Bilbao
ah, sí... las lesiones modernas", dice a media voz, el rostro resignado, la mirada extraviada en el horizonte de piedra del Astelena de Eibar, Roberto García Ariño, director técnico de Asegarce, dolorida el alma por la rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha de Aimar Olaizola, una dolencia que mantendrá a la luminaria goizuetarra al menos seis meses desactivada. La del delantero navarro es la tercera lesión de la misma tipología que se da en un año. Antes que él cayeron Abel Barriola y Aitor Zubieta, que más afortunado en la desdicha -el ligamento se le quebró parcialmente, unido a la articulación "por uno hilillos", subraya el de Etxarri-Aranatz- no tuvo que recorrer en su totalidad el penoso camino de una lesión "extraña en la pelota por su escasa incidencia, se pueden contar los casos con los dedos de una mano, tiene mucho de casualidad y de mala suerte" según el doctor Iñigo Simón, desde hace 12 años médico de la promotora bilbaina, pero cuya gravedad- "habrá que ver si Aimar vuelve a ser el mismo", expone García Ariño cruzando los dedos- ha suscitado un debate en el que la radiografía de la articulación dañada de Olaizola II, los factores que han podido influir en el seccionamiento del ligamento, desemboca en una resonancia magnética, detallada al centímetro, sobre el ultracompetitivo paisaje por el que caminan desbocados los manistas, que circulan al límite, sobreexpuestos a los quebrantos del cuerpo. "La pelota es un deporte superagresivo para el cuerpo y los pelotaris van a tope siempre, durante todo el año y claro, al final se rompen", argumenta Justo Lillo, preparador físico de Aspe.
Abel Barriola, el leitzarra prodigioso, el hombre de espíritu insobornable, capaz de caer siete veces y levantarse ocho, oxigena los pulmones abrochado en una de las sillas de cancha de La Catedral mientras su garganta, seca por el esfuerzo de un entrenamiento sin resuello, engulle agua embotellada con la energía con la que se descuelgan las cascadas. Superada su lesión en la rodilla, que le mantuvo once meses fuera de las canchas, felizmente instalado en el Manomanista, Abel reflexiona un instante antes emitir su juicio sobre su experiencia. "Lo mío fue en una pelota pasada y un giro malo que hice. La de Aimar fue diferente, fue un cambio brusco de dirección".
Más allá de los matices que diferencian el movimiento anterior al chasquido, al crujido, y al insoportable dolor, al inconsolable lamento posterior, Barriola elimina el mal fario cuando escruta esta clase de lesiones. "Creo que se juntan varios factores, pero no creo mucho en la mala suerte", dice el de Leitza, que señala en otras direcciones, en los elementos que componen la pelota moderna. "Hace treinta años se jugaban más partidos que ahora, pero la diferencia es que ahora se juega con muchísima intensidad. Se juega siempre a tope, todo es competición, no sólo la de invierno, la de la época de los campeonatos. En verano la exigencia también es tremenda porque los torneos tienen una gran dimensión y el cuerpo no tiene descanso. Son doce meses a tope durante un año, pero al siguiente es lo mismo. Siempre te juegas algo. Si quieres estar arriba sólo tienes tiempo para jugar y entrenar, y todos queremos estar arriba, así que el cuerpo siempre va al límite, y a veces, casca".
"Es que al cuerpo no le da tiempo a regenerarse", advierte Asier García, botillero de Oinatz Bengoetxea, sentado a unos metros de Barriola, distendido y didáctico. "Los pelotaris juegan muchísimos partidos, la temporada no tiene fin. No es como en otros deportes donde la competición para, los deportistas se van de vacaciones durante un mes y además existe una pretemporada para preparar el cuerpo. En pelota, sobre todo los figuras, no tienen tiempo de descansar y se les exige que siempre estén bien y eso es imposible. De hecho, se han roto Barriola y Aimar, que junto a Juan son las tres principales figuras de la modalidad. No creo que sea casualidad".
demasiados partidos Y es que la actividad es frenética y un manista solicitado disputa alrededor de 75 partidos al año "una barbaridad. Tanta competición es contraproducente para el cuerpo. Lo que pasa es que a las figuras les quiere ver todo el mundo y encima no se les permiten bajones porque les caen palos por todos lados. Quieren que rindan a tope en todas las modalidades y eso les obliga a un esfuerzo tremendo. Con todo lo que juegan y en una especialidad tan agresiva, por fortuna, no se lesionan tanto", interviene Iñigo Simón. Alejada del ideal por su intrínseca naturaleza mercantilista, mezcla la pelota la agitación de las grandes competiciones -Manomanista, Parejas, el Cuatro y Medio y el recién incorporado Master, con el que culmina el año- con el aliento largo de un calendario que no da treguas y que enlaza partidos hasta tejer una calendario inhumano. "En la pelota no te puedes permitir el lujo de estar un mes más bajo porque se trata de un deporte individual y te pasan por todos lados. Además, si la empresa no te ve bien no te programa. Eso obliga a estar siempre bien y el cuerpo acaba por resentirse. Es el precio a pagar", sugiere Zubieta, al que la rodilla derecha se le giró de mala manera el pasado agosto.
