LA Euroliga que recibe al Bilbao Basket ha superado su primera década de vida con la intención de convertirse en la alternativa a la NBA a este lado del Atlántico. Y si es necesario lo hará a costa de reducir las Ligas nacionales a la categoría de nodrizas residuales. La primera competición de clubes de Europa dista de ser la bicoca que se pretende vender, pero sus dirigentes, con Jordi Bertomeu a la cabeza, no cejan en su empeño por comer el terreno a cualquier competencia que les salga al camino. Los seguidores bilbainos harían bien en disfrutar de esta primera incursión del equipo en la Euroliga. Porque, tal y como están las cosas, quizás sea la primera y la última.

Hasta el verano de 2000, era la FIBA la que controlaba la Copa de Europa de toda la vida, con sus virtudes y sus defectos. Con la excusa de modernizarla y aumentar los ingresos televisivos y de marketing, se produjo entonces un cisma que provocó el nacimiento de la Unión de Ligas Europeas de Baloncesto, la ULEB, en lo que la Liga ACB puso mucho de su parte. De hecho, se puede decir que inició lo que entonces era una revolución contra el poder establecido durante décadas.

dos campeones La ULEB alumbró la Euroliga y la FIBA no dio su brazo a torcer y creó la Suproliga para albergar a aquellos clubes que no atendieron la llamada de los rebeldes. De esta forma, en la temporada 2000-2001 hubo oficialmente dos campeones de Europa y así se recoge en las enciclopedias: el Kinder de Bolonia superó al Tau en la primera y recordada final de la nueva competición, disputada al mejor de cinco partidos, y el Maccabi Tel Aviv se proclamó campeón de la antigua tras derrotar al Panathinaikos en la final.

Esta dualidad no tenía razón de ser y duró poco ya que para la temporada siguiente todos los clubes habían vuelto al redil de la ULEB. Eran los mismos perros con distintos collares. De esta forma, las competiciones principales quedaron fuera del control de la FIBA y se abrió una nueva etapa en el baloncesto europeo, que no será la última. La Euroliga empezó a tomar vida propia, con la Eurocup como torneo subalterno y mal menor para muchos, y de la mano de Jordi Bertomeu, puesto en su cargo por la ACB, fue tomando decisiones que la alejaron de la propia organización que la vio nacer y hoy es el día en que la ULEB, en cuanto a unión de Ligas, pinta más bien poco. La FIBA no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia y cedió la mayoría de sus competencias para quedarse desde 2003 con lo que ahora se llama Eurochallenge, una tercera división que alberga a equipos sin pedigrí o con ganas de labrarse un palmarés y que, en teoría, es heredera de aquella Suproliga inicial.

Los tres torneos están ahora relacionados, a través de fases previas, pero es la Euroliga la que corta el bacalao, pero la Liga Endesa ha ido perdiendo peso. Siete de sus clubes han disputado la competición desde que existe: Barcelona, el único que la ha ganado, Baskonia, que como los catalanes no se ha perdido ninguna edición, Real Madrid, Unicaja, Joventut, Estudiantes y Valencia. Durante unos años, operaron los famosos trienios que premiaban los méritos deportivos y que, claro, beneficiaban a los grandes dentro de la competición estatal. Solo quien ganara la Eurocup, como ocurrió con el Valencia, dos veces, y el Joventut, una, podía meter la cabeza en el grupo de privilegiados.

La Euroliga empezó a crecer, a veces con más ruido que nueces, abrazada a decisiones que reforzaban el sentido de negocio en detrimento de lo deportivo y con un mercado televisivo y de patrocinios alejado de las expectativas iniciales, probablemente porque se ha ido abandonando la incertidumbre que debe presidir el desarrollo de cualquier competición. De hecho, solo cuatro equipos, claros dominadores por poderío económico, han ganado el torneo en los últimos diez años: Panathinaikos, en cuatro ocasiones, y el Barcelona, el Maccabi y el CSKA Moscú, en dos cada uno. La Virtus Bolonia, la Fortitudo Bolonia, el Benetton, el Tau y el Olympiacos son los otros conjuntos que osaron colarse en una final cada vez más restringida.

las polémicas licencias Con el paso de las temporadas, Bertomeu, cara visible de quienes actúan tras los focos, fue captando con sus dotes negociadoras y promesas de un futuro mejor adeptos a su causa en aquellos países con Ligas poco poderosas y en aquellos clubes para los que la máxima competición supone su competición principal, el lugar donde justificar inversiones millonarias. Así, fue en verano de 2009 cuando la Euroliga repartió con criterios polémicos y discutibles las licencias A que permiten a trece clubes garantizarse una presencia casi vitalicia en la competición, salvo que se produzca una debacle deportiva o económica. Entre ellos están el Barcelona, el Real Madrid, el Baskonia y el Unicaja como avanzadilla inamovible y discutida de la Liga ACB que creó un monstruo y ahora no sabe cómo pararlo.

Esa fue la última vuelta de tuerca, el penúltimo paso para hacerse con el control definitivo del baloncesto europeo de clubes. Antes llegaron la exigencia de pabellones de más de 10.000 espectadores y la obligatoriedad de aportar un contrato televisivo para poder acceder a ese círculo de privilegiados. Los dirigentes de la máxima competición continental y los clubes que la sustentan siguen avanzando de una forma que parece imparable para convertirla en un torneo elitista, cerrado a unos pocos escogidos que han tenido la suerte de estar en el momento justo en el sitio justo.