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Un líder infinito

Messi pone rumbo al título a un Barcelona que tiró de su manual para desquiciar al Real Madrid

Un líder infinitoEFE

REAL MADRID: Casillas; Sergio Ramos, Garay, Albiol, Arbeloa; Xabi Alonso, Gago; Van der Vaart (Min. 69, Raúl), Marcelo (Min. 56, Guti); Cristiano Ronaldo e Higuaín (Min. 79, Benzemá).

BARCELONA: Valdés; Puyol, Piqué, Milito (Min. 79, Márquez), Maxwell (Min. 63, Iniesta); Busquets, Keita; Dani Alves, Xavi, Pedro; y Messi.

Goles: 0-1: Min. 32; Messi. 0-2: Min. 56; Pedro.

Árbitro: Mejuto González (Colegio asturiano). Amonestó a Xabi Alonso, Albiol, Sergio Ramos, Garay, Messi, Xavi, Dani Alves y Maxwell.

Incidencias: Santiago Bernabéu. 90.000 espectadores. Granero y Jeffren fueron los jugadores descartados en uno y otro equipo.

BILBAO. Los indicios pintaban mal para un Madrid obsesionado con el 10. Un 10 de noviembre se dio el tortazo frente al Alcorcón; el 10 de marzo sucumbió ante el Lyon; y ayer, 10 de abril, terminó de arruinar su temporada ante un Barcelona que tiró de su manual para echar el candado. El culpable de tamaña afrenta no podía vestir otro número en la camiseta. Leo Messi abrió el camino hacia otra profanación del Santiago Bernabéu, y desquició a un rival sin plan antes de que Pedro bajara la persiana. En Grandoli, allí en el barrio de La Tablada, en el sur de Rosario, el argentino soñó una vez con un parque de atracciones. Y como no podía tener acceso a uno, se pegó a un balón y juró que un día la atracción sería él. Y ahí anda el fútbol, subido al tiovivo de un jugador inconmensurable rodeado de extras y canteranos de lujo. Al otro lado del puente aéreo, el megaproyecto de Florentino amenaza, y van dos, con demolición. Tres puntos y el average favorable se intuyen ya suficiente tesoro para que Laporta se despida a lo grande. Con la Liga en el bolsillo y regresando a Chamartín. A por la Champions.

Mientras que Pellegrini fue previsible en su once, Guardiola sorprendió al desplazar a Puyol al lateral diestro y colocar a Alves como interior. Iniesta, al no estar en plenitud física, se quedó en el banquillo. Los tambores de guerra que anunciaban un chaparrón ofensivo callaron en cuanto se puso el balón en juego, a merced de un fútbol táctico donde imperaba el temor y demasiado respeto. Es más, el único remate entre los tres palos de la primera parte fue el que acabó en la red pasada la media hora. Messi bajó con el pecho en una baldosa una asistencia de Xavi, rompió la cintura de avispa de Albiol y desesperó a Casillas. Ocurrió poco después de que Mejuto se negara a mostrar la segunda amarilla a Xabi Alonso y de una anterior caída en el área del pibe azulgrana, quien hasta el filo del descansó tuvo tiempo de exhibirse a la hora de colocarse, recibir el cuero y marear a sus contrarios. Cristiano, amén de un dolor de tobillo, pasó desapercibido y retratado como único recurso merengue en la faceta ofensiva. Maniatado por un Piqué enorme y consciente de que tampoco ésta sería su noche. El Madrid, que había predicado su intención de discutir la pelota al Barça, caminaba con las líneas tan escalonadas, con tantos metros perdidos, que siempre corría detrás de ella.

retoque y sentencia El de Santpedor recompuso en la reanudación su puzzle mandando a Puyol al lateral zurdo, adelantando a Maxwell y bajando a Alves. El panorama no varió un ápice. Mientras el Madrid era incapaz de dar dos pases seguidos, el Barça se gustaba con sus apoyos y triangulaciones. La indignación cundió en la grada al minuto 50, con la primera pitada, y la impotencia apareció con la sublime arrancada con que Pedro firmó el segundo gol culé. Van der Vaart y Ronaldo tuvieron ocasión de reducir distancias pero ahí es cuando apareció Valdés. Tanto como Casillas para evitar el 0-3 en dos flagrantes oportunidades en sendos remates de Messi, después de que el árbitro fuera condescendiente con Ramos. Y es que aunque el Barça bajo su intensidad, para enfado monumental de un Guardiola que pedía sensatez, la impresión era que podía poner en marcha el rodillo en cuanto quisiera. Ante la lástima visitante de una nueva lesión de Milito, el cuadro madridista sentía que ni la heroica, ni la aparición en escena de los Guti y Raúl, iba a ser esta vez su tabla de salvación.

Era previsible. Como sus aventuras previas al clásico. Con el rubio de la melena aventurando su marcha por su enésima apatía y Floren poniéndose la venda antes de la herida -a media tarde incidió en que una derrota no sería un "fracaso"-; al Barça le bastaba con ser fiel a sí mismo y no conceder un solo regalo. Bajo la naturalidad del que se conoce la lección de memoria, ganó donde hasta la fecha nadie había rascado un mísero punto. Once meses después del 2-6, la hinchada blanca también se rindió, apesadumbrada, con la sensación de que la pesadilla se repetía y con un agujero de 250 millones en las arcas. Enterrado el villarato, si en el duelo colectivo la diferencia es abismal, en la pugna personalizada entre Cristiano y Messi sólo la propaganda puede discutir al monarca del tango blaugrana. El del Barcelona es el triunfo de la normalidad elevada a los altares. Y Leo, un chico de diez, poesía en el Parnaso futbolístico.