El engaño de Aimar Olaizola residió en esconder su derecha, en poner los focos en que no estaba del todo calibrada, que no era la misma que en anteriores cursos, que no era capaz de mostrar su mejor versión y que ella tenía la clave. Era por la que había pedido el aplazamiento contra Mikel Urrutikoetxea en semifinales y fue por la que apenas se pronunció en las citas con el frontón Bizkaia en las semanas previas a la final. No dijo nada. Ese fue su truco. Su diestra lució con el primer sotamano como si conectase los focos de mil campos de fútbol, como si el sol se desmayase ante el poder del goizuetarra. Era su engaño. Y su hoguera. En la que penó Juan Martínez de Irujo, no por mal partido, sino por bueno de su contrincante, que le trajo por el camino de la amargura durante los cincuenta minutos de una final dura, a pesar del resultado, peloteada y con más batalla que brillantez en el remate. Fue complicado amarrarse al asfalto de una modalidad tan complicada como es el mano a mano, y Aimar puso en marcha el ordenador desde el primer instante. Siempre cuenta Juan que nunca se sabe cómo se va a afrontar una final, que si se te va una pelota a la chapa te pueden temblar las piernas. Lo cuenta él, ducho en esas lides, con diecisiete finales a sus espaldas y diez txapelas coronando su hogar. Pues bien, ayer no disfrutó el de Ibero y sintió que no le entraba la pelota en la mano tal y como había pasado hasta entonces. Y es que, Irujo llegaba con cierta vitola de favorito por cómo le lucía el golpe, electricidad pura; pero ahí estaba Aimar para decir lo contrario, para debatir en lo que parecía un monólogo y para darle la vuelta a lo que venía. Porque el delantero de Goizueta lo hizo todo perfecto, manejando todas las facetas del juego y sin apenas incurrir en el saque-remate. Juan se abrasó y acabó muerto por el despliegue, cosa que no se le puede reprochar. Tardó en gozar casi una decena de tantos y, por entonces, Aimar ya había abierto una brecha enorme.
El de Ibero, que alcanzaba la final del Manomanista con guillotinas en sus manos, como un huracán, no empezó dentro del partido. Sí que aguantó por físico y por pundonor, regalando ya con el 1-0 un tanto enorme, de 25 pelotazos. Pegó Irujo, pero Aimar era un frontis más y su sotamano, una cizalla. Con el 2-0 el delantero de Goizueta regaló una cortada bajo chapa que hizo cambiar la pelota a su contrincante. Solo era un modo de calibrar el remate, que hasta ese punto había brillado por su ausencia en las dos esquinas del ring. Aprovechó para visitar el cestaño Juan, para revisar el material y tirarse rápido a por su pelota, a por cueros de más salida para hacer su juego. Pero no pudo soltarle como a él le gusta. No pudo concretar su dominio.
Porque Aimar Olaizola era un muro, una atalaya infranqueable. Si Juan era un volcán, el puntillero de Asegarce era hielo, era impenetrable. No obstante, la pelea fue preciosa, sobre todo con el peloteo. Rompió el luminoso el goizuetarra cuando apenas rezaba el 4-1. Y la redención parecía estar lejos, a kilómetros de allí. De hecho, Aimar no se ató al remate rápido para abalanzarse sobre su presa. Esperó. Se puso a madurar el tanto, a pegar, a jugar a bote, a mantener la compostura, hasta romper.
Con el 4-1, se le cayó un remate al colchón. Era su segundo error. Ya no había sitio para más en su hoja de ruta. Aprovechó Juan el guion para apuntarse una escapada con más suerte que intención.
Y, entonces, avivó el fuego Aimar. Cortó con la zurda al ancho, recuperó el saque y rompió el partido demasiado rápido. Fue casi perfecta la manera de jugar de Olaizola, centrado y con las ideas claras, sin recurrir a lo fácil. Sorprendiendo. Con la fuerza de un big bang explotó. Rompió las esquirlas de la presión. Y Juan... Juan a la espera de poder cazar alguna y acabar su trabajo de recadista, dominado cuando no podía revertir el poder de Olaizola con el besagain. Porque Juan no estuvo cómodo en ningún instante. No pudo sacar chispas a su derecha y lo pagó. De una tacada, Aimar se puso con el viento a favor (12-3) y con la sensación de que se encontraba tranquilo, fresco y demasiado a gusto. Solo entonces, con una brecha como el cañón del Colorado en el marcador, Irujo dio la vuelta al cuerpo y le pudo soltar más a la pelota. Quizás no empezó tensionado Juan, pero tras venderse con algún remate, se quedó estancado, muy tímido para su juego desbocado.
Más irujo, mismo olaizola II Había encajado ya cuatro saques Irujo de un Olaizola encantado de cruzar bien y apoyarse en pared. No exhibió su gancho de izquierda del mismo modo que tiene acostumbrado a la cátedra, pero sí que bordó todo lo demás. Entonces, reaccionó al liberarse el de Ibero. Le dio a la pelota, que era lo que necesitaba: sentirse poderoso. Un buruzgain devolvió cierto grado de fe al bando azul. 12-4. Y volvió a soltarle con todo el alma para apresar a Aimar atrás, que se defendió con el sotamano muy bien. Fue un espejismo, porque en el siguiente, una obra de arte de 28 pelotazos, Irujo se pegó de bruces con la realidad. Tras dominar, defender, rematar y contraatacar, acabó en el suelo de la contracancha viendo cómo Aimar terminaba desde el txoko un tanto que solo la mala fortuna evitó que fuera azul. Aunque aún iban 13-5, era el prólogo de un final anunciado. Doloroso para Juan por todo lo que jugó, dominado la mayoría de las veces y abatido por un adversario que estuvo un escalón por encima en todas las facetas de juego. Desde que adelantó un paso en los primeros tantos, Aimar se instaló cerca del frontis para arrollar a Juan. Fue demasiado. Después del 13-5 tampoco le salió nada. Maniatado, esperó hasta vaciarse y acabar la contienda frente a un Olaizola que jugó mejor que el año pasado, cuando ganó por el mismo resultado, ante un rival mejor.