EL 26 de febrero de 2007 estuvo cerca de marcar el final de la trayectoria profesional de Shaun Livingston (11-IX-1985, Peoria) cuando esta no había hecho más que empezar. Pensar aquella noche, en el Centinela Hospital Medical Center de Inglewood, en el porvenir baloncestístico del base era un atrevimiento. Augurar que nueve años después iba a ser una pieza de notable importancia dentro del entramado de los Golden State Warriors, el guardaespaldas de Stephen Curry en el mejor equipo de la historia de la NBA, era una absoluta quimera. Aquella noche la palabra que más se repetía en la habitación del entonces jugador de Los Angeles Clippers era mucho más lúgubre: amputación.
Por aquel entonces, Livingston era un prometedor base que cumplía su tercer curso en la NBA, en unos Clippers que le seleccionaron en la cuarta posición del draft de 2004. Base espigadísimo (2,01 metros), buen defensor y rapidísimo, había dado el salto al profesionalismo directamente desde el instituto pese a tener un compromiso verbal con Duke y espoleado por sus galones de All American y su condición de segundo mejor jugador de high school del país, solo por detrás de Dwight Howard. Sus dos primeros años en la liga estuvieron mediatizados por las lesiones, perdiéndose 73 partidos. El tercero parecía el del despegue -promediaba 9,3 puntos y 5,1 asistencias en treinta minutos de juego- hasta que llegó el 26 de febrero de 2007. Aquella noche los Clippers recibían en el Staples Center a Charlotte. En el primer cuarto, Livingston salió como un rayo para completar una bandeja pero aterrizó mal. Fatal. Pese a que el juego siguió en primera instancia, los alaridos del jugador alertaron sobre lo espeluznante de su lesión. La pierna izquierda del jugador presentaba una forma absolutamente antinatural. “Parecía un manojo de cartas lanzado al aire”, dijo Mike Dunleavy, su técnico. “Cuando vi su rodilla pensé que era imposible que volviera a jugar”, sentenció su compañero Sam Cassell. Steven Shimoyama, médico de los Clippers, saltó inmediatamente a atenderle y años después sintetizaba en la web Grantland su primera reacción al ver que aquella rodilla tenía forma de cualquier cosa menos de una rodilla: “Parecía un pretzel”. Muchos analistas siguen considerando aquellas imágenes como las más terribles jamás vistas sobre una cancha de la NBA. La ESPN incluso aconsejó a sus espectadores no verlas al ser extremadamente desagradables.
Shimoyama se dio cuenta rápidamente de la extrema gravedad de la lesión -la resonancia confirmó fracturas en el ligamento cruzado anterior y posterior, en el colateral medio y en el menisco lateral, y dislocación de rótula y de la tibia-femoral- y del riesgo de bloqueo en la circulación sanguínea y de aparición de gangrena que sufría la pierna de Livingston si no era capaz de devolver la rodilla a su sitio. Lo consiguió en cuestión de segundos y siguió ejerciendo presión durante todo el camino hasta el hospital. La médico que les recibió fue contundente y directa: había serio riesgo de amputación.
Olvidar el baloncesto Livingston pudo respirar horas después cuando la eco-doppler confirmó que el riego sanguíneo era correcto. Los médicos le dijeron, sin embargo, que se olvidara del baloncesto, que iba a necesitar meses de rehabilitación solo para volver a caminar. Pero él no se rindió. Desafiando a una lesión que se ha convertido en caso de estudio en facultades en lo que a medicina deportiva se refiere, regresó 21 meses después, en noviembre de 2008, con la camiseta de los Miami Heat. Duró solo cuatro partidos antes de ser cortado. Bajó a la Liga de Desarrollo y semanas después fue reclutado por Oklahoma, donde tampoco encajó. No se asentó en Washington, ni en Charlotte, ni en Milwaukee, ni en su segunda etapa con los Wizards, ni en Cleveland... Pasó por siete franquicias en cinco temporadas y su carrera parecía limitada al rol de trotamundos, de jugador de fondo de banquillo. “Sé que no soy el de antes, pero aún puedo ayudar”, reconocía en julio de 2013.
Aquel verano recaló en Brooklyn, lo que revitalizó su carrera. Jugó 76 partidos, casi siempre de titular, y Steve Kerr le reclutó para los Warriors, donde su rol en estas dos temporadas ha sido el de guardaespaldas de Curry, cuyo puesto está ocupando con eficacia desde la lesión del MVP. No está mal para alguien a quien en 2007 Los Angeles Times dedicó esta frase: “Ver a Livingston destrozarse su rodilla izquierda es la escena más desgarradora desde que la madre de Bambi recibió un disparo en el prado”.