BILBAO. Seis segundos y cuatro décimas. Poco más que un suspiro. Ese es el tiempo que separó ayer en el infierno de Miribilla lo terrenal de lo glorioso, un simple partido de baloncesto del ensordecedor estruendo con el que 10.000 almas negras como el carbón, como sus héroes, celebraron la prolongación de un sueño del que absolutamente nadie quiere despertar. ¡Es tan bonito escuchar ese I feel Devotion convertido ya en Bilbotion! Seis segundos y cuatro décimas. Poco más que un "venga chicos, defendamos nuestra casa, sigamos haciendo historia". El tiempo exacto en el que Álex Mumbrú puso la bola en juego desde la banda para que Raúl López grabara a cincel un nuevo milagro. Cogió el balón el de Vic y, gustoso, asumió la responsabilidad. Penetró hacia canasta con decisión. No era momento para titubeos. Nervios de acero, fundamentos de virtuoso. Cuando en su carrera se encontró de frente con Shaun Stonerook fintó un lanzamiento y su rival, perro viejo y marrullero como pocos, picó como un juvenil. Saltó sin que hubiera nada por lo que saltar. Aire para el de Vic, daga mortal al corazón del todopoderoso Montepaschi. En ese escaso metro de vida, a cuatro del aro, Raúl saltó hacia atrás y Stonerook, absolutamente vencido, levantó una mano desesperada ante el brazo armado del base del Gescrap Bizkaia. El balón salió de la mano del ayer Dios del Olimpo bilbaino y, plácidamente, aterrizó en la red mientras el tablero se iluminaba. ¡Canasta! ¡Victoria! ¡60-59! Nueva gesta, nuevo paso hacia lo desconocido, hacia esos cuartos de final de la Euroliga que están ahora a tiro de piedra, a falta de una derrota del Real Madrid en sus dos compromisos restantes -recibe hoy al Unicaja y visita la próxima semana Siena- o de una victoria de los de Fotis Katsikaris dentro de siete días en Málaga.

La jugada, cocinada en la pizarra del técnico griego, salió a pedir de boca. "Para Raúl ese tiro es como una bandeja", dijo el de Korydallos en sala de prensa. "Confiábamos a ciegas en él", añadió Banic, otro titán de las trincheras en la batalla de ayer. "Estos lanzamientos también se entrenan", apuntó sin querer darse demasiada importancia el protagonista, como si decidir partidos de Euroliga sobre la bocina fuera lo más normal del mundo y demostrando que las genialidades también se entrenan. De hecho, sobre la bocina del tercer acto ya había metido otro lanzamiento parecido, aunque un poco más lejano.

La suya fue una guinda inmejorable a una batalla campal en la que hacer prisioneros quedó prohibido desde el salto inicial. Si el anterior duelo continental ante el Real Madrid fue un homenaje para los sentidos, una oda a la brillantez y al baloncesto eléctrico, lo de ayer fue otra cosa diametralmente opuesta. Pugna de trincheras, mono de trabajo y pico y pala como instrumental de supervivencia. Fruto de la tensión del momento, de lo mucho que había en juego, el Gescrap Bizkaia se quedó sin su mejor arma, sin esa exuberancia ofensiva que noquea a sus rivales, huérfano de ese descaro y bendita locura capaz de tumbar a los gigantes, pero supo reinventarse en un soberbio ejercicio de ardor guerrero. Sin arsenal atacante, los hombres de negro se agarraron al partido desde la defensa, desde una sobresaliente intensidad respaldada por la grada, y el Montepaschi Siena, un señor equipo, nunca pudo despegarse en el luminoso. Como muestra de la agónico que fue el duelo, basta con decir que el 2-8 del acto inicial fue la mayor renta saboreada por cualquiera de los dos contendientes. Con Aaron Jackson fuera de sitio, incómodo en cancha en todo momento, la resistencia la capitanearon entre Marko Banic y el propio Raúl, con D'Or Fischer barriendo los aros con 12 rebotes que valieron su peso en oro. El croata llevó el peso anotador de los suyos durante gran parte de la confrontación y el de Vic hizo valer sus tablas al final, cuando la resolución de la obra quedó emplazada a ese potro de castigo que es la línea de tiros libres.

Desacierto El 7-8 con el que acabó el acto inicial da buena idea de lo que fue el choque. Con los anfitriones anotando 3 tiros de campo de 18 intentos y los visitantes con otro paupérrimo 3 de 16, quedaba claro que el duelo iba a ser muy complicado de digerir. El Siena tiró de sus secundarios de lujo -Carraretto, Ress...- para mandar en el marcador, pero un momento de inspiración de Vasileiadis minimizó los daños al descanso (21-22). El partido no cambió en la reanudación. Al Gescrap Bizkaia le costaba una barbaridad armar los ataques, consumía muchísimos segundos sin conseguir sacar nada en claro, por lo que las canastas marca de la casa de Banic, fáciles en apariencia pero trabajadas con inteligencia, fueron más agradecidas que nunca, aunque en el bando contrario Rakocevic tampoco tardó en hacer de las suyas.

El 39-39 a diez minutos del final prometía emociones fuertes y así fue. Ambos rivales intercambiaron canastas y errores sin tregua. Rako no aprovechó tres tiros libres tras una inexistente falta de Fischer y el Gescrap falló más de la cuenta desde la línea de personal. La aparición de McCalebb con dos soberanas penetraciones fue contestada a trancas y barrancas, pero una pérdida tras saque de fondo a once segundos del final y 58-57 en el marcador hizo temer lo peor, más aún después de la canasta de Thornton, pero Raúl no había sacado a relucir aún la mano de Dios para seguir soñando.

1Sin filo ofensivo El 7-8 del acto inicial dejó claro que el de ayer no iba a ser el partido de los ataques. De hecho, el Gescrap Bizkaia acabó con un 37% en tiros de dos y un 17% en triples. Tampoco le fue mucho mejor al Montepaschi Siena, con 40% y 33% respectivamente.

2Máxima igualdad El 2-8 registrado en el primer cuarto fue la máxima ventaja que tuvo cualquiera de los dos equipos. Durante la contienda se registraron hasta nueve igualadas en el luminoso.

3Ambiente No es casualidad que jugadores de la solvencia y el temple de Rakocevic o McCalebb fallaran tiros libres en los minutos finales, pues el público del Bilbao Arena volvió a ofrecer una nueva demostración del 'efecto Miribilla'.