bilbao - Frecuencia Mónaco. Sintonía Lewis Hamilton. Radio Lamento. Fue el sonido de la carrera. El Gran Premio era un ví acrucis retransmitido por las ondas. Las calles del Principado eran Jerusalén. El piloto inglés cargaba con la cruz de sus neumáticos para alcanzar la meta de Monte Carlo como si ascendiera el Monte Calvario. Vuelta 21: “Estoy yendo tan lento que puede que tenga problemas para coger temperatura en los neumáticos”; vuelta 50: “Tengo problemas”; vuelta 59: “No sé qué estabais pensando cuando dijisteis que aguantaríamos hasta el final con estas ruedas, ¡necesitamos un milagro!”. La voz del sufrimiento. La modulación de la frustración. Una agonía de resistencia para la supervivencia del liderato. Una medición de la pasión por la victoria. Para concluir el ascenso a la cima y terminar diciendo: “Probablemente ha sido la carrera más dura que he tenido. He estado luchando con el espíritu de Niki -como si fuera Simón de Cirene-. Sé que miraba hacia abajo y estaba orgulloso”. El triunfo, cuarto del año para Hamilton, más líder del Mundial, va por él, el excelso Niki Lauda, campeón, genial persona y representante para la humanidad de la superación personal. ¡Danke, Niki!

Hamilton, con tendencia al histrionismo, desde luego vivió en la sexta ronda del campeonato una examen que puso a prueba su capacidad. Hizo de su sólido pilotaje el arte de enmudecer el nerviosismo. Condicionado por una mala elección de neumáticos, se empadronó en Numancia con una magistral defensa de su condición de poleman. Lideró de inicio a fin. Pero lo números son fríos, despiadados al ser descontextualizados. El de Stevenage encabezó la prueba con Max Verstappen soplándole la nuca desde la vuelta 11 hasta las 78 programadas. A distancia de DRS. Y ya se sabe del holandés que es esa suerte de Mel Gibson que nadie se quiere encontrar en una postapocalíptica carretera.

En el primer y único pit-stop, vuelta 11, Mercedes calzó a Hamilton gomas medias que debieron ser duras. El inglés quedaba condenado a prolongar la vida de sus neumáticos hasta el final. Intuyendo que la elección era mala, ralentizó el ritmo. Rodó en ocasiones seis segundos más lento de la que sería la vuelta rápida de carrera, con firma de Pierre Gasly (1:14,279). “No iba a volver a parar; sabía que era terminar o chocarme”, confesaría. Hamilton montó una caravana de cuatro coches: él, Verstappen, Vettel y Bottas. Todos ellos separados por menos de un segundo hasta la conclusión. Nada común en la F-1. Pero Mónaco es Mónaco. Una ratonera que prima a quienes corren a la defensiva. Si no es por el glamour... Y Verstappen es Mad Max. El holandés estiró su prudencia hasta la vuelta 70. Ahí puso el resto en pista. Hamilton aguantó las varias acometidas de Verstappen por el exterior en Loews. Deshizo la idea del holandés como punto propicio para el adelantamiento. Entonces Mad Max buscó en el Principado. Las vueltas se agotaban y con ellas la oportunidad. Se decidió por la Nouvelle Chicane. En el giro 76 lanzó sin escrúpulos el Red Bull. “Se tiró tarde; por suerte le he visto en el último segundo”, explicó Hamilton, que vio avecinarse un obús por el retrovisor. Tras ser embestido por Verstappen, el inglés evitó males mayores con un recto en la chicane. No hubo cambio de posición ni sanción. El perseverante Hamilton vio entonces la luz proyectada por una bandera ajedrezada. ¡Bufff! Las pulsaciones se suicidaron en un precipicio.

A Verstappen ya se le había hecho tarde, de noche. Porque no tenía margen para rebasar al líder y ganar con 5 segundos de ventaja. Y es que rodaba con una penalización de 5 segundos pendiente de aplicar. El riesgo que asumió a tres vueltas del final le pudo conducir al abandono. Además, tenía pegados a Vettel y Bottas. Con la sanción era cuarto sí o sí. Así fue: segundo sin sanción; cuarto con ella. Por su irreverencia, por luchar contra la lógica, fue elegido Piloto del Día. El chaval no regala una milésima y eso le convierte en el gran agitador de la F-1 junto a Charles Leclerc. Otro osado.

El monegasco partía 15º. Sin nada que perder y corriendo en casa... ¡al ataque! Completó dos adelantamiento. En la búsqueda del tercero se chocó y adiós muy buenas.

Los restos del Ferrari de Leclerc provocaron la entrada del safety car en la vuelta 11. Los cuatro primeros clasificados, los del trenecito, aprovecharon para sustituir las gomas. El pit-stop de Verstappen fue más rápido que el de Bottas. Pero al salir al pit-lane el de Red Bull no dio espacio al de Mercedes, que ya ocupaba el pasillo. La maniobra de Mad Max llevó al finlandés, que era segundo, contra el muro. Bottas pinchó y regresó al box en la vuelta 12. Verstappen se alzó segundo, y así cruzaría la meta, aunque pendiente de sanción por la acción. El choque daría dos plazas a Vettel: escaló una por el pinchazo de Bottas y otra al ser aplicada la pena de Verstappen. “Cuando vi el toque entre Max y Valtteri pensé que era mi oportunidad”. El alemán fue segundo, su mejor resultado. Privó a Mercedes del sexto doblete en seis citas, pero el equipo germano firmó su sexto triunfo. Y ganó errando en la estrategia. Pero allí estaba Niki, como Simón de Cirene.