derio. Sobre una mesa de restos de pan desperdigados, servilletas estranguladas y tazas de café exprimidas alguien exhala un suspiro pleno de recuerdo que al reventar descubre la figura de Igor Antón (Galdakao, 1982) despendolado ladera abajo por la inquietante lengua de brea del Cordal. "Aquel día sus sensaciones eran realmente buenas. Fue una verdadera pena". La lástima resultó ser que el fenómeno galdakoztarra, imponente hasta ese momento en la Vuelta que tiranizaban los muchachos del Astana, Contador y Leipheimer, encontrase un pequeño socavón a la salida de una curva a la izquierda, extraviase la adherencia de su rueda delantera y, en consecuencia, el control de sí mismo para golpear el asfalto con tanta violencia que se arrugaron en el lance su clavícula izquierda y, lo que fue peor, el trocánter de su cadera, que quedó hecho añicos. "Al principio, no le quisimos revelar la verdadera magnitud de lo que se había hecho. Era duro explicárselo, pero las tres operaciones a las que se tuvo que someter dan cuenta de la gravedad. Igor estaba en el mejor momento de su carrera y me queda la cosa de saber qué hubiese pasado en el Angliru", se vacía el suspiro con la elucubración.

El caso es que desde aquella tarde asturiana de septiembre de 2008, Igor Antón, el ciclista de la esencia pura, pedalea en el desasosiego, ofuscado, desnortado. "Es cierto que la temporada pasada no salió como yo esperaba. No, no fue un buen año, aunque a veces pienso que sólo por Urkiola -venció el galdakoztarra en la más legendaria de cuantas cimas conforman la geografía vasca- mereció la pena", discurre el propio corredor. Ocurre que por ascendente, por jerarquía, el éxito de Urkiola -relevante, qué duda cabe- no deja de ser una arista excepcional incapaz de silenciar dudas y amarguras de enorme calado -el galdakoztarra padeció en el Tour uno de sus momentos deportivos más delicados, pues se desmoralizó al ver que su físico no acababa de arrancar y penaba por las carreteras francesas- y trasfondo indefinido. "Quizás fue la cadera", apunta Igor González de Galdeano, manager de Euskaltel, "porque pese a que estaba plenamente recuperado, no se sabe por qué motivo, a los deportistas que sufren este tipo de lesiones les cuesta mucho recuperar su nivel". Cuenta Antón con timidez y humildad, "no quiero justificarme", que al buscar su límite físico durante la pasada campaña había algo, "no sé qué", que se lo impedía. "Notaba un tope", dice el galdakoztarra, quien incidió en el masaje para liberar una zona que se le cargaba con asiduidad.

Quizás no fuese la física la única explicación a su enquistamiento deportivo. Dice Miguel Madariaga, ex manager del equipo vasco y principal responsable de que el vizcaino vistiese por primera vez en 2005 el maillot naranja de Euskaltel, que Antón es un corredor que precisa de la estabilidad emocional para desplegar su enorme talento. "Y el año pasado lo pasó mal, no se centraba", teoriza el lemoiztarra. Con su parecer coincide Galdeano, que amplia el razonamiento y lo centra en una cuestión identitaria. Incide así en el hecho de que el escalador vizcaino pudiese haberse traicionado a sí mismo o hubiese tratado de ser quien no era. Un dislate, en cualquier caso.

Atrapado en el control "Quiso correr demasiado", explica; "se propuso buscar un atajo en el proceso de maduración y se engañaba porque creía conocerse más de lo que en realidad se conoce. Intentó tomar precauciones antes de darse el golpe, de controlar tantísimo todo lo que le rodeaba... Y no tenía la experiencia necesaria para ello", traza el manager gasteiztarra, que encuentra respaldo en la aceptación del error del propio ciclista, que desestima la posibilidad, si la hubiera, de borrar de su mente el aciago 2009 "porque lo vivido no se puede borrar y sirve para aprender". "Es cierto que me equivoqué. Creía que conocía tanto mi cuerpo que podía controlarlo al 100%. Evidentemente, no era así", dice el galdakoztarra tras un invierno tranquilo y reflexivo en el que cree haber sido capaz de reordenar su psique, desprenderse de la autocensura que le gobernaba en 2009 y liberar la esencia pura de ciclista que palpita en sus genes. "Yo sólo le pido que se deja llevar por el corazón, como solía, porque es entonces cuando veremos al mejor Antón de siempre. Quiero que vuelva a ser el de antes", dice Galdeano. "Volveré a ser un aventurero", promete Antón remitiéndose al pasado, a aquel Igor que busca Igor.