Bilbao - No hay imprescindibles, pero todos son importantes. Ese es el leitmotiv de Álex Mumbrú. Cada jugador puede tener su momento y debe estar preparado para ello. No importan ni los minutos jugados, ni el rol vivido en los partidos pasados, lo importante es estar en el lugar y en el sitio adecuado. La rotación amplia es una seña de identidad de este Bilbao Basket. Un equipo sin jugadores que acumulen dosis grandes de minutos, pero con una profundidad de banquillo que permite un abanico de posibilidades enorme y a veces incluso inesperadas. Esta filosofía también genera una imprevisibilidad difícil de defender y al mismo tiempo un ritmo de juego capaz de desgastar a los rivales. El conjunto bilbaino fue ayer como una gota china. El Melilla aguantó los tres primeros cuartos y se permitió el lujo de meter miedo a las abarrotadas gradas del Bilbao Arena. Sin embargo, los hombres de negro sacaron fuerzas en los diez minutos finales y cuando normalmente las piernas deben pesar, dieron ese golpe definitivo para acabar con su rival.

Los jugadores interiores del Bilbao Basket volvieron a marcar diferencias una vez más. El gigante Felipe dos Anjos fue un quebradero de cabeza para la defensa bilbaina en los primeros minutos, pero una vez reducida su aportación, la zona empezó a teñirse de negro. Kevin Larsen dejó varias canastas de bella factura durante todo el encuentro y Ben Lammers, bien controlado por la defensa de Melilla en muchas fases del partido, consiguió aire en los minutos finales y se reencontró con Javi Salgado para diseñar su habitual conexión desde el bloque directo. Aunque donde de verdad hicieron daño los bilbainos fue con el rebote ofensivo, que se tradujo en muchas segundas oportunidades.

La intensidad de los minutos finales fue una de las claves del encuentro. El conjunto bilbaino mantuvo siempre un ritmo constante, con varias fases de presión a toda la cancha y muchas manos listas para robar balones. Es un equipo que no sabe competir de otra manera. Especular y esperar al final está en su ADN y cuando las cosas funcionan el adversario sufre. Los dirigidos por Álex Mumbrú ejercieron una labor de desgaste desde el inicio y los frutos fueron recogidos en el final. El Melilla, muy serio en los tres primeros cuartos y con las ideas claras, quedó a oscuras en el desenlace. Las altas pulsaciones fueron enemigo de la claridad y tomaron varias malas decisiones que permitió al Bilbao Basket robar balones y anotar canastas más sencillas.

los directores de juego Pero el anfitrión no solo supo jugar a toda velocidad, también fue capaz de dormir el encuentro cuando consiguió las ventajas finales. En eso tuvieron mucha importancia los dos directores de juego. Thomas Schreiner cerró el partido con varias acciones capitales y Javi Salgado fue el faro al que se agarró el equipo en los malos momentos. El base de Santutxu ejerció de maestro de ceremonias cuando pintaban bastos y anotó canastas en todos los momentos claves del partido. Pero fue en el desenlace donde ganó importancia. Su repertorio de asistencias propició el despegue bilbaino y cuando tuvo que mirar al aro tampoco le tembló el pulso.

Una de esas asistencias fue aprovechada por Rafa Huertas, con un triple que igualó el encuentro a 58 y puso fin al momento más crítico del Bilbao Basket, que llegó a ir perdiendo por siete puntos en el tercer cuarto. El escolta cordobés ejemplificó la importancia que tienen los secundarios en esta plantilla. No hubo ningún pero a su actuación y en solo seis minutos de juego, en la fase más caliente del choque, hizo gala de su experiencia para aportar en los dos lados de la cancha.

Ahora, el Bilbao Basket deberá recobrar fuerzas en menos de 20 horas para afrontar otra prueba de fuego. Esa recuperación puede ser decisiva para medirse ante un adversario que llegó a la final de una manera mucho más cómoda.