Duración 55 minutos. 23 de juego real.

Saques 1 de Bengoetxea VI.

Pelotazos 511 pelotazos a buena.

Tantos en juego 11 de Irujo, 7 de Bengoetxea VI y 1 de Apraiz.

Errores 4 de Irujo, 1 de Barriola, 4 de Bengoetxea VI y 7 de Apraiz.

Marcador 6-0, 6-3, 8-3, 8-6, 12-6, 12-7, 15-7, 15-8, 15-10, 18-10, 19-13, 19-13, 21-14, 22-14.

Incidencias Buena entrada en el Santi Brouard, donde el dinero se cantaba doble a sencillo por la pareja colorada.

bilbao. Perfil de equilibrista. Manos de púgil. Mirada de arquitecto. Once tantos. No necesitó más Juan Martínez de Irujo para plasmar su estatus en la cancha. Capaz de jugar al límite, en el corto espacio que queda en el filo de la navaja, adoptando pose de funambulista con aire desgarrado, pero con un poso de seguridad innato. Lo intuye. Lo imagina. Lo sabe. Maneja el movimiento a base de una garra que, descarnada, da una valor diferente a su forma de jugar. Si bien Yves Xala se mueve bailando swing y Abel Barriola tiene piernas de púgil, el de Ibero camina como un artista circense. Se sabe de sus facultades físicas, de su carácter, pero también hace gala de una inteligencia supina; no en vano, sabe resguardar su físico y mimetizarse con su compañero. Sin embargo, la cruz son los riesgos, que, aunque a veces demasiado aventurados, hacen de su perfil un delantero diferente. Ayer lo demostró. En el Santi Brouard, haciendo equilibrios, cuajó once tantos. Un fuera de serie.

Y si el de Ibero suma él sólo, en Lekeitio tuvo un metrónomo en Abel Barriola, que le impulsó en una fusión de talento que desprende estilo y suma aún más -el de Leitza, a la postre, se hizo con el trofeo a mejor pelotari del campeonato-. Deslumbró el viernes y ayer sujetó a la perfección al ciclón que tenía enfrente. A su vecino, en Gasteiz compañero, Oinatz Bengoetxea, quien vestido de guerra no cejó en el empeño de llevarse a su terreno el duelo. En los cuadros alegres, él e Irujo se enzarzaron en una lucha sin cuartel que comenzó a terminar cuando un 6-0 en el marcador asomaba sin contemplaciones.

Aunque lo intentó, el delantero leitzarra veía que la final se escapaba de sus manos por la gracia de la pareja contraria. Asimismo, Alexis Apraiz, con un inicio dubitativo, cuando empezó a carburar, ya había una brecha importante. Era el principio de un fin, que los azules se afanaban en demorar lo máximo. Así, con la pelea en los cuadros alegres en todo su esplendor y el gernikarra de más a menos, fue el momento de Abel, quien tomó la batuta y puso en marcha una de sus virtudes: la calma. Fue, de esta manera, como Irujo, que con tres ganchos había iniciado los primeros minutos de juego, dejó a un lado su empeño para dar paso a su fase más cerebral.

Diferencias inalcanzables El tándem azul, por su parte, era incapaz de acometer las diferencias, que aunque parecían cortas en el luminoso, eran amplias en la cancha. En el Santi Brouard se sabía; por ello, a pesar de que los tantos se iban para ambos bandos, el dinero no se movía. Tampoco los abismos entre las parejas, por los que el de Ibero se movía a placer. Su maestro de ceremonias, Abel, tampoco desfallecía. Su físico es portentoso, pero su habilidad más. Tiene la extraña capacidad de desdoblarse, de aparecer en el hueco necesario, de no desfallecer; el don de la ubicuidad. Aparecía, siempre, donde debía y en cuanto alcanzaron el décimo cartón sus rivales subió un punto su rendimiento (15-10). Así, el cansancio comenzaba a sacrificar a sus adversarios, muriendo bajo la clarividencia de los colorados.

De este modo, Oinatz se esforzaba al máximo en endurecer, en vano, un choque que claudicaba, ya que su zaguero a la desesperada comenzó a errar y a regalar pelota. Y es que en la trinchera, Apraiz estaba sufriendo de nuevo un dolor insoportable. Sin embargo, la pelea en los cuadros alegres se hacía eterna, Bengoetxea tenía fuelle e Irujo vivía de lujo en los pocos centímetros de frontis que enciman la chapa. Fue el de Ibero, con su perfil de equilibrista, el modo con el que terminó por desquiciar al leitzarra. Y, aunque, cuatro fueron los errores del campeón manomanista, once tantos de lujo coronaron su funambulismo. Bendito funambulismo.