Bilbao - Muñecos de cera y pieles de nácar. Un decorado de western árido. Un lugar donde las llamas han devorado la vida. Montes arrasados. Una visión postapocalíptica. Por una carretera que escupe fuego, un dragón, corren despavoridos los dorsales. Huyen del incendio retorciéndose. Amasijos de huesos. Cenizas. Crematorio. Por si alguien quiso imaginar un oasis o una vida mejor, dos grafitis enormes recordaban que les esperaba el infierno en Mas de la Costa, un muro de los que levanta la albañilería de Vuelta. En las puertas de Mas de la Costa, un puerto con el cuello corto, -apenas cuatro kilómetros-pero con mucha nuez -rampas de hasta el 21%-, se lee: Aquí empieza el infierno. La pintura blanca brilla como un neón de carretera sobre el asfalto gris, descarnado, sin escamas. La señal es el anuncio de un desfiladero angosto, estrecho, con la carretera que se eleva histriónica, histérica y torcida. En la cumbre, la pintada es un grafiti de tonos llama: rojo, naranja, amarillo y algo de negro. Luto. El color del calor trazado con letras gordas y artísticas. La pintada está escrita en inglés. Welcome to hell. Lo que viene a ser: bienvenidos al infierno. De abajo a arriba. Entre la rudimentaria pintada del rellano del puerto, de su acceso, y la alambicada expresión de la corona de espinas, se concentró el duelo al sol de Quintana y Froome, abrigados por Chaves y Contador, emparejados todos. Para entonces ya había llegado el diablo. Mathias Frank se presentó en el averno para gobernar su minifundio. El latifundio pertenece a Nairo Quintana, que en Mas de la Costa, restó otro día para Madrid. “Sabía que iba a haber ataques, los ha habido de Contador y de Chaves, que tienen su lucha particular por el podio, pero estaba a lo mío, a ver qué hacía Froome y ha sido un día salvado”, dijo el colombiano, a un dedo del triunfo final. Cada empate con Froome es una victoria para el líder, que llegó en paralelo al británico, pegados a Chaves y Contador. Los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgando juntos.

Froome se despidió de ellos con un silbato en la boca: ¡priiiii! Bajó pitando hacia el autobús del equipo tras tachar otro día de competición sin que nada se moviera. Su Vuelta continúa en stand by desde que en Formigal se despeñara. Le empujó la ambición de Contador, otra vez activo, mostrando los incisivos y el baile de hombros en Mas de la Costa. Extinguida la etapa sin quemaduras, se subió al rodillo Contador para bajar el ácido láctico, el veneno del esfuerzo. Tras deshinchar las piernas, intoxicadas de sufrimiento, se fue a hablar con Quintana, todavía haciendo rodillo. Le susurró Contador varios consejos. Escuchaba Nairo, sonriente. Buen rollo. Sintonía. Contador se postuló por Quintana en Formigal. Le eligió para ganar. Enemigos íntimos. El madrileño y el líder apenas dijeron nada del encuentro. Contador contó que había sido una buena etapa y que le deseó un buen descanso a Nairo. El colombiano aportó su versión. Habían hablado de la subida. De lo dura que había sido. El discurso de Contador fue bastante más largo que su memoria, pero se quedó bajo secreto de sumario.

pello Bilbao, cuarto No así Mas de la Costa, un puerto muy pregonado, otra cota singular de la Vuelta, que colecciona cuestas de cabras y subidas exageradísimas donde se acumulan los cadáveres. Morgues ideales para los planos cortos y la mímica, pero con un impacto menor a efectos contables. “En rampas así lo más que puedes sacar es ser un kilómetro por hora más rápido”, mencionó Contador. La Vuelta apuesta por el menos es más. Minimalismo. Como la etapa, reducida a cuatro kilómetros salvajes, un cuestón para pegarse con Newton y la ley de la gravedad. Cataldo y Frank pusieron la primera huella en el último descubrimiento de los topógrafos de la organización. El italiano y el suizo habían salido de una convención de la ONU, una reunión de una treinta de corredores. Allí se encontraba la rebeldía de Pello Bilbao y Haimar Zubeldia. El gernikarra buscó su opción en Mas de La Costa. Bilbao, selectivo, avanzó, pero arrastró la sombra de Gesink, el tallo holandés que venció en Aubisque y que en esta ocasión no pudo con Frank ni con Konig. Perseveró Pello en el sacacorchos para ser cuarto.

Cuatro eran los que pleiteaban en asuntos de más jerarquía. Orica y Movistar calentaron el aterrizaje al infierno, donde no tardaron en acentuarse Contador, Froome, Quintana y Chaves en una empaliza tremenda. El británico, a un par de brazadas en el primer chapuzón, se soldó más tarde al trío, donde sobresalía el ímpetu de Contador, que cada día corre con más tilde. “Cuando vi a Froome por detrás aceleré un poco para ver cómo iban las cosas”. El británico, atado al pulsómetro, gestionó la subida: estirándose aquí y encogiéndose allá porque apenas le queda molinillo. Un disparo de Chaves le dejó durante un momento sin eco frente a Quintana, pero se recompuso y compartió fotograma con el líder en un puerto sin resuello. Un mural de padecimiento. Bienvenidos al infierno. Frank, suizo, hijo de la nieve, frío, no se derritió. Un glaciar. Después se reunieron Quintana, Froome, Contador y Chaves alrededor del infierno. Helado.