ATESTIGUAN quienes le conocieron que era un tipo introvertido, humilde, afable. Un señor, don Francisco Gento (21-X-1933, Guarnizo), Paco para los amigos, que fueron muchos. Su endiablada velocidad, su exquisita y poderosa zurda y su procedencia motivaron a conocerle como La Galerna del Cantábrico, un temporal que devastó Europa, como los viejos imperios extendiendo sus fronteras; él, el bueno de Gento, conquistaba con carreras y golpes de cañonazos con balón, rodeado por uno de los ejércitos más poderosos que ha conocido el fútbol.

En el Racing de Santander cumplió el sueño de infancia. Se vistió de profesional con los colores de su equipo predilecto. “Era cántabro y en mi época todos éramos del Racing”. Fue una etapa efímera, porque después de 14 partidos aguardaba el Real Madrid. Firmó el contrato en un garaje, a escondidas; los aficionados cántabros perseguían a los emisarios del club. No querían perder a su joya. El Madrid disfrutó de Gento durante 18 temporadas para su conversión en leyenda mundial. Según recuerdan testimonios de la época, Santiago Bernabéu, presidente del club madridista, no estaba convencido del fichaje de Gento, un joven de 20 años que apenas se había fogueado en el campo profesional y que se mostraba rudimentario.

El Madrid llevaba veinte años sin títulos ligueros. Estaba en plena conversión. Alfredo di Stéfano, consultado por Bernabéu, avaló a Gento, al igual que hizo con Héctor Rial, porque Gento no entró con buen pie en el equipo; era eléctrico, pero su juego era rústico, demasiado básico, y el público la tomó con él, pese a que, según relata Enrique Pérez, Pachín, para El País, en el vestuario blanco “todos le hacían la pelota a Gento. Hasta Di Stéfano. Él más que nadie”. Di Stéfano dijo a Bernabéu algo así como “tiene velocidad y le pega al balón como un cañón. Eso no se aprende, se trae. Lo demás se lo podemos enseñar”. El grupo educaría a Gento, cuya velocidad no podían seguir sus propios compañeros. La Galerna del Cantábrico llegó al Madrid para completar un recorrido de 600 partidos entre 1953 y 1971 en los anotó 182 goles. En su primera temporada, el equipo celebró la liga.

El fútbol no ha cambiado tanto, a juicio de Gento. En la época del blanco y negro la diferencia era “sobre todo las tácticas; antes jugabas con cinco casi arriba, y tres defensores”, evocó para Marca. “Pero de calidad de jugadores, igual. Puskás, Pelé, Charlton, eran unos jugadorazos”, añadió.

Gento formó parte de uno de los equipos más temibles de la historia. Jugó con Di Stéfano, Ferenc Puskás, Raymond Kopa o Héctor Rial para elevarse al firmamento. El Madrid de su quinta logró la hazaña inigualada de conquistar cinco Copas de Europa consecutivas, las pertenecientes a las cinco primeras ediciones (entre 1955-56 y 1959-60). Posteriormente, con el título del curso 1965-66, en la época del Madrid de los Yé-yé, alcanzaría la sexta y el récord que aún ostenta de futbolista con más Copas de Europa; jugó ocho finales en las diez primeras ediciones de la competición. A esta gesta sumaría otra: jugador con más ligas españolas, doce. Y otra más: primer campeón mundial de la historia al conseguir la Copa Intercontinental en 1960, la primera de la historia. Sería internacional en 43 ocasiones.

En Inglaterra se hablaba de Gento como el extremo más rápido que se había conocido. Un defensor del Manchester United, club que en la época de Gento acuñó el apodo Busby Babes para una generación llamada a dominar antes del fatal accidente de avión que sesgó la vida a ocho de ellos, declaró tras medirse a La Galerna: “Gento corre mucho, pero lo peor no es cómo corre, lo peor es cómo se para”.

El misterio del éxito de esta generación dorada, según relató, se descubría así: “Pues mire, teniendo un buen equipo, un equipo ganador, como amigos que éramos, salíamos al extranjero y ganábamos, sin conocerlos además, porque entonces no sabías nada del rival, no como ahora que ya sabes todo de ellos”. No obstante, admitió que actualmente es más complicado repetir la gesta de los cinco títulos continentales consecutivos: “Ahora es más complicado. Hay más equipos, se conocen más”.

Gento colgó las botas en 1971 con 23 títulos en sus vitrinas y como tercer máximo goleador del club madridista; solo dos coetáneos le miraban por encima, Di Stéfano, apodado La Saeta Rubia, y Puskás, Cañoncito Pum. En un espacio privilegiado de su memoria quedaba fresco el recuerdo de su partido más emocionante de su dilatada trayectoria: “Fue la final contra el Milan -la tercera Copa de Europa-, en la que jugamos la prórroga y metí yo el gol. No me lo creía, claro”.

De algún modo, Gento nunca dejó de dar patadas al balón. En 2016, poco después de ser designado presidente honorífico del Real Madrid -cargo que ha ostentado hasta el día de su fallecimiento, a los 88 años de edad-, admitió: “Sueño que todavía juego”. Su pasión por el fútbol fue tal que jamás se desligó. Después de jugador fue entrenador. Dirigió al Castilla, formando chavales. Ahora deja un legado difícil de superar. Se marcha uno de los grandes, “un rival legendario”, como expresó el Athletic.