ESTA piedra conmemora la proeza de William Webb Ellis quien con fina desobediencia de las reglas del fútbol como se jugaba en su tiempo tomó primero el balón en sus brazos y corrió con él originando así la distintiva característica del juego de rugby”. Así reza una placa en el Rugby School, uno de los centros privados de Inglaterra, donde cuenta la leyenda que nació el rugby allá por 1823. Nadie ha podido demostrar que el hecho sea cierto, que este clérigo anglicano pueda ser considerado el inventor de un deporte que se distanció del fútbol y ha llegado a un punto en el que no pueden estar más alejados. Pero tampoco se ha podido demostrar lo contrario, por lo que la ocurrencia de Webb Ellis ha pasado al imaginario del rugby, de tal forma que el trofeo que se otorga al ganador de la Copa del Mundo lleva su nombre.

El primer club de rugby del que se tiene constancia oficial es el Guy’s Hospital, fundado en 1843. En 1858, Edinburgh Academy y Merchiston Castle disputaron el primer partido de rugby entre colegios, que aún hoy se celebra de forma anual. En 1863, se separaron definitivamente el football y el rugby y ocho años después se creó el primer reglamento después de arduas discusiones y reuniones entre estudiantes de diferentes colegios, se fundó la Rugby Football Union y se celebró el primer partido entre Inglaterra y Escocia. El rugby empezó a popularizarse en las islas británicas y en 1883 se organizó el Torneo de las Cuatro Naciones, embrión del Cinco Naciones con la incorporación de Francia y después del Seis Naciones con la suma de Italia. En 1886, Escocia, Gales e Irlanda fundaron la International Rugby Football Board, que rige el rugby, aunque la expansión del deporte más allá de territorio británico hizo que Francia liderara en 1935 la creación de la Federación Internacional de Rugby Amateur que integraba a países de la Europa continental.

Hubo reticencias iniciales ya que se pensaba que esos nuevos países pervertían el espíritu del rugby, aunque cuando Francia se incorporó en 1947 al Cinco Naciones la dimensión mundial del rugby se hizo realidad. Las colonias británicas y las islas del Pacífico Sur y los países del Cono Sur americano, donde el rugby penetró a través del Río de la Plata, llegaron a la fiebre por un deporte que ya en la segunda mitad del siglo XX tenía otras dos modalidades: el Rugby 17, incluido ya en el programa de los Juegos Olímpicos, y el Rugby 13, que tiene su propia federación y que es popular sobre todo en esos países del Pacífico. En todo caso, la modalidad de 15 es la que hizo fortuna, la que todo el mundo asocia al rugby. Probablemente, el salto definitivo se produjo en 1987 con la disputa de la primera Copa del Mundo, que está considerado el tercer evento deportivo con más popularidad a nivel planetario, solo por detrás de los Juegos Olímpicos de verano y el Mundial de fútbol.

aferrados a los orígenes El rugby se ha preciado siempre de respetar sus orígenes, ha hecho gala de ese lema de “deporte de villanos jugado por caballeros” y que se materializa en el tercer tiempo que comparten los dos equipos y que deja al margen del resultado. Por eso, nada hay ahora más alejado del fútbol que el rugby, donde no se discute la autoridad del árbitro e, incluso, se ha reforzado con el videoarbitraje al que el juez recurre siempre que lo estima necesario y sin que nadie eleve una sola protesta. De hecho, en el inicio de este deporte no existía la figura del árbitro y eran los capitanes los que debían ejercer esa labor con escrupulosa limpieza. Por eso, el último episodio del Bélgica-España de clasificación para la Copa del Mundo ha sido una mancha para el rugby, que ha levantado muchas ampollas ya que se han traicionado algunos de estos principios indiscutibles de un deporte que nunca ha admitido la trampa y la manipulación.

No obstante, con el aumento de la difusión del rugby ha ido penetrando el profesionalismo que desde su oficialidad en 1995, por un lado, ha puesto en riesgo esa práctica tan arraigada del tercer tiempo, pero por otro ha contribuido a su desarrollo físico, técnico y táctico, a favorecer la movilidad de jugadores y entrenador y, como consecuencia, a elevar el nivel de todas las competiciones. La Copa del Mundo, que el año próximo se celebrará en Japón y que ha dejado algunas imágenes para la historia del deporte, es un ejemplo de ello. Nueva Zelanda y sus All Blacks son la gran potencia dominadora de un deporte que admite que en territorios pequeños como el propio país de los antípodas, Samoa, Tonga, Fiyi, Galés o Escocia se juegue un rugby de altísimo nivel. Y eso no es más que una consecuencia de su fortísima implantación en lugares del mundo donde el fútbol no llega.

El rugby no se ha quedado parado y ha adoptado fórmulas para hacerlo vistoso como premiar al equipo que logra más de cuatro ensayos o al que pierde por menos de siete puntos. Porque al hilo de profesionalismo han ido creciendo en interés y poder económico competiciones de selecciones como el Seis Naciones o el Rugby Championship, que reúne a Nueva Zelanda, Australia, Sudáfrica y Argentina. También a nivel de clubes en 1995 se creó en Europa la Champions Cup y un año después nació la Challenge Cup, cuyas finales se disputarán en Bilbao. En el Hemisferio Sur existe el Super 15 en el que participan clubes de Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Y, como ocurre en otros deportes, casi todo está al alcance de los aficionados de este antiguo deporte que quiere abrazar la modernidad.