Al ser humano le inspira la naturaleza, salvo cuando es estúpido y la combate porque considera que tiene más poder. Evidentemente se equivoca. Los genios que diseñaron las catedrales solo tuvieron que mirar a las alturas para dejarse convencer de la fuerza, la belleza y la fascinación de las grandes montañas. Los duomos que quieren llegar al cielo, que veneran a los dioses, surgen desde las entrañas de la tierra, maquetas a escala de las cumbres.
Las vidrieras que dejan entrar la luz, caleidoscópica iluminación, son un juego hipnótico. Una representación artística del sol. En el Valle de Aosta, hermanado con Suiza y Francia, las montañas son catedralicias, majestuoso el Cervino, la gran pirámide, por impacto y belleza. No hay un duomo que las supere. Estética imbatible.
Embelesa su contemplación, narcotizante el tomavistas que encuadra las altas cimas con las paredes grises, rocosas y exuberantes, rematadas con el tocado de las nieves que aún perduran. Tzecore (15,8 km, al 7,7%), Saint Pantaleon (16,5 % al 7,2%), Jeux (15,3 km al 6,9%) y Antagnod (9,5 km al 4,7%), bellos dedos que apuntan al cielo del Giro, protegido por una cúpula celeste, el sol magnífico, derrochón, que acaricia a veces y pellizca en otras.
Ante sus majestades, los ciclistas son seres insignificantes, guiñapos frente a colosos que convierten los cuerpos en amasijos de piel y hueso, en fantasmas. Espectros que tratan de sostenerse en el abismo. Un tratado de la ceguera de puro esfuerzo. Deshabitados los cuerpos, herrumbrosos, la mente confundida en un día estupendo que no creció más por la tregua de los mejores. Pacto de no agresión. El Giro que domina Del Toro y desea Carapaz queda a expensas de la Finestre.
Extraordinario Prodhomme
En ese territorio donde es mejor acampar o simplemente descontar los días de la vida mirando al horizonte para calibrar el tamaño de lo que somos, los más desacomplejados propusieron una fuga, una oda a la libertad, un canto a las utopías. En ese no lugar, en el más allá, venció Nicolas Prodhomme después de una travesía extraordinaria, una epopeya que celebró en solitario.
La victoria de Prodhomme surgió de la fuga de muchos dorsales. Entre ellos estaban Pello Bilbao, que conducía a Tiberi, e Igor Arrieta, vigía del líder, a la espera del estallido entre la nobleza que nunca sucedió. Bramó su logro, que hizo eco entre las grandes montañas. Gigantesca la actuación del francés, un jornalero de la gloria. Albañil de la ilusión, construyó su mejor victoria. Bautismo en el Giro. El mejor descorche.
Esta vez, la gloria no fue un regalo de un compañero. Se encumbró ladrillo a ladrillo. Para él fue todo el honor de un día de servicios mínimos entre los jerarcas, demasiado presionados por el empuje de los colosos y la presencia en lontananza de Finestre, el último gran asalto, un punto de no retorno.
En Champoluc, remate la etapa reina, sacó brillo a la corona rosa Isaac del Toro, impulsado por Carapaz, el único que trató desestabilizarle de la peana desde la que observa el Giro. Prosigue Del Toro en las alturas. El ecuatoriano trató de buscar una grieta en el mexicano, pero la máscara del líder es impenetrable. Sigue siendo color de rosa su vida en el Giro a un día de la capitulación, antes del paseo de Roma, donde se espera al gran conquistador de la carrera italiana.
Del Toro toma el control
El despegue de Carapaz convocó de inmediato a Del Toro. Ambos dejaron en el retrovisor al resto de candidatos, sin piernas frente a ellos. El Giro es un vis a vis entre el joven mexicano y Carapaz, campeón de 2019, recién cumplidos los 33. Del Toro, sereno y con un punto de madurez, manda con una renta de 43 segundos respecto al ecuatoriano a la espera del último encuentro con las montañas. Será el ocaso. La noche atrapó a Simon Yates, que se alejó a 1:21. La Finestre, con su subida alfombrada con sterrato, elegirá al campeón del Giro. Dos hombres y un destino.
De rosa, joven, hambriento, Del Toro se medía a sí mismo en una travesía que percutía hacia los límites, a los lugares inhóspitos que arrastraba la corriente del Giro en su orgiástica propuesta.
Giro de Italia
Decimonovena etapa
1. Nicolas Prodhomme (Decath.) 4h50:35
2. Isaac del Toro (UAE) a 58’’
3. Richard Carapaz (Education F.) m.t.
4. Damiano Caruso (Bahrain) a 1:22
19. Igor Arrieta (UAE) a 11:23
21. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 14:39
24. Pello Bilbao (Bahrain) a 16:34
101. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 36:36
137. Jon Barrenetxea (Movistar) a 41:36
144. Jonathan Lastra (Cofidis) a 41:54
General
1. Isaac del Toro (UAE) 73h47:59
2. Richard Carapaz (Education F.) a 43’’
3. Simon Yates (Visma) a 1:21
4. Derek Gee (Israel) a 2:27
5. Damiano Caruso (Bahrain) a 3:36
30. Igor Arrieta (UAE) a 1h36:12
33. Pello Bilbao (Bahrain) a 1h43:37
59. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 2h17:15
63. Jonathan Lastra (Cofidis) a 2h28:44
93. Jon Barrenetxea (Movistar) a 3h33:35
125. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 4h31:50
Una panorámica excelsa para el mejor cine. El escenario era inabarcable, pero a los actores les faltó sobresalir. Nadie pudo imponerse. Del Toro, en su papel, lo bordó. No tomó riesgos. No los necesitaba. Solo Carapaz, el secundario que persigue el rosa con ahínco y valentía, intentó imponer su guion. Retraso a todos salvo a Del Toro, fresco y convincente en la defensa.
Subidas a ritmo
Antes, el Visma se personó con la idea de arrullar a Simon Yates en Saint Pantaleon, un puerto tremendo, de curvas bamboleantes, sinuosa la carretera, de lija y desgaste, prensada entre la foresta. La fatiga mandaba en un día brutal. La precaución alzaba la voz entre los jadeos. En los Alpes, cualquier error podría ser fatal, una invitación al hundimiento.
Convenía cubrirse, refugiarse. No sobran ni las migas, un manjar a esas alturas del Giro. Los favoritos, con Del Toro, Simon Yates y Carapaz, descontaron las dos primeras cumbres sin provocarse los unos a los otros, temerosos ante la ira de las montañas.
No había alegría en el Joux, donde se desprendían las esperanzas como las hojas de octubre, por inercia. El Visma de Yates pastoreaba la ascensión con aspecto de canícula del julio francés mientras Prodhomme, Tiberi y Verona respiraban los aires de libertad de la fuga. El francés se desató. Mediado el Jeux, Del Toro mandó a los suyos a acompasar la subida. La gestión como sostén de la supervivencia.
Reunidos los contables, los gerentes de la miseria. Firmado el armisticio. Carapaz trató de quemar a Del Toro, pero a su chispa le faltaba fuego. El líder se asomó a la rueda del ecuatoriano y Yates en dos pedaladas. Incluso soltó las manos del manillar para coger un gel en ese instante. Jeux era un juego de niños para el mexicano, el más joven.
El descenso era un tobogán estupendo que sostenían los abetos y contaba a todos los patricios del Giro, en la misma cuerda. Se encaminaban hacia Antagnod, que brotaba de inmediato, en cuanto finalizó el rápel. Carapaz se encendió por segunda vez. Su fogonazo quemó a todos salvo al líder, de rosa ignífugo. Apagó la rebelión con un soplido. Por delante, Prodhomme saboreaba la gloria de los estajanovistas. A la espera del asalto final, Del Toro doma a Carapaz.