En la salida, a Van Aert le rodearon los sueños de los niños y las niñas, que buscaron su autógrafo. La firma de la ilusión que sirve para imaginarse campeón. La cantera ciclista comienza con gestos de esos. Un ídolo y un tumulto. El belga, afable, atendió al pelotón de la chavalería, entusiasmada ante el gigante Van Aert, un estrella con imán. Supernova.

Difícilmente cambie de estatus el prodigioso belga después de consumar otro triunfo al límite. Van Aert celebró la victoria a pesar de la dura oposición de Jordi Meeus, que le exigió hasta los estertores en el esprint. El belga se adelantó por la llanta y poco más. Suficiente para festejar su segundo laurel en el Dauphiné, donde sigue acumulando parabienes. Apretó el puño. Meeus golpeó el manillar por la derrota. Manotazos del casi. Rabia.

El Dauphiné es el coto de caza de Van Aert, un imperio en sí mismo. Acumula el belga dos victorias, dos segundos puestos (dos derrotas por la mínima en territorios refractarios: un esprint en montaña y una crono), y un sexto (los que llegaron antes que él venían en la fuga) en cinco días de competición.

Van Aert, que es todos los ciclistas en uno, es una cascada de clase y ambición. Inconformista. Siendo líder pudo esquivar los riesgos que entrañan los asuntos de velocidad, pero no quiso. El belga no se apartó. Al contrario. Deseaba otro día repleto de adrenalina. Fue a buscarlo. La redención en cada meta.

INSACIABLE VAN AERT

Van Aert se alimenta de triunfos. Su jauría amarilla cazó la fuga de Schönberger, Bakelants, Doubey y Thomas a 100 metros del todo o nada y allí emergió para batir a Meeus y Hayter. No le sobró demasiado a Van Aert, un exhibicionista. Es incapaz de camuflarse u ocultarse el belga, un neón, puro fulgor. Su actuación, rematada con otra victoria estupenda, le concede más ventaja en la general.

Otros ciclistas con menos púrpura que el líder que no cesa, como Schönberger, Bakelants, Doubey y Thomas, se agitaron en el amanecer para adentrarse en una fantástica aventura. El pulso, magnífico, frenético y burbujeante, les alcanzó hasta la bocana de Chaintré por el impulso de Thomas, tremenda su capacidad para rodar. Hizo del asfalto un velódromo, su hábitat durante tantas lunas. Fue capaz de hacer estallar al colosal Ganna, derretido por el fogoso Thomas, la locomotora del cuarteto que retó al pelotón.

ENORME PULSO

Vingegaard y Kwiatkowski tuvieron que suplir al italiano para esquilar la renta en el tramo definitivo, con la carretera abierta de par en par. A punto estuvieron de errar en el cálculo. No sería la primera vez cuando aparecen los decimales. A apenas 100 metros de la gloria, el pelotón tocó el hombro de los fugados, tan cerca del éxtasis.

Desembridado, al galope, el grupo frustró a la fuga, de repente instalada en la melancolía. Van Aert entró en la recta como un bisonte en estampida para arrasar con todo. No cede ni una pulgada el belga, siempre dispuesto para guerrear. Le da igual el escenario. Nacido para ganar.

CAÍDA DE MAS

En ese ecosistema, la carretera mordió a Enric Mas, un ciclista con foco pero sin el carisma de Van Aert, en el descenso de Dun. Tuvo que ser atendido por el coche médico el mallorquín. El hombro izquierdo, lijado. Pudo rehabilitarse Mas, aunque se desconoce cómo puede influir su rendimiento cuando el Dauphiné acuda a las montañas. En una jornada de entretelas, con el recorrido cheposo, la fuga acumuló esperanza e ilusión una vez rebasada la Côte de Vergisson. Desde su cima divisaban la meta.

Van Aert, el hombre que señala el norte de la carrera francesa, quería otro laurel. Es su sino. En el Ineos apostaban por la velocidad de Hayter. Groenewegen se quedó otra vez colgado, lejos de lo que pretendía. El neerlandés no se enganchó al debate de la velocidad. Siempre agobiado en las cotas, donde es un náufrago.

Arrancada la sombra del neelandés, la preocupación era el entusiasmo y la obstinación de la fuga, que a punto estuvo de desbaratar el plan del belga, pero su estrella brilló con fuerza. Un estallido de luz y de color. Van Aert seguirá firmando autógrafos.