"Dentro de todo tuve suerte. A mí el pie se me quedó enganchado y en el giro a punto estuvo de romperse del todo el ligamento", narra el zaguero, que al igual que Abel aleja la mala suerte de la espina dorsal de su discurso. "Puede existir la mala suerte, pero la verdad es que no paramos. El cuerpo siempre está medio tocado porque estamos compitiendo constantemente y cuando no compites estás entrenando para hacerlo". Enfatiza Aitor Zubieta que "a los pelotaris se nos ve mucho y eso también obliga a intentarlo hacer siempre bien. La gran mayoría de los partidos son televisados, la memoria es corta y la gente se queda con lo último que has hecho, así que siempre tienes que hacerlo bien".
En los pocos partidos que quedan fuera de las cámaras y los focos, en los festivales veraniegos de pueblo, donde el número de partidos crece exponencialmente, se balancea, inclemente, el escrutinio de los aficionados y de los rectores municipales que demandan un buen espectáculo porque el precio de un festival con varias figuras se sitúa entorno a los 15.000 euros. "Si no quedan a gusto tal vez no llamen a la empresa la próxima vez, así que incluso en esos partidos, que en el fútbol equivaldrían a los de pretemporada, hay que dar el callo", expone Justo Lillo, preparador físico que cató el fútbol -estuvo en el Liverpool y en el Eibar- antes de instalarse en los músculos de la pelota. Se sorprendió el tolosarra del tejido competitivo de la modalidad, un modelo que alimenta los ritmos contrarios al ser humano. "Cuando llegué les pregunté cuándo paraban, quería saberlo para realizar la programación de la temporada, y me dijeron que nunca. Aluciné".
un deporte "muy agresivo" A un calendario hipervitaminado, infladísimo, un calvario para el andamiaje de los pelotaris, en la otra punta de lo que debería ser un deporte de la alta cualificación y profesionalización que se demanda a sus principales actores -"son unos atletas impresionantes", concede Lillo- se le deben unir las características propias de un deporte "muy agresivo, aunque no sea de contacto propiamente dicho", continúa el preparador físico. "Desconozco el boxeo, pero lo situó en ese plano, el de un deporte que castiga tremendamente el cuerpo, sobre todo las articulaciones. No hay que olvidar que golpean una y otra vez a una piedra. La rodilla de un pelotari, a la velocidad a la que juegan y con el peso que tienen ellos, hablamos de deportistas entre 85 y 90 kilos, soportan 200 ó 300 kilos de carga cada vez que fuerzan y giran para golpear. Teniendo en cuenta que se realiza sobre una superficie dura, que no absorbe el impacto, eleva los riesgos". También lo cree Zubieta, que sitúa el piso y la velocidad del juego entre los factores de riesgo. "Muy pocas veces se golpea la pelota realizando el gesto perfecto porque en numerosas ocasiones bota irregular y eso obliga a corregir la postura y a ir forzado. Se juega a muchísima velocidad y eso obliga a movimientos bruscos, lo que aumenta las posibilidades de romperse".
Para evitar en lo posible estas lesiones, en la preparación física de los manistas están adquiriendo cada vez mayor rango los ejercicios de propiocepción, cuyo objetivo es preparar a los pelotaris para que sus articulaciones soporten y reaccionen ante situaciones inesperadas del juego que obliguen a movimientos inopinados y bruscos mediante unos ejercicios que refuerzan la elasticidad, flexibilidad y resistencia de los ligamentos y que se fundamentan en la búsqueda del equilibrio sobre superficies inestables. "Son básicos en la pelota porque se castiga mucho el cuerpo a nivel articular", indica Simón. "Te das cuenta de lo que se fuerza el cuerpo cuando has padecido una lesión de este tipo", afirma Barriola, que observa con pesadumbre el viaje febril que ha llevado a la pelota hasta lo más profundo de las articulaciones, hasta los ligamentos. "Estas lesiones son un síntoma de la pelota moderna, que a su vez es un reflejo de cómo vivimos. Queremos vivir deprisa, ir al límite, y el cuerpo no aguanta, casca".