraba que en su adolescencia había matado un león con sus propias manos, desconocía su fecha de nacimiento y fue un técnico universitario que trataba de reclutarle nada más llegar a Estados Unidos el que la estableció, al azar, el 16 de octubre de 1962 (hace un par de meses aseguró que probablemente era mucho mayor y que pudo jugar su último curso en la NBA, en 1995, con 50 años cumplidos). En sus documentos oficiales al cruzar el charco constaba que su estatura era de 1,57 metros porque le midieron sentado.

Pero más allá del baloncesto, la pasión de Bol fue su país natal, Sudán, hasta el punto de acabar arruinado al destinar gran parte de sus ganancias en la NBA (seis millones de dólares) a los refugiados y damnificados que provocó la cruenta y larguísima guerra civil entre cristianos (como él y su tribu, los Dinka) y el régimen musulmán. A finales de los 90 regresó a su país con la promesa de convertirse en ministro de Deportes, pero fue un engaño. El Gobierno le acusó de ser un espía y no pudo abandonar el país hasta 2001, gracias a la ayuda económica de políticos estadounidenses y excompañeros. Así, junto a su segunda esposa y el primer hijo de este matrimonio pudo huir a Egipto y, tras seis meses, logró el estatus de refugiado y regresó a EE.UU. Aquel niño de dos años que escapó del conflicto armado recogerá esta madrugada el testigo de su padre cuando su nombre sea pronunciado en la ceremonia del draft.

Bol Bol (16-XI-1999, Khartoum) es alto (2,18) y muy delgado (100 kilos) como Manute, cuyo nombre lleva tatuado en un brazo, pero su nivel baloncestístico es muy superior, por lo que las previsiones estiman que saldrá elegido entre los puestos 15 y 25 del sorteo pese a haber jugado solo nueve partidos en su único curso universitario con Oregon por una fractura en su pie izquierdo. A diferencia de su padre, que llegó al deporte de las canastas por la puerta de atrás, los focos alumbraron a Bol Bol prácticamente desde su infancia al tratarse de un pívot muy bien dotado técnicamente, capaz de tirar la bola al suelo y lanzar con bastante acierto desde la línea de tres puntos. Con 15 años manejaba ya ofertas de universidades de primer nivel (Kansas, Oklahoma?) y su fama no hizo más que crecer según avanzó su carrera en ‘high school’. En su año senior (2017-18) fue elegido All American, además de disputar el Jordan Brand Classic junto a los mejores escolares del país y finalmente se decantó por Oregon para dar el salto a la NCAA.

Con los Ducks, debutó con un doble-doble (12 puntos y otros tantos rebotes en 23 minutos) y poco después firmó 32 puntos y 11 rebotes ante Texas Southern, pero su prometedor ejercicio terminó demasiado pronto al romperse un hueso de su pie izquierdo el 12 de diciembre del pasado año. Sus promedios en los nueve partidos disputados (21 puntos y 9,6 rebotes y 2,7 tapones, con un 52% en triples) fueron notables, pero la inactividad, su débil físico, rumores sobre su pobre ética de trabajo (sobre todo en el gimnasio) y dudas sobre la adaptabilidad de su juego a la NBA (pese a su gran altura y envergadura, no le gusta batirse en la zona y prefiere alejarse del aro) han hecho que sus posibilidades de cara al draft hayan bajado. Hace meses era un top 10 claro, pero parece seguro que, pese a todo, no caerá de la primera ronda.

Con su desembarco, la NBA recupera uno de sus apellidos más icónicos de la mano de un chaval de 19 años que quiere honrar la memoria de su padre, su primer entrenador. “Juego al baloncesto porque me hace feliz, cuando estoy en la cancha siento como si él estuviese conmigo”, ha reconocido en la antesala de sus sueños como profesional, que arrancarán esta madrugada en el draft.