De aquí a la eternidad
MARTÍNEZ DE IRUJO SE ENCUMBRA POR CUARTA VEZ EN ELMANOMANISTA ANTE XALA Y CABALGA HACIA LA LEYENDA
Ascendió a tamaña cota de aspecto himalayesco el día que la pelota honró a Edurne Pasaban por su maravillosa y homérica odisea, perfilado desde la madurez, desde la sabiduría, desde la pausa y el creciente criterio para el manejo de los resortes del juego, desde el libro de instrucciones ilustrado por Patxi Eugi, una voz experta, batido en la vitrina por Juan, un manista extraordinario de punta a punta, único, incluso en escenarios epidérmicos como el de la final donde quería homenajear a su familia. Lo visceral anudó al de Ibero, ansioso, tenso e inquieto en el amanecer. Silbaba entonces Yves, sereno, lúcido y con el manual de estilo apostando indisimuladamente por el riesgo y el baile en el alambre del saque-remate. Hizo caja el lekuindarra con su postulado dibujando ángulos con su deliciosa muñeca y mordiendo con el saque. El caminar calmo de Yves, su particular tumbado, desencajaba el galope de Juan, alborotado en su puesta en escena -entró de aire al primer saque de Xala para desestabilizarle- que no lograba rebajar las pulsaciones. Un punto desorientado -"no lograba disfrutar, estaba demasiado tensionado", apuntó Juan- el de Ibero se activó desde el oído. "!Venga Juan, Venga!". Y Martínez de Irujo, padre obediente, soltó el brazo, un martillo pilón de fibra muscular explosiva. Lo más similar al impacto que genera una detonación. La dinamitera derecha de Juan estableció la hoja de ruta de la final, su espinazo.
Un lánguido pelotazo de Xala que se quedó varado a mitad de cancha quebró su ventaja porque Juan irrumpió como un búfalo en estampida, aunque más ordenado, aplicando rigor táctico a cada episodio. Conocedor de la mandíbula afilada de la volea de derecha de Yves, Irujo halló un filón cruzando la pelota a pared izquierda con la sutileza necesaria para obligar al lekuindarra a moverse en la trinchera con la zurda, su mano buena salvo cuando tiene que maniobrar junto al tabique, donde su respuesta es predecible. Así que Irujo volcó el juego hacia esa orilla, al flanco en el que más padecía Yves. Situado a un palmo del lekuindarra, Juan alargó el saque y pitó la chivata a modo de falta. El tropiezo lo resolvió el delantero de Ibero un fotograma más tarde, cuando Xala tiró una gran dejada, de tanto o tanto, que las piernas de Irujo, ágiles, veloces, volcánicas, respondieron. El tren inferior de Juan funcionó tanto o mejor que su centelleante diestra, y le elevaron a cotas inopinadas. "Había remates que eran de tanto, pero él siempre llegaba", observaba el lekuindarra, que jamás se venció ni renunció, pero que siempre claudicó en el peloteo o en los tantos que dictaminan las corrientes de las finales, algo frustrante en un debate en el que cada detalle cuenta.
acelerón de irujo Las batallas eran para Juan y así es como se conquistan las guerras. "Esos tantos cambian muchas cosas. Si los hubiera conseguido Xala tal vez el partido hubiera cambiado", explicaba Zubieta, consejero de Yves. La realidad, tozuda, evidenciaba, empero, el sprint de Juan, su irremediable despegue y el desplome paulatino de Yves, con las luces de emergencia parpadeando insistentemente. Alcanzó el de Ibero el entreacto doblando a su oponente: 12-6 tras un parcial de 12-2 que anunciaba el destino de la txapela si no fuera por el suspenso que creció después de que a Juan se le cayera una derecha sin aristas. A Yves se le iluminó el rostro y seguidamente se le encendió la esperanza con dos saques consecutivos que destemplaron a Martínez de Irujo, algo trastabillado en el resto.
Pero a la que se enderezó, a Xala se le hizo de noche, incapaz de encontrar una grieta por la que hacer palanca para virar la final, trincada por la tenaza de Juan. Omnipresente, no existía lugar por el que no asomara Irujo, siempre dispuesto a azotar con la derecha o con esa zurda exuberante que disloca a cualquiera sin solución de continuidad. Desbrozó el espléndido horizonte Irujo a estacazos, crucificando el esfuerzo de Xala, -colocó un puñado de saques en el tamo definitivo- al que no le alcanzaba con su sobresaliente técnica para sobreponerse a la velocidad de pelota de Martínez de Irujo, que lanza meteoritos capaces de descuadrar al más osado, sobre todo, cuando una voz umbilical, de mujer, de madre, le arenga al lado de su hija Arhane. "¡Venga, Juan, Venga!". De aquí a la eternidad